De la Profesión Intelectual

En los días de la semana pasada terminó una polémica que se había iniciado en los diarios de Santiago a propósito de la profesión intelectual en Chile. Alguien llamó la atención en un corto artículo en “El Mercurio” acerca de la poquísima producción del año que corre, e hizo de paso observaciones de carácter más general sobre las causas que, a su juicio, determinan este estancamiento lamentable de la literatura chilena. El año 1921 se presenta, en efecto, pobre como ninguno en obras nuevas de literatos viejos o jóvenes. El libro que será sin duda la salvación de este período de tiempo es “La Fiesta del Camino”; de Ernesto Guzmán, que está actualmente a punto de ser puesto en circulación. Es necesario no olvidar el pequeño folleto “Vibraciones actuales”–¡qué titulo!– por Fernando García Oldini, corto volumen que no tiene sino dos capitales defectos: 1.° que el autor no ha sabido escoger a un escritor que dé base para una fecunda “construcción estética” –como define la crítica el propio estudiado, Armando Donoso– ya que el lírico divagador de “Un hombre libre” es bien poco original: y 2.° que Oldini no ha podido ponerse a la altura de los asuntos que a propósito de los tópicos que Donoso trata, se pudieran desarrollar; es decir, que a pesar de ser un muchacho enormemente estudioso, sus investigaciones científicas y filosóficas no han alcanzado en Oldini un grado de madurez que le permita, por ejemplo, hablar sobre la obra vasta y profunda de Le Dantec. ¿Y los otros libros del año? ¿Zegrí, Romero, Méndez de la Rúa? Es mejor olvidarlos, indudablemente. Todos los años, se me dirá, se proclama en decadencia la literatura nacional. El hecho es exacto, lo confieso, pero en éste encuentra comprobación especial. No ha aparecido aún –y estamos en Octubre– una novela o un ensayo de novela, como casi siempre es lo que se nos presenta bajo aquel nombre; y si no fuera por el libro de versos de Ernesto Guzmán, la poesía estaría tan por los suelos como la prosa. El balance no puede ser más triste y desalentador. Claro que sobran buenos deseos y sería bello que se realizaran, aún cuando no fuese sino a medias. El concurso de cuentos que abrió el diario “La Nación” fracasó artísticamente, pues las obras premiadas no pueden dar una idea ni vaga siquiera de nuestra literatura. Si ella no fuese sino lo que aquel resultado indica, sería cosa de irse aprestando para declarar que –por lo menos en la literatura novelesca y cuentística en especial– todo esfuerzo positivo y original había sido inútil. ¿Qué se han hecho Baldomero Lillo, Mariano Latorre, Fernando Santiván, Federico Gana, Rafael Maluenda? Al menos en ese concurso no se les ha visto figurar. Acaso hayan presentado páginas como las que ellos han escrito y son capaces de escribir, y aquel bendito y femenino jurado haya preferido los famosos “Asfaltores”... Sobre todo por el valor de actualidad que poseen... Es necesario tener en cuenta también que las editoriales serias no han lanzado en los meses que van corridos de 1921 ningún libro digno de ser tomado en consideración. “La Chilena” ha interrumpido sus labores con “Zurzulita” a fines del 20; la “Minerva” sólo ha editado dos volúmenes: “En viaje” de Eliodoro Yáñez –gerente de “La Nación”– y “Crónicas del Centenario” de Carlos Morla Lynch –colaborador del mismo diario– El primero, más aún con un prólogo de otro colaborador de “La Nación”, Ernesto Barros Jarpa –hoy Ministro–. Por esto toda la actividad literaria de 1921 parece haberse polarizado en aquel diario; otros dirán si para bien o mal de la literatura. Pero he ido lejos del punto concreto que había querido dilucidar la polémica; esto es de la profesión intelectual y sus posibilidades en este país. Algunos de los otros que intervinieron en ella expresaron con claridad su desconsuelo de que se pueda hacer realidad aquí la profesión literaria, aun cuando dejaran ver un jirón de esperanza en el hecho mismo de que se preocupara alguien del asunto. Todo esto lo vino a cortar en forma brusca el editorial del Domingo 25 de “El Mercurio”. La rudeza de aquel artículo tenía la atenuante de señalar el verdadero quid de las quejas de muchos de aquellos que claman por la vida independiente y firme del escritor con el producto de su solo trabajo intelectual. Porque, en verdad, si algún escritor quiere vivir de la literatura, es preciso que sepa obrar en forma tal que lo que desea se convierta en una realidad. Hay quienes no escriben más de veinte páginas por año, y con ese bagaje quieren ocupar –son palabras de “El mercurio”– la posición de un Romain Rolland .. En Chile el literato estudia poco y se unilateraliza demasiado, por eso mismo. No se ha producido aún –y hay quien delira porque así se le llame– un símil de Remy de Gourmont, escritor más o menos universal. A muchos, y no precisamente a los más jóvenes, se les figura frecuentemente que la gloria y la estima general les van a caer a la vuelta de cualquier fascículo que escriban sin preparación y con más buena voluntad que condiciones. Aún más, conozco a uno que tiene fama acendrada de poeta –claro es que entre un núcleo pequeño– y su obra conocida, y aún no publicada, se reduce a... un poema de no más de veinte versos... Y tiene ese autor sus treinta años de edad. Con gente así no se puede aludir a la literatura, ni hay derecho para espantarse de que no avancemos ni mucho ni poco en este terreno. La profesión intelectual es cosa de los literatos mismos, de los interesados en que ella sea. No hay, sin ir más lejos, quién practique el alto periodismo que han practicado el ya citado Remy de Gourmont, el maestro Unamuno, Rubén Darío, la Condesa de Pardo Bazán, Juan Valera y otros que no recuerdo en este instante. Las corresponsalías del extranjero, los literatos se las dejan a amateurs vacuos como Ricardo Larraín Bravo; la crítica a los Omer Emeth. Por excepción, en “El Mercurio” publican los artículos admirables de Ernesto Montenegro –que son honra para cualquier periódico–; pero esto no basta. La mala situación actual de los literatos acaso sea un correctivo eficiente de lo que hay de reprochable en su conducta con el público y el arte que cultivan, y de allí puede ser que nazcan obras más independientes y bellas y a un tiempo fuente de recursos para sus autores.

RAÚL SILVA CASTRO