Los Nuevos: Víctor Barberis C., por Martín Bunster Montero

Durante la visita que los estudiantes de Talca hicieron a Concepción, hace cuatro años, Victor Barberis, alumno entonces del Liceo, leyó en el Ateneo de esta última ciudad un estudio sobre la intelectualidad talquina. Henchidas de arrestos rebeldes, las palabras de aquel poeta adolescente tuvieron -una vez conocidas en el poblacho- el don de agitar los ánimos y de promover polémicas en los periódicos Víctor Barberis citaba nombres. Indiscutibles algunos. Desconocidos los más; pero cuya valía el tiempo se ha encargado de evidenciar. En cambio, silenciaba ciertas personalidades de artificio detrás de las cuales andaba el cortejo de las admiraciones rutinarias. Además, tras una franca profesión de fé modernista, afirmaba: “Aquello de usar moldes trasaburdos de cenirse extrictamente a la retórica y demás chocheces de nuestra mamá política la Real Academia Española -(compuesta de seres respetables en cuanto a las canas que les ha pintado la Edad)- son accesorios acomodaticios, de que se puede prescindir sin- mayores consecuencias.” Todo esto entrañaba una grave lesión a los sagrados ritos de la incompetencia erigida en culto. Los pequeños eruditos de pueblo, los profesorcitos de castellano, sabihondos y estériles, los abogaditos literatizantes, que hacen arte como expedientes administrativos hubieron necesariamente de alzar el grito al cielo. Y no faltó quien señalara la situación deprimente en que quedaba gran parte del profesorado del Liceo. ya que había alumnos consagrados y profesores que no lo estaban!... Mientras tanto Víctor Barberis aprontaba impasible el tumulto de injurias que se le prodigaban, y su personalidad artística se acentuaba cada vez más, al par que adquiría la conciencia de la carroña que bullía a su alrededor. Hoy día Barbeis se esfuerza, aquí, en la capital, por obtener un título universitario. El ambiente -poblano, y sto desde lejos, adquiere torsos simpáticos y en el espíritu del poeta florece acariciante la nostalgia de las horas vividas. Y acaso junto a la imagen de un trozo de calle de la ciudad lejana, persiste todavía.-¡oh, flor de los recuerdos! la caricia tibia de unos ojos de niña. Aquí, sus hoy escasas ambiciones de gloria, le han ido alejando, poco a poco, de los cenáculos y de las revistas literarias. Prefiere laborar silenciosamente en la intimidad de unos cuantos muchachos que le comprenden, y que, como él, hacen vida de suburbio. En la vida y en los versos de este poeta hay algo de la entereza moral del que ata su existencia a la necesidad de los hechos cuotidianos y pone su emoción en la armonía única de todo lo creado, en el latir tautócrono de los instantes. Sin ser un epicúreo ni un atormentado sexsual, Victor Barberis ha sabido huír de la ramplonería crasa de los que se entregan lloriqueando. Sabiamente subjetivo a veces, gusta también, no poco, de acordar su música emocional con el ritmo interno de los hechos y de las cosas. Y es así como el hilvanar cotidiano de los momentos va agregando a su acervo poético nuevas sugestiones, siempre renovadas y siempre sencillas. La obsesión entrañable de los recuerdos, que se aviva a cada carta que llega; las alternativas gozosas y tristes que traen consigo los viajes; el presentimiento de algo doloroso que ha de venir -que no es más; que una forma de la obsesión de la muerte,- todos estos estados de espíritu efectivos, encuentran en los versos de Barberis un vaso maravilloso. Y luego su manera de sentir el paisaje -tan suya- y aquellos retazos de la vida pueblerina en donde nunca falta de detalle novedoso y fresco, que habla de una inspiración verdadera.

EL JEFE DE ESTACION Campechano, doctísimo en mostos y vihuelas, ejerce sus funciones de jefe de estación.

Ríen sus ojos pícaros como dos muchachuelas en el circo del pueblo las noches de función

Cuando jóven fué (dicen) socialista deveras. (A ratos le sacuden humos de rebelión) adornan su casucha lindas enredaderas y es famosa la dulce uva de su parrón ..

Sus hijas, dos morenas de caderas gloriosas, en los días de fiestas-locuelas mariposas miran rodar los trenes soñando un foIletin ..

La mayor de la escuela rural es preceptora, la otra, de boquita roja y prometedora, con el telegrafista tuvo un serio desliz.

SUPERSTICIÓN La luna se alarga, rayando lo oscuro, a la cruz del cerco que orilla el parrón. Y los trasnochados sueltan un conjuro que en la noche negra suena a maldición.

Perdida en la iglesia bañada al carburo llora la campana su resignación. Una sombra cruza allegada al muro, y el viento revuela su pobre bordon.

Una piedra rasga la noche, se obstina; cae en el estero sangrando una inquina: Círculos concéntricos. Y grazna, un chonchón En los rostros pálidos terror se adivina y un grito siniestro rasga la neblina el alma del muerto que clama expiación..

EL VIEJO Allá, cuando mozo, su vida fué amarga. Despiadadamente, le hacernos hablar. Se atuza el mostacho, enhebra la charla, y empieza su historia vieja como el mar.

Un hipo de pena, furtivo, se escapa; y él, cierra los ojos tarda en recordar, lía su cigarro, guarda la petaca, y el corro sonríe para no llorar.

El hambre es un cirio que arde en su mortaja. Pobre viejo triste... El dolor le encaja su fiebre, y el muere de tanto penar. Alguna mañana de invierno temido la muerte, piadosa le habrá sorprendido narrando su historia vieja como el mar...

MIENTRAS RUEDAN LOS AÑOS... Miéntras ruedan los años yo he pensado que un día la mano del destino nos habrá de alejar.

Tú, sentirás la garra de la melancolía; yo, saldré de la pieza por no verte llorar. Los libros hacinados en loca algarabía. Una carta que dice que debo regresar; me han buscado una novia que me adora y es mía, que me debo a mis padres y me debo a mi hogar

Se tenderá el olvido sobre el vivir opaco...

Recordarás un día: “Era un muchacho flaco, se recibió de médico y una tarde se fue...

Y yo, viejo, en el fondo de un pueblucho ignorado recordaré tus ojos azules, tu peinado y la vida en la santa pieza de un cité.

ORACIÓN A la oración los álamos rezan una plegaria que monotonamente sube de la arboleda; y el viento vuelca, triste, de su cántaro el aria quejumbrosa y dolida de la hora de queda.

Melancólico, un grillo canta en la paz agraria su serenata enferma a la luna de seda, y en la unción de la tarde, como una luminaria, el río enrojecido un arrebol remeda.

El sendero, del llano perfumado a poleo, sube la fatigosa repecha del faldeo y allegado a los cerros lentamente se pierde...

Y en un recodo un sauce, -filósofo greñudo- interroga al viajero con un sollozo mudo en la última esperanza de su retoño verde.

VIEJO ROMANCE Su aristocracia blanca solloza en mi tristeza la gracia refinada de su divino andar; y mi boca afiebrada sueña morder la fresa de sus labios en donde monorrima un cantar.

Por sus ojos azules la divina diableza, y mis arrestos líricos sufren la sed de amar.

La he soñado en el fondo de un vaso de cerveza entre el humo azulado y la fiebre del bar.

En las noches enfermas de mi melancolía (cuando pienso que nunca su boca será mía y una angustia de siglos me muerde el corazón), por evocar la historia de una noche lejana cruzo en silencio bajo la paz de su ventana la calle florecida de luna y de perdón.

PUEBLO Cae la noche enferma sobre el pueblo dormido, hilvanan su leyenda, donde medra una bruja, las novias miéntras sueñan el novio que se ha ido Tras de la esquina el miedo temblando se arrebuja

Turba la paz el són lejano de un ladrido, un árbol con su copa agriamente dibuja el recuerdo enfermizo del gran amor perdido en las calles, polvosas de leyenda, se estruja.

Lentamente, en la calma fragante a limonero, se aleja por la calle torcida el pregonero hilvanando la amarga pena de su conseja

Como enorme pupila la luna atisba arriba, y fulgura un lucero su blanca luz esquiva sobre la torre gris de la parroquia vieja.