La Moralidad de la Burguesía

Se puede decir que el terrorismo burgués ha llegado a su apogeo. Ha habido, en el pasado, períodos de sombría reacción, en que estaba proscrita toda clemencia, en que la brutalidad sanguinaria era el único método de las mayorías victoriosas, en que el respeto por el pensamiento aparecía como una debilidad y una falta. La contra revolución nunca ha alimentado escrúpulos. La exterminación de los hombres que se permitían combatir el régimen de los privilegiados y el poder de las oligarquías, ha sido uno de sus inmediatos medios de acción. En 1848, después de Junio, la venganza de los republicanos tricolores y de los monarquistas fué atroz. Se mostró tanto más cruel cuanto que más habían tenido miedo. La represión de Cavaignac fué mediocre al lado de la que Thiers, prescribió durante y después de la semana sangrienta: el balance de las víctimas de 1871 y años siguientes, se muestra comparable al balance de las víctimas del Terror Blanco en Hungría. En otras fechas de la historia, el furor contra-revolucionario de los hombres afianzados en el poder público hizo estragos en una intensidad equivalente. Se ha calculado en 8,700 el número de militantes ahorcados o fusilados por las órdenes de Stolypine. Lo que caracteriza nuestro tiempo es que las represalias feroces de la aristocracia capitalista no se limitan a un sólo país o a algunos países, sino que se ejercen universalmente. En 1909 la muerte de Ferrer en los fosos de Monjuich ha sacudido de indignación a la humanidad. En ese momento la burguesía liberal, los universitarios condenaron el acto odioso del gobierno y del militarismo español. Las costumbres se habían endulzado. Se tenía menos miedo a las ideas: es que el mundo atravesaba una fase de estagnación y la estructura social parecía no ser amenazada de frente por ataques inmediatos. Pero, mientras que los tiempos cambiaban, las costumbres han evolucionado. La guerra ha cavado un gran foso entre esa época y la nuestra. Hombres que han condenado la ejecución de Ferrer en 1909 hoy permanecerían mudos si Ferrer fuera juzgado y ejecutado. No solamente guardarían silencio sino que, hasta talvez aprobarían el crimen en su fuero interior. Se han producido dos grandes hechos. Primero la guerra que mató la indulgencia, el respeto por la vida, el cuidado de la civilización, el desprecio por ciertas violencias. Ella ha sido, para casi todos, la escuela de la barbarie que exaltaba, de la bestialidad que es necesariamente la característica común de los que vierten la sangre con propósito deliberado. Cuando 15 a 17 millones de hombres han sido segados en el campo de batalla. ¿Cómo se va a vacilar en suprimir todavía algunas decenas o centenas de millares de otros hombres? La regresión ha sido formidable. La naturaleza humana, en que dormitan tantas bajas codicias, ha sido conducida a los instintos ancestrales. El civilizado de 1921 que ha construído las trincheras, alimenta para con sus semejantes los mismos sentimientos que el gran mono primitivo podía mantener con respecto a uno de sus conjéneres. El otro hecho es la explosión de la revolución mundial. Si todos los Estados no han experimentado a la vez la suerte del Estado de los zares, todos han sido rotos en sus bases, todos temen por su vitalidad y sienten que crece el asalto de las clases obreras. En (página siguiente) 1848 ni Holanda ni Suiza ni los países escandinavos temían a las jornadas de Junio; en 1871 Alemania, Austria, Italia, Inglaterra se juzgaban al abrigo de una Comuna. Por el contrario en 1921, y este período dura por lo menos desde 1918, todas las minorías posesoras se dan cuenta que existe para ellas peligro de subversión y de expropiación. Y he aquí por que frente al comunismo amenazante y a la crisis financiera y económica que minan en sus fundamentos el régimen capitalista, la burguesía hace estragos en todos los continentes, aquí para reprimir, y allá para prevenir. Que el gobierno tome la iniciativa de la represión sangrienta y de las masacres en masa como ha sucedido en Finlandia y en Hungría, que oculte los ardides criminales de los grupos sociales retrógrados, como en España y en Italia, que haga leyes de excepción o que viole su propia legislación, como en Bulgaria, en Tcheco-Slovaquia, en Yugo-Slavia, en Inglaterra, en Francia, en América, la situación es la misma. En la represión no hay más que diferencias provisorias de grados. Mañana pueden atacarnos fascistas organizados a la italiana o somatenes equipados a la catalana; mañana pueden caer militantes a la vista de la clase obrera francesa, bajo el revólver de los asesinos, como Kurt Cisner, Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Yogisches, Gareis o Haase; mañana el terror blanco –del cual el Sur de Francia ha dado, hace poco más de cien años, un brillante ejemplo– puede renacer en su tierra de origen. No tenemos que esperar ni induljencia ni piedad de una burguesía que ha perdido sus cualidades de cultura y de humanidad, y que, como todas las clases declinantes, se ha hecho un alma de piedra. Es la lección de los tiempos. Frente a la clase obrera, de un estremo al otro del mundo, las oligarquías dirigentes alimentan los sentimientos que denominaron en la San Bartolomé. La antorcha de la humanidad ha pasado a manos del proletariado. Hasta moralmente la burguesía se ha condenado.

PAUL LUIS.

De Clarté, Paris.