EL CARTEL DE HOY

SOLDADITO

¿Qué te crees?... Pareces la muestra de un tintorero: rojo, amarillo, verde; saltado de una caja de juguete: duro, mecánico, seco; un bastonero de baile: cómico de belicosidad inoportuna. ¿Y qué te crees, que no lloras ni protestas, que no te desnudas y huyes?... Qué estás muy bien soldadito?..., ¡Vamos, hombre! Enfocas todas las cosas a través del canuto de tu máuser. Cómo vas a ver la vida que fluye de cada ser, que flota desparramada en sus sonrisas, sus gestos y sus afanes?... Toda grandeza se achica ante tu punto de mira; igual la altitud de un monte que tape el cielo que la extensión de una idea que llene el mundo. Tú no ves sino que aquello a que te ordenan que apuntes. ¡Eres un ciego!

Y tampoco oyes. A tu alrededor vocea la libertad, clama la justicia, gime el dolor y cantan las esperanzas. ¿Qué concierto mejor que éste puede llenar el corazón de un muchacho de más elevadas ansias, de más viriles designios?... Y tú no sientes... ¡Eres un sordo! Si ni recuerdas... Ayer, no más, seguías a tus impulsos como una llama en el viento. Llama, sí, era la reja que hundías, relampagueante, en la tierra; llama que volaba, rauda, enhorquetada a un caballo; llama que bajaba, mansa, a ceñir el cabo de una herramienta. Obrero o gañan, entonces eras la vida; la vida de la que todo trabajo, todo afán y todo ensueño son como la claridad, el resplandor, el caprichoso arabesco de una hoguera. ¿Y ahora qué eres?... ¡Un ciego, un sordo, un muerto!

Soldadito: ¿sabes qué eres?... Pues el vaso de noche de la patria. En ti descome lo que a nosotros nos traga, vacía en ti lo que a nosotros nos chupa... ¿Qué otra cosa te crees que eres, que no protestas ni lloras, que no te desnudas y huyes?... ¡Vamos, hombre!

R. González Pacheco.