En el País de la Fantasía

Los bien hallados de hoy sostienen que la Propiedad privada es condición indispensable para que la especie humana pueda progresar. Llaman ellos Progreso al estado de barbarie que es el signo distintivo de los tiempos que vivimos, de estos tiempos en que una ínfima minoría, apoyada en las bayonetas, sojuzga a las multitudes hambrientas, desposeídas, paupérrimas. Llaman Progreso el que unos pocos vivan ahítos, en el hartazgo, frente a la hambruna del rebaño humano. Llaman Civilización al reñidero social, en que un odio inextinguible, pero justificado, germina en la zahurda del suburbio y en el conventillo de la urbe, contra los privilegios y la acción criminosa de la Oligarquía, contra el Clero, su aliado, y contra todas las fuerzas reaccionarias de la sociedad capitalista. Llaman Cultura a la secular injusticia de la apropiación del suelo, del subsuelo y de los instrumentos de trabajo, causa primera de la miseria y de todas sus consecuencias. Llaman Ciencia Económica dividir en dos partes el salario del peón y del obrero, para tomar ellos la mayor –salario no pagado– y darles la otra, la mínima, a fin de que conserven una vida, que no es vida, y que han de consagrar al enriquecimiento de sus amos. ¡Esto significa el Progreso, según la tesis oligárquico-burguesa! ¡La Propiedad, hecha con partes de salarios no pagados, aplastando, reventando al obrero! ¡He ahí el Progreso! Y como corolario de este Progreso, los grandes propietarios, –que para ser tales deben forzosamente despojar en su provecho al trabajador,– le masacran por medio de sus agentes en el gobierno, cada vez que se permite reclamar de la injusticia. El acaparamiento, –por medio de la astucia o de la violencia– de la tierra y de las cosas útiles a la vida humana, trae como consecuencia el chomage, la desocupación. El poseedor del suelo y de los enseres es dueño absoluto de ellos, y resuelve a su antojo si se han de poner o no en movimiento para la producción de las primeras materias que han de alimentar las industrias. La mayor o menor producción, y, por consiguiente, el mayor o menor empleo de brazos, están, así, al arbitrio del terrateniente, que restringe o ensancha las tierras de labranza, según esté o no dentro de sus personales conveniencias. El chomage o desocupación que hoy padecen los países europeos, y que lo padecemos también nosotros no reconoce otra causa que esta apropiación particular de la tierra y de los instrumentos de trabajo. En una sociedad en que el suelo y las primeras materias pertenezcan a la comunidad, llámese Estado Comunista, llámese libre Acuerdo Anárquico, llámese como se quiera, todo el mundo apto para trabajar tendrá asegurado el trabajo. Más que eso, la colectividad estará interesada en procurarlo a sus componentes, a fin de mantener la continuidad de la producción, base primordial de toda organización humana, porque mira a la satisfacción de las necesidades materiales, que deben ser atendidas en primer término. Sería imposible, en una Sociedad organizada sobre la base de la socialización de la tierra y de los medios de producción, que se produjese el tristísimo espectáculo que presenciamos hoy día, de multitudes famélicas, que piden, con voz en que vibra la amenaza, trabajo y pan. Sería imposible la huelga forzosa de los brazos caídos en una organización en que el derecho al trabajo fuera un bien común a todos los hombres, un derecho irrenunciable, preexistente, por lo mismo que el Trabajo es el solo medio de adaptar la Naturaleza a las necesidades del Hombre.

Llamar civilizada a una sociedad como la actual en que tan vergonzosos hechos se desarrollan; llamar Progreso a la conjunción del Hambre y del Harapo; vanagloriarse de un estado social que es la negación más categórica de la Vida y del sentimiento de humanidad, es proclamar lo irreal; es caer voluntariamente en la mentira; es trasladarse en sueños al país de la fantasía.

M. J. MONTENEGRO.