PLÁTICAS

Nocturno. ¡Hola! ¿Qué te pasa amigo perro? ¿Te has quedado fuera de casa? Bueno ¿y por que no metiste bolina, aullaste, rasguñaste la puerta? Eres un idiota perro. Un idiota a pesar del aire de buena persona que tienes. ¿Ahora como te vas arreglar para dormir? ¿Tienes otro sitio donde pasar la noche? Verdad es que tú eres perro y los perros se arreglan en cualquier parte. Es una ventaja que no tienen los hombres. Tú seguramente, a juzgar por el modo de mirarme que tienes, desearías ser hombre. Te digo que eres un pobre perro. Es una cosa bastante molesta esto, que tu deseas. Tiene uno una serie de bichos que no lo dejan tranquilo. Dios... el Patrón... qué se yo cuántos otros más. El más molesto de todos es el patrón. Está encima de ti chupándote la sangre como un vampiro. ¿Tu tienes un amo? ¿O eres un perro aristócrata? En fin; no importa. También Dios es una persona molesta, aunque en el fondo no tiene malas intenciones. Cuando yo era pequeñito, la gente de mi casa hablábame de Dios, Dios castiga a los malos y premia a los buenos. Y tenía una gran admiración y un gran respeto por Dios. Y además sentía grandes deseos de conocerlo. Me decían: Está en el cielo pero si quieres verlo vamos a la Iglesia Santísima. Y fuimos a la Iglesia Santísima. Y vimos a Dios. ¡Pobre Dios! Una persona chiquita colgado de una cruz. Desde entonces le perdí el respeto. Pero siempre le tenía miedo. Dios está en todas partes me decían, y lo ve todo. ¡Figúrate tú! Uno nunca podía estar sólo. Donde fuese lo tenía encima. Lo peor de todo era que yo no lo veía. ¡Era una cosa fastidiosa! ¿Porqué mueves de esa manera la cola pazguaro? ¿Es que no atiendes lo que te voy diciendo? Eres un imbécil, perro. Tú no eres como el Capitán. A Capitán lo conocí hace ya tiempo. Era dueña de él una hermosa muchacha. La más hermosa de las amigas mías. Ella pudo haber sido mi novia. Pero no lo fue. ¡Qué hacerle! Pero esto no te interesa a ti. Te hablaba de Capitán. Era un perro sabio, un gran perro. Te aseguro que no meneaba la cola tan tontamente como tú. Tienes una hermosa cola y haces ostentación de ello. Eres vanidoso como una mujer bonita, perro. Capitán no. Capitán era serio. Nunca hacía demostraciones ridículas de cariño. Ni ladraba. Ni corría. Era egoísta. Había que dejarlo tranquilo. Yo nunca fui amigo con él. ¡Era tan huraño! De haber sido hombre habría leído todos los libros que tratan la cuestión social y que ni yo ni tú hemos leído. A mi me duele la cabeza te diré. ¡Tanta palabra enrevesada y abstrusa! Creo que sería más sencillo dar de puñaladas a todos los burgueses. ¿No te parece? ¿Los morderías tú? ¡Vamos! Creo que no eres tan tonto como yo creía. Hasta te llevaría conmigo para que no pasaras mala noche. Pero mis vecinos protestarían. ¡Cómo se escandalizarían! ¿Un perro, virgen santísima?; era lo único que nos faltaba! exclamarían. Ya ves. No puedo llevarte. Arréglate como puedas por ahí. ¡Qué diablos! Y no sientas más tentaciones de ser hombre. Es más agradable ser perro. Conque ¡abur!

Camarada. No me fastidies camarada con tus quejas contra la vida. Es triste, es doloroso lo que tú me cuentas, pero ¿que quieres que le haga yo? En nada puedo ayudarte. Soy tan pobre como tú. Y talvez haya tenido también las mismas inquietudes tuyas y haya pasado las mismas hambres. ¿Por qué no? La vida es dolor. Un dolor continuo. El dolor tuyo ya lo han sufrido otros hombres. Y se han desesperado como tú y han llorado como tú. Nuestros semejantes camarada son demasiado débiles. Es verdad que el dolor ignorado parece más dolor todavía. La soledad aviva más el tormento. ¡Es tan dulce y reparador tener con quien compartir el dolor de uno y el dolor de otro! Pero es mejor ir sólo camarada. Si sufres no te quejes ni llores. y si lloras que nadie sepa de tus llantos. Muérete de hambre, si es que no tienes que comer, pero no lo andes gritando. Pégate un tiro si la mujer que quieres se va con otro, pero no te deshagas en ridículos suspiros. Todo esto es triste camarada ¡Qué quieres! Si es cierto que cada día aumenta el dolor, también es cierto que aumenta el egoísmo. Y talvez nuestro dolor sea lo único grande y puro que nos queda. Guardémoslo pues camarada. Por él tendremos una razón para estimarnos todavía, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros errores. No lo aventemos sobre la bulliciosa vulgaridad de la gente. No te comprenderán y les parecerás ridículo, risible. Además acuérdate que el vino mientras más añejo es y mejor guardado, hasta más agradable sabor tiene. Lo mismo pasa con el dolor. Y no me guardes rencor camarada. Tú eres un muchacho y... sabes muy poco del mundo.

RENATO MONESTIER.