LA VIDA LEJANA

EL SUEÑO

Luego, fatigado de meditaciones, me arrastraba hasta mi lecho de mantas. El frío tiritaba en mi cuerpo; y voloteaba sobre mi cabeza, tocándome los párpados, la alucinada mariposa del sueño. Ponía la sien sin lastimarla sobre mis almohadones rústicos, y de repente, me dormía. El campo del sur, aquella carpa abandonada v latiente, yo mismo, pobre hombre orgulloso y solitario, todo era, en mi sueño, un gran barco incendiado que atravesaba y dividía la ola negra de la noche.

HORA FLUVIAL

Me fui tendido sobre el techo de los camarotes de segunda, recibiendo el sol en la espalda y el viento en la frente. Un río ancho, liso, orillado de malezas de un verde sombroso. Pájaros del agua, siempre huyentes, sumergiéndose en la boca del río. Luego, a lo lejos, las tierras sembradas arqueándose y moviéndose en el lomaje infinito. A veces una bandada de aves cruzaba el río y más y más se alejaba dando gritos tristes que caían al agua como piedras reblandecidas.

EL INFINITO

Pero, como oleteando entre la corriente y el cielo, surge una música, a mi lado. Un aire que se queja, y que huye. Algo simple y que siempre triza una nota de nostalgia, aulladora. Más allá de este río, de esta tierra. Más allá de mi corazón quebrado, más allá, amigos. Una lengua infinita me lame y me oprime, un brazo hecho de árbol y de agua me ciñe como un cinturón, un sentimiento ajeno me desenfrena, una boca desconocida me dice. —Es un acardeonero ambulante. Se llama Zoemir. He llorado, con un a hombre desconocido, tendido sobre un camarote, allá lejos.

ARABELLA

No debiste amarme, Arabella, no debiste amarme. No ibas a dejar huella en mi mirada en fuga, no ibas a enterrar tu inicial en la greda pálida de mi camino, y me amaste, Arabella, aún me amas. Sólo míos fueron tus ojos azules, tus trenzas amarillas,—por mí desatadas en aquella noche, y en aquel Invierno. Para mí sólo deben ser tus crepúsculos, cosiendo sin compañía, ahora que otra lluvia cae, como entonces, sobre tu techo, en el puerto. Te acuerdas del viento siniestro que entraba, en las noches, por la ventana rota? No debiste amarme, Arabella, para qué me amaste.

LOS COMPAÑEROS

Además de Zoemir, y de Arabella, unas amigos tuve, que recuerdo con las cosas queridas de ese tiempo. Fueron unos fleteros, alegres y borrachos, que principiaron por adularme, después se burlaron de mí y terminaron por quererme mucho. Después del trabajo, nos juntábamos, y sobre un bote a la deriva, unos cantaban, otros conversaban de temas familiares, y otros dormían. Cuando oscurecía, no nos veíamos; sólo el fuego diminuto de los cigarros parecía vivir; y sin darnos cuenta, callábamos todos, nosotros también, en la callada noche infinita. Buenos muchachos; un día, pescando, se ahogaron dos. Eran los que yo quise más.

Pablo NERUDA