El debate sobre la cuestión social en la Federación de Estudiantes (Sexta parte)

Demaría (continuando).– Afirma Vicuña que todo el avance de la industria moderna se debe a la competencia. Esta es, a juicio del que habla, una afirmación histórica discutible, porque al lado de la competencia está la introducción de la máquina, que ha tenido influencia decisiva en el avance de la industria. Por lo demás, la competencia conduce siempre a la explotación, y con eso los perjuicios son mucho mayores que los beneficios que produce para la sociedad actual. Por eso debe sustituirse este principio por el de la cooperación, cambio que irá acompañado naturalmente, de un cambio de las costumbres de la moral. Nos dice, también, Vicuña que la explotación no es el producto de la competencia sino de la falta de nociones morales; lo que es fundamentalmente falso. Un patrón no puede dejar de ser explotador por muy buenas intenciones que tenga; pues, si aumenta los salarios de sus obreros o les mejora sus condiciones, sucederá que la competencia le obligará a detenerse, o bien, irá irremediablemente a la ruina de su industria por el aumento del costo de producción. Vicuña.– Hay que tener en cuenta que los patrones ganan cantidades fabulosas, y, como les faltan nociones morales de altruísmo, atienden sólo a enriquecerse, explotando a los trabajadores. Demaría.– No entiende cómo puede ser sólo la falta de moralidad la que determine la explotación. Para él es la competencia. Supongamos que un empresario tenga las mejores intenciones. La competencia le impide mejorar todo lo que quisiera: si aumenta demasiado los salarios, quiebra. No hay otra posibilidad. Barrenechea.– Vicuña–para demostrar que era la falta de moralidad la que producía la explotación– ponía el ejemplo de la industria familiar, diciendo que, a pesar de la competencia, en ella no había explotación, porque todo interés se subordinaba al cariño. Es claro que no hay en este caso explotación. El trabajo se hace en común y el producto se reparte según las necesidades de cada uno. Vicuña.– ¿Cómo no hay competencia? ¿Y no compite esta familia con otra que se dedique a lo mismo? Barrenechea.– Sí, siempre que se vendiese el producto de esta industria; pero la competencia es externa. Dentro de la familia misma no hay competencia, y es por eso que no hay explotación. Ahora, la competencia externa, sí que provoca explotación: las familias que se dedican a la misma industria son enemigas entre sí, y la competencia hace bajar el producto, con lo que se perjudican las familias. Demaría.– Va a terminar en pocas palabras a causa de lo avanzado de la hora y para dar tiempo a que hagan uso de la palabra otros camaradas. Decía Vicuña que la declaración «Reparto equitativo del producto del trabajo común» era vaga, injusta y en último término incomprensible, porque supondría un punto de comparación para hacer el reparto. Opina que la Convención habría sido más precisa si hubiera dicho «reparto según las necesidades de cada cual» para no incurrir en la vaguedad e incomprensión de que la acusa Vicuña, por lo que está de acuerdo con él. Entra a analizar el principio: «vivir plenamente su vida intelectual y moral» que Vicuña encuentre falso, antisocial y divergente. Tomado el individuo aisladamente talvez merecería la declaración esos calificativos; pero hay que considerar que el hombre vivirá plenamente su vida intelectual y moral dentro de los principios básicos de la sociedad a que aspira la Convención y por consiguiente, subordinado a ellos; y entonces no hay divergencia. Por otra parte, desde el momento en que suponemos que el hombre ha de vivir en el seno de una colectividad, es imposible suponer que pueda vivir plenamente en su desarrollo intelectual y moral.

A continuación dice Vicuña que el papel del proletariado es formar al opinión pública, que desarrollará acción espiritual, opinión de la que estarán excluídos los patricios por estar implicados. Francamente, no entiende esto de que los patricios no se puedan ocupar de lo que les interesa; es lo mismo que si la Federación no pudiera opinar cuando se la ataca, por estar implicada. Vicuña.–Claro que hay implicancia de los patricios, porque como los hombres no son santos, tenderán a veces al abuso. Barrenechea.– Luego admite Vicuña que los patricios tendrán solidaridad de clase. Frente a ésta se erguirá la conciencia de la clase proletaria, y la lucha de clases persistirá. Vicuña.– Se refiere a los casos generales; no a que un patricio abuse, si no a aquellos casos que interesen a toda la colectividad. Barrenechea.– Pero si se dice que la opinión pública tendrá sólo fuerza espiritual, es claro que no podrá imponerse a un burgués abusador, a menos que emplee coerción. Vicuña.– Indudablemente. Barrenechea.– Lo mismo acontecerá cuando un patricio trate de imponer como sucesor a un hijo suyo, que bien puede no ser apto, y que el patricio –por ser hijo suyo– encontrará el más apropiado para dirigir la industria después de su muerte. Vicuña.– Pero no siempre los hijos van a ser tontos. El padre los educará de acuerdo con el positivismo y, lo más probable, es que sean aptos. Demaría.– Por lo demás, formar la opinión pública será el papel del proletariado en la época del positivismo; pero en la actualidad el proletariado debe organizarse y actuar. Si como lo piensa Vicuña, se admite la revolución proletaria como algo que fatalmente tiene que venir, se acepta la lucha de clases. Entonces, no se puede hacer otra cosa que apresurar el proceso y preparar al proletariado para que el período de tránsito sea corto, y para que aparte de destructivo, sea un período de reconstrucción. Después sostenía Vicuña que es inexacto que el régimen actual es de fuerza, puesto que todo régimen se mantiene por la inteligencia y el sentimiento. Afirma que el régimen es de fuerza puesto que hay una minoría que explota a la inmensa mayoría, lo que no es posible sin la fuerza. Es muy distinto que el proletariado no se dé cuenta de la violencia –tampoco se daban cuenta los esclavos– que, sin embargo, existe. La violencia actual se traduce por el desarrollo exagerado del culto a la fuerza; por la protección desmesurada a las fuerzas armadas; por los intentos de prestigiar un poder judicial corrompido, etc. Pasa por alto otras observaciones que le sugieren las declaraciones de Vicuña, y entra a analizar las conclusiones que propone. Le parece que estas no fluyen de lo que dijo antes de exponerlas, porque, en parte, se refieren a detalles. En reemplazo de la Declaración de Principios que es bastante amplia y más o menos lógicamente desarrollada, propone otras que, por lo demás, son inadmisibles ahora, por no ser el Directorio autoridad suficiente para modificar los acuerdos de la Convención. Junto a la cuestión social entra a detalles de orden internacional, que, si bien es cierto tienen relación con aquella, se han establecido divisiones convencionales de los diversos problemas. Algunas declaraciones son discordantes con la hilación lógica. Después de sentar principios generales propone cosas particulares que son insignificantes, si se considera que una Declaración de Principios debe contener sólo doctrinas generales. En síntesis cree que las conclusiones propuestas por Vicuña deben ser rechazadas, por no ser, en ningún caso, más coordinadas ni concisas que la Declaración de Principios criticada. García Oldini.– Empieza declarando que pide el rechazo de plano de las proposiciones de Vicuña, por las razones que agregará a las que adujo Demaría. Las divergencias de los informes radican, esencialmente, en que hay una tendencia revolucionaria y otra evolucionista. Y su opinión respecto de ellas saldrá de lo que diga analizando las declaraciones de Vicuña. Vicuña nos dice que el principio de la renovación constante implica el escepticismo. El escepticismo no existe en la realidad, porque se deja de ser escéptico desde el momento en que se afirma algo. La Convención afirma una serie de cosas y recomienda acción, luego no puede ser escéptica. La Humanidad de hoy es la superación de una Humanidad inferior. Así ha sido siempre. Los valores humanos están en constante renovación y la Convención hace bien al recomendar la crítica como medio de perfección. Todo lo que el hombre concibe no es sino el producto de necesidades. De aquí, que las apreciaciones que los hombres hagan de los hechos, dependan de la mayor o menor utilidad de éstos. La moral no tiene, entonces, más objeto que ayudar al hombre en sus funciones, individuales, sociales y específicas. De aquí que, variando el concepto de lo útil, varíe la moral, la cual es entonces absolutamente relativa. La veneración que se tiene por el padre y la familia no es sino una consecuencia de una necesidad de la especie. La familia es hoy necesaria, pero nadie nos puede asegurar que mañana no deje de serlo, por lo menos, en la forma en que se la concibe hoy. Lo mismo es el hecho general de matar; su importancia moral varía con la necesidad y las costumbres. Los hechos, por tanto, no son buenos ni malos, morales o inmorales, sino más o menos útiles. Entrando al concepto de Revolución, encuentro un poco ingenuo decidir si vamos a hacer o no la Revolución. Cada forma en que se concreta la vida crea intereses que tienden a estabilizar la sociedad. Pero, la fuerza de la vida produce, a veces, un desiquilibrio y se hace necesariamente la Revolución. Se ha dicho aquí que la Revolución puede ser perjudicial. No cree que, si responde ésta a necesidades de la vida social, pueda ser perjudicial. No cree, por ejemplo, que lo poco que se consiguió con la Revolución Francesa se hubiera conseguido más rápida y hondamente por medios evolutivos: ni que la libertad de los esclavos en E.E.U.U., por ejemplo, se hubiera conseguido más fácilmente sin acudir a la fuerza, cuando se vió claramente el fracaso de la ley evolutiva de libertad, desde el momento en que hubo que imponerla por la violencia del gobierno. Fiarse únicamente en la evolución implica entregarse al tiempo, que es el gran deformador de las ideas y de los sentimientos. De ello tenemos un ejemplo en el cristianismo, que no es ni la sombra de lo que soñó Cristo. Y, exactamente, podemos repetir con alguien: «El Cristianismo murió en la cruz el mismo día y a la misma hora en que murió Cristo».