Crónica de la vida intelectual en Francia.

Verhaeren a través de la Europa

Verhaeren en marcha... Quien no lo ha visto internarse en una ruta, con toda su fuerza frágil, a trancadas violentas, no sabe lo que un hombre puede absorber de viento y de paisaje y dar a este en cambio, de su ardor y su temperamento. Verhaeren es movimiento para saciar su alma anhelante; es el hombre que pasa, que no se instala en vuestra casa para permanecer en ella, entra de un tirón, os mira a los ojos y después se va a continuar su viaje. Verhaeren es una evasión perpetua, un ímpetu hacia el exterior. Desde su juventud había sentido poderosamente este llamado. Cada vez que lo podía hacer partía en peregrinaje por los caminos de Europa, ligera la bolsa y bien repleta el alma, –sueño que cualquier compañero de espíritu vagabundo, podía entonces tan fácilmente realizar, para su regocijo y para la belleza del mundo. No solamente Londres que explora incansablemente para animar allí su tortura íntima, exacerbar su viejo sufrimiento de entonces hasta hacerlo gritar y liberarse de él por su exceso, sino las ciudades hermosas y trepidantes, Manchester, Glasgow, Liverpool, son surcadas por este viajero que aspira en ellas su horror acre y magnífico. Después es la Alemania de Bayreuth a Koenisberg, desde sus puertos donde afluyen las más altas mareas del tráfico intercontinental, hasta sus pequeñas ciudades sonrientes en sus sueños medioevos. En Florencia su sensibilidad nórdica olfatea un encanto pernicioso. Mientras que la España autóctona, la de los arrieros, de los pescadores, de los hombres del pueblo, por su colorido brutal y su violento perfume, le da la sensación de encontrarse como en su casa. Caminatas a la aventura de un solitario atormentado por una sed de humanidad, que trata de conocer más y más, de franquear en todo sentido el círculo de los contactos cuotidianos, ardiente para sorprenderse del giro que tomaba su sueño en una nueva decoración, para exaltarse en formas, matices, sonidos en que vibra un sentido inédito. Vagabundajes en que las piedras del borde del camino confían al viajero que sabe oirlas, esas historias que no dormitan en los libros.

Más tarde a medida que aumentaban las obras y la gloria y se multiplicaban los grupos densos de amigos, de admiradores, mucho más allá de la Bélgica y de la Francia, él prosiguió el viaje, porque del fondo de sus baladas de antaño a través del mundo, con la plena madurez, poco a poco, se había levantado en él, el alba de una conciencia más vasta. Había cantado para la Europa y esta se había reconocido en él y lo saludaba en todas sus lenguas. Y Verhaeren volvió a Alemania, no ya como el peregrino solitario que visitaba la vieja ciudad de Kant y vagaba por los muelles de Hamburgo, sino solicitado por grupos fervientes que le hacían cortejo, lo festejaban como al más puro de los que encarnaban la fresca conciencia del mundo. El poeta regresó de Alemania, agitado aún por esta acogida. Después fué a Rusia, su viaje más grande, para responder al llamado de sus amigos de Moscú. Si había sido festejado en Alemania, aquí fué la comunión más exaltada. Había que oir a Verhaeren cuando trataba de relatar algunos episodios de su permanencia en Rusia, o más bien había que adivinarlo porque había sido demasiado fuerte para que la hubiera podido traducir bien. La guardaba en su interior como uno de los momentos sagrados que muestra la inmensa generosidad de alma de una raza para la belleza en la humanidad. Que se busque un eco de ello en la conferencia, que dió en Ginebra Lunatcharsky y que han publicado Los Humildes. Momentos radiosos de ayer que reflejan sus grandes poemas por donde corre y se encausa la sangre de las venas de un continente: volved a leer Les Visages de la Vie, Les forces tumultueuses, La multiple splendeur. Verhaeren ha escrito también, su Canto del Buen Camino. El también ha tomado un lugar en la falange de los grandes Camaradas. Detengámonos en las impresiones de este regreso de Rusia. Más allá no hay más que la partida al destierro, no hay más que ese triste viaje al país del odio, país desolado, país desconocido y frío, que el poeta no había frecuentado nunca y en donde, tan extrañado de sí mismo y del paisaje, tan a disgusto y tan atormentado de tristeza, le sucedía a veces echar una nostálgica mirada hacia atrás, hacia “el hombre que yo fuí”. Ya no hay más–oh recuerdo!–que el supremo viaje de sus despojos por las rutas del Norte. Esta Europa hoy abolida, cómo nos faltaría a pesar de sus defectos, si entre sus escombros, divisáramos en un rincón perdido, fuera de la multitud indiferente los verdes retoños que daban tan bellas promesas antes del cataclismo: el sentimiento ingenuo y fuerte del hombre para el hombre. Helos aquí, germinados de la simiente maravillosa que ninguna conmoción de la tierra ha podido destruir, sembrados de nuevo en un suelo removido, prestos a llenar los espacios si velamos por su crecimiento y vigilamos sus enemigos. Ved pues, como, a despecho de los que querrían retenerlo para siempre prisionero, después de su muerte, en esta región de destierro en que infinitamente desgraciado (más de lo que se supondrá siempre) no permaneció más que porque creía firmemente, cándidamente que era su deber –los que querían hacer del grande y querido Verhaeren una máquina de guerra en apoyo de sus proyectos de asesinos– ved pues como se evade, el gran vagabundo, el que no se detiene más que un instante! Ved como hoy en, que, entre los mediocres, los filisteos a los que ha sido necesario las Alas Rojas de la Guerra para revelar la existencia del más grande poeta europeo, se esfuerzan por presentarlo como un odioso y vulgar Tirteo–en que tantas manos indignas le prodigan sus caricias y tratan de borrar en él, hasta eso mismo por lo que el porvenir lo saludará y lo amará –Ved como un Verhaeren aspira a continuar sus bellos viajes a través de la Europa, no ya como paseante solitario, sino rodeado de un cortejo de amigos–él que fué amado apasionadamente, como pocos hombres lo fueron– acogido en todas partes como hermano, como mensajero, sembrando su buena palabra de poeta:

Admiraos los unos a los otros

Vedlo con otros grandes camaradas de su talla, preparándose a volver a dar invisiblemente la vuelta a Europa, levantando, confortando, exaltando. Yo soy de los que no se resignan a figurarse en una carcel a este loco enamorado del pleno aire y de los que no pueden ver al grande y querido Verhaeren más que como antes: el hombre que siempre camina, espaldas un poco agachadas, frente erguida, bigotes al viento, en el bello camino por donde pasa toda la esperanza del mundo.

LEON BAZALGETTE.