La guerra

Cuando queremos hablar de la guerra no podemos hablar indiferentemente: nos arrastra una aversión profunda a las matanzas colectivas etiquetadas de honor y patriotismo. Al hablarse de algún conflicto sentimos una sensación confusa semejante a la sorpresa equívoca de un mazazo en el cerebro... Y esto nace de una noción sana que tenemos de la cultura como el más verídico triunfo de la inteligencia sobre los instintos, sean o no épicos. Y una guerra significa dolorosa e inexorablemente que algunos -dos cuando menos- países o pueblos, han olvidado el nivel de la cultura humana, alcanzado al cabo de siglos de elaboración. Cuantos horrores se quieran decir sobre la guerra son pequeños y representan débilmente la realidad de su significación. Por esto es mejor emplear en este asunto frases breves y sencillas. Si estamos en la Razón no necesitaremos de la elocuencir para imponerla. Pero así y todo, cuando hablamos sobre la guerra quisiéramos poder retratar lo bajo; lo falso y lo inmundo de su microcosmos con tendencia declamatoria a lo sublime... Todo esto para dar naturalmente, la idea completa, absoluta se puede decir, de las maquinaciones que la producen y de los efectos que causa. Unamuno ha dicho: 'Y o ese hombre, tú, yo, este otro, tiene su fin último ultramundano o esto no es sino una lúgubre procesión de fantasmas que salen de la nada para ir a la nada y la historia humana la más horrenda tragedia que se puede conocer”. Y está en la verdad: si nos queda un poco, nada más, de confianza en la bondad de las conquistas humanas, debemos confiar también en que un día habrá terminado el espectáculo de la guerra y para siempre jamás...

PABLO EMILIO.

1920.