La Ley y sus Consecuencias.

(CRONICA DE ESPAÑA)

Los legisladores creen de buena fe que el problema social se limita simplemente a la sanción de nuevas leyes represivas. La Ley de excepción promulgada allá hacia el año 1894, sirvió para ajusticiar a Angiolillo en Vergara; más, no evitó que los atentados a las cabezas coronadas y jefes de estado se repitiesen; la Ley de Defensa Social argentina y otros abortos del cerebro calenturiento y obtuso de los leguleyos no lograron cambiar el curso de los acontecimientos. La acción violenta tiene su origen en la acción solapada y rastrera de la justicia histórica, cuyo objeto no es otro que el de perpetuar la violencia. En esta mísera España, entregada al furor de unos cuantos caudillos con sus infames cacicatos, acaba de surgir un nuevo Maquiavelo, enemigo del género humano, con una reforma del Código penal que deja, si se quiere, muy atrás las disposiciones del Fuero Juzgo de los reyes visigodos. El señor Piniés, que tal es el nombre de este tipo retrógrado y feroz, cree que con sus reformas arbitrarias, la cuestión social quedará al fin zanjada, favorablemente para las clases privilegiadas. Así como Nerón creyó ahogar el cristianismo echando a las fieras los cristianos y Torquemada soñó con el exterminio de los herejes celebrando autos de fe, así, algunos leguleyos del siglo XX quieren ahogar toda aspiración de miras elevadas, con la aplicación de penas capitales, prescindiendo, como el señor Piniés opina, del veredicto del jurado, cuyo cuerpo, dicho sea de paso no es otra cosa que un formulismo hijo del régimen burgués, para así hacer constar que obran con el beneplácito del pueblo. Si los legisladores fuesen hombres probos y; más bien que penalistas fuesen sociólogos, en vez de andarse por las ramas, sancionando leyes represivas, pensarían en buscar los medios de eliminar las causas generadoras de tales efectos. La acción violenta es consecuencia lógica del organismo social, que tiende por todos los medios a la eliminación del derecho de la justicia. De aquí resulta la decisiva actitud de ciertos elementos, a quienes no les queda otro camino que el de la violencia. Si agregamos a esto la actitud de los capitalistas y sus secuaces, los «métodos» de represión de que se valen, sus sindicatos amarillos, la prensa, la moral y la religión, defendido todo y justificado más que por la razón de los hechos, por las huestes de matones que pasean ufanos por las calles de las ciudades o en los caminos de aldea, la violencia a guisa de revancha está de sobra bien justificada. Si bien es cierto que en Barcelona, Valencia, Zaragoza y algunas otras capitales de provincia, se dieron casos de reacciones violentas, están por demás justificadas dada la actitud patronal. Ningún papel burgués de esos que andan por ahí alzando la voz al cielo ha dicho la verdad de lo que pasa en dichos lugares. A los delegados y socios de los sindicatos amarillos se les permite el uso de armas, para que puedan agredir con toda impunidad a los obreros organizados. Ante las continuas opresiones de que son víctimas, los obreros organizados no pueden asumir otra actitud que la de la violencia. Y he aquí por qué nada valdrán las leyes represivas, mientras el sistema no cambie. Sabido aquello de que no podemos llamarnos libres mientras vivamos entre esclavos, ni es posible la tranquilidad del señor mientras existan seres a quienes la sociedad despoja de sus derechos y del producto de su trabajo.

SOLANO PALACIO. Gijón. 18 Mayo 1921.