“LOS GEMIDOS” Y HERNAN DIAZ ARRIETA (‘ALONE’)

Oh! María, madre mía, oh! consuelo del mortal!... amparadnos y llevadnos a la patria celestial!...

“Fray Jacinto Benavente”.

Hay en la sucursal de la botica literaria francesa en América, un frasquito pequeño, rosado y oloroso. Este frasquito, éste dulce frasquito, a pesar de lo que pudiera creerse, no está lleno con nada; apenas si, tras la etiqueta que dice “Alone”, se ve un poquito de humo y un poquito de aire. Los escritores serios y grandes de un país serio y grande, le hubieran llevado en el bolsillo de atrás del pantalón como quien lleva una cosa cualquiera: una caja de fósforos vacía, un reloj descompuesto, un lápiz sin punta, una caja de fósforos vacía... Sin embargo, en Chile, éste frasquito, éste dulce frasquito desocupado, es el sacristán más frondoso de la crítica profesional. ¡Lo que son las cosas! ¡Dios mío! ¡Lo que son las cosas!...

 

Si Hernán Díaz Arrieta hubiera leído “Los Gemidos” honradamente y, luego de rebatir honradamente; desde su propio punto de vista, los puntos de vista estéticos que se derivan de aquella obra, me hubiese dicho honradamente: Pablo de Rokha, su libro no me agrada, yo, honradamente, habría declarado que me parecía justo que a un señorito elegante, perfumado y de poca cultura, no le gustaran “Los Gemidos”. Pero el señor Díaz Arrieta no ha tenido ni dignidad ni honradez literaria para leerme, puesto que ni siquiera me ha. leído, y esto ya es otra cosa. Esto, esto ya no revela incomprensión, limitación, carencia de reciedumbre mental; esto es canallesco y doloroso. Hernán Díaz Arrieta cogió “Los Gemidos”, cogió “Los Gemidos” y, antes de leerlos, se fue de espaldas; ¡pobrecillo!... ¿Por qué se fue de espaldas?... ¿Por qué se fue de espaldas el tierno jovencito?... Vamos a ver. La vida moderna, ésta compleja, obscura, absurda y gran vida moderna, necesita cantores nuevos, inmensas almas de buzo que extraigan hasta lo exterior el vago y negro espíritu de las aguas. Problemas inéditos, dolores inéditos, requieren formas de expresión inéditas. El hombre indefinido de hoy, el grande, fuerte y trascendental minuto actual del universo, los fenómenos externos del presente, la trayectoria sin sentido y alta de la época, necesita y esta pidiendo a gritos cantos de bronce y hierro, cantos de sangre y nieblas, cantos incoherentes, cantos extraños y egregios como la obscura vida de hoy. La métrica académica, el ritmo uniforme, monótono, unánime, de los antiguos versos, no responde al sentido espiritual de los instantes que corren, imprevistos, arrastrándonos hacia quien sabe qué horizontes, hacia quien sabe qué horizontes. Nuestra fisiología desgarrada, nuestra mentalidad paradojal, rechaza los versitos simples de antaño... Hernán Díaz Arrieta, glosador escéptico y anacrónico, espíritu de cura o vieja un tanto cínica, injertado en la panza ruidosa de Renán, me resulta un pobre hombre, un pobre hombre que hará carrera entre las señoritas, los mentecatos y los lectores de “La Nación”... ja! ja! ja!... Hemos leído a Job y a Bergson, a Sócrates y a Baudelaire, a Sófocles y a Mallarmé, a Platón, a Kant, a Nietzsche, a Whitman, y a Verhaeren, a Horacio y a Esquilo, al Dante, a Tasso y a Rimbaud, a Baroja y a Fichte, a Dostoiewsky y a Hegel; conocemos a Maestrovic y a Fidias, a Rodin, a Goya, a Zuloaga, al Greco, a Buonarotti, a Debussy ; conocemos a Croce y Raumgarten, conocemos al señor Díaz Arrieta y sabemos en qué se diferencia un hombre de un muñeco, un hombre de un macaco, un hombre de un pollino, un hombre de un pobre hombre y de un seminarista maquillado, dolorido y filarmónico. Necesitamos renovar los añejos vocabularios, enriquecer la vieja lengua humana con fórmulas verbales, con palabras, con imágenes y con acoplamientos de palabras que, definiendo, delatando apariencias nuevas, canten, rujan, lloren la ancha sinfonía dolorosa que requieren estos cerebros nuestros, mentalidades emancipadas de hombres emancipados, la ancha sinfonía que resuma y compendie todos los aspectos de la tierra. No hay palabras bellas ni palabras feas, no hay nada bueno ni malo para el artista, porque el bien y el mal son conceptos y los conceptos quedan al otro lado del arte, en la otra cumbre: la filosofía. Mirado desde el Norte, el Sur, el Oriente y el Poniente, es bello el Universo. Tender la vista hacia la tierra obscura por las rendijas de la puerta de un caserón francés del siglo XVIII, es como suprimirse los testículos para no tener malas tentaciones o como ponerse uniforme de paco para trotar los caminos del mundo; es limitarse, limitarse en lo único en que no es posible limitarse: en el sentido de las cosas. Y para no limitarse, hay que ser hombre, hombre, hombre hasta la muerte, y no lacayo de un público torpe, ni colaborador melancólico de “Zig-Zag”, ni profesor del Club de señoras. Pueden “Los Gemidos” no ser una obra definitiva, porque una obra definitiva es siempre una obra mediocre; pero son una obra que afrontará dignamente el juicio de los pueblos y los siglos. En efecto, se han cantado allí las cosas altas en un lenguaje alto, las cosas tristes en un lenguaje triste y las cosas cotidianas en un lenguaje cotidiano; las cosas rudas en un lenguaje rudo, las cosas negras en un lenguaje negro, las cosas blancas en un lenguaje blanco, la vida obscura del hombre moderno en un lenguaje que tropieza y cae, aulla y gime, cruje y se quiebra y se troncha y da trastabillones como la vida obscura y trágica del hombre moderno. “Los Gemidos” no son correctos ni incorrectos, morales ni inmorales; no son retóricos porque la vida no es retórica; ni gramaticales, ni en verso, porque la vida, afortunadamente, no es gramatical ni es un soneto, ni una endecha, ni una creación convencional de cualquier crítico lamentable y fracasado que lleve, donde otros la masa encefálica, un paquetito de pastillas de chocolate. “Los Gemidos” cantan, lloran y aullan las cosas de la tierra y de la nada, sin acordarse de que Horacio escribió un “Ars Poética” y Cicerón una “Epístola ad Pissones”; ni mucho menos, mucho menos de que todavía hay gansos en la tierra. El autor de “Los Gemidos” no ha querido ponerle pantalones al mundo, no ha querido cortar en pedacitos el Universo y la belleza del Universo para hacer con ellos un guiso a gusto de la clientela. En aquel libro recio, claro, rudo y honesto, la congoja humana hace muecas, y hace muecas horribles, porque la vida no es una cajita de música, ni una vaca lechera o una burra lechera para alimentar pobres diablos. No caben “Los Gemidos” en los casilleros del arte, del arte convencional; ya que no es fácil, ni posible, ni honrado, que quepa el mundo en una cigarrera de tendero. –¿Qué es arte?... ¿Qué es arte?... pregunta la canalla y hace versitos. Pero la vida humana y las vidas humanas y el Universo aún no han sido cantados. No se escribieron “Los Gemidos” para los peluqueros, ni para los poetastros, ni para los señoritos; las recuas plomizas de hoy. ¿Cuántos hombres hay entre la cordillera y el Océano dignos de ser lectores de “Los Gemidos”? ¿Conocéis el Apocalipsis, la tragedia griega, los mitos sagrados de Dionysos, las inmensas danzas libres de la Edad Media, la obra de Whitman, Rimbaud, Mirbeau, Baudelaire, Rodin, Nietzsche, Apollinaire, la trayectoria que describe a través de las épocas el espíritu dionysiaco?... ¿Conocéis la filosofía y el vocabulario filosófico?... ¿Conocéis los últimos significados de las palabras y sus significados habituales?... ¿Entendéis la caricatura y el sarcasmo?... Sois rudos, altos, negros de espíritu?... ¿Tenéis un corazón encendido y una actitud quebrada, deshecha y espantosa frente al espanto, al doloroso espanto de ser?... Leed “Los Gemidos”, leed “Los Gemidos”, vosotros, hombres honrados, hombres sencillos, hombres honestos, colmados de sabiduría. Leed “Los Gemidos” en donde se canta a la mujer, a la mujer y al niño, al héroe y al hombre de acción, al estiércol y a la luna, a Dios y a Satanás, a las rameras, a los rascacielos, a los aeroplanos, al automóvil y las realidades de hoy; a todas las cosas del mundo, con una voz de hombre y no de rata, ni de cura, ni de pupilo de los jesuitas.

Leed “Los Gemidos” en donde no se hacen versos, ni prosa, ni valses rimados, porque los versos, la prosa y los valses rimados, son mentira; leed “Los Gemidos”, en donde sólo se hace lenguaje. Leed “Los Gemidos”, en donde no se ha castrado el misterio, el milagro, la, maravilla de la palabra, con el serrucho mohoso de lo establecido y la costumbre; leed “Los Gemidos”, hombres de hoy; leed “Los Gemidos”, cantos de hombre, cantos de hombre para hombres. Hernán Díaz Arrieta no ha leído mi obra; no ha leído mi obra por cobardía. Su párrafo de “La Nación” le ensucia; es indigno, absurdo y ramplón como una cocinera disfrazada de escéptico. Hace ya algunos meses, yo facilité a Hernán Díaz Arrieta un estudio de Barrenechea, –el honrado y grande crítico argentino,– acerca de Nietzsche, la montaña del Zaratustra. Díaz Arrieta, –él me lo confesó honradamente–, no había ni ha leído a Nietzsche. Nietzsche no es un francesito del siglo XVIII, y Díaz Arrieta sólo lee a los francesitos del siglo XVIII. Pues bien; este Hernán Díaz Arrieta, crítico de “La .Nación” y profesor del Club de Loras, digo, de Señoras, publicó, –oh! pequeño desvergonzado–, en su periódico, un extenso, un egregio estudio sobre Nietzsche, No podía hablar de Barrenechea puesto que no conocía a Nietzsche, y, no conociendo a Nietzsche no podía hablar, –no podía hablar!–, del bueno o mal juicio de Barrenechea frente a Nietzsche, y no podía hablar de Nietzsche, puesto que no le conocía. Y habló de Nietzsche –perdónales Señor porque no saben lo que hacen...–; habló de Nietzsche y de Barrenechea, epatando a todos. Invito a Hernán Díaz Arrieta a que expongamos nuestras propias doctrinas estéticas y la raíz de nuestros razonamientos, desde la tribuna de un periódico. Lo conmino a que hable como hombre, como hombre y no como hortera.

PABLO DE ROKHA.