KODAK

Vacunación Obligatoria Entre las muchas incidencias desagradables que nuestra condición de ciudadanos nos obliga a compartir y soportar está la relacionada con la vacunación. El error comenzó con el nombramiento político de Director de Sanidad. Resultó lógicamente la designación de un personaje que se distinguía más por la confianza que en él cifraba su partido que por su capacidad efectiva para desempeñar el puesto. Si el actual Director de Sanidad no ha podido mejorar las condiciones sanitarias del país, debe renunciar. Se puede alegar que este funcionario es capaz y que la culpa está en la ninguna cooperación del gobierno. En ese caso el deber de renunciar tampoco desaparece porque el resultado práctico es igual. Si a un hombre se le designa para un determinado puesto y si no se le dan facilidades para desempeñarlo no es ni moral ni útil que se obstine en quedarse. En el caso actual, el Director de Sanidad que es el técnico ha sido subordinado a las inspiraciones de otro funcionario que es superior; pero que en este caso tiene solo las luces que puede tener cualquier abogado. Esta manifestación está demostrando que el Director de Sanidad no es tan capaz como para sanear al país ni tan fuerte como para impedir que en un asunto técnico se imponga la voluntad de personas que no lo son. Otro error consiste en haber acordado la vacunación de todos los habitantes en el mismo momento en que la epidemia ha comenzado a producir estragos. Con la acumulación de gente en los vacunatorios se ha extendido el contagio y con la ninguna atención que se ha prestado a la habilitación de locales adecuados para curar a los enfermos, ha aumentado la acción de la epidemia y ha hecho posible la muerte de numerosos individuos. Ahora para coronar tan hermoso programa se vulnera la libertad de tráfico con una medida que no tiene base en ninguna ley y que es absurda por los cuatro costados. Hemos visto el espectáculo que ha producido esta hermosa obra. Los conscriptos apostados en las esquinas se han dedicado a molestar a los transeúntes. Una distinguida joven fue ayer seguida por un milico y una turba de mocosos que gritaban: ¡atájenla! como si se tratara de un ladrón. Hechos como el presente son un lindo exponente de incultura y de brutalidad. Para no citar otros casos recordaremos que don Carlos Vicuña Fuentes fue obligado a abandonar un tranvía y a ir hasta la comisaría por este mismo motivo. Inútil es hacer otros comentarios; pero se nos ocurre que esta medida atrabiliaria e inútil podía perfectamente ser reemplazada por otros medios. Por ejemplo: aumentar la dotación de baños públicos y obligar a los propietarios de casas a mantener sus casas limpias, etc.— DEMOS.