Voces Altivas

L` homme est un apprenti, la douleur est son maitre, Et nul ne se connait tant qu'll n`a pas souffert.

La nuit d' Octobre. Alfred de Musset.

Bienvenidas las horas de dolor, horas rudas, de rebeldes apóstrofes, de miradas sañudas. Horas sanas de sombra, graves como de muerte, sanas porque en la sombra se cría el alma fuerte bizarra como el yelmo, dura como el broquel; pues, cuanto más el hierro castiga nuestra piel es más grande el orgullo de triunfar con esfuerzo, más erguida es la frente y más pujante el verso. Como al morir la tarde crece en bríos la llama así, bajo el dolor, la voluntad se inflama de heroísmo. Y veces es tal la hegemonía que asume, virilmente, nuestra humana energía que en vez de ser vasallos de la vida, forjamos nuestro propio destino como señores y amos! Mientras tanto lo estéril, lo que fue vano ideal, lo que es encanto frágil y contento trivial, con ascético esfuerzo, el corazón olvida; —¡arranquemos la flecha aunque mane la herida!— y, así solo, el espíritu, enclaustrado en sí mismo verá alzar como un astro su mejor optimismo sobre el haz de la vida. El dolor es la ley que al señor vuelve manso y da altivez al buey; y es la espuela encendida que hace valiente al bruto, y el vigor que alza el brazo para coger el fruto. En canto su faz recia no asome en nuestro umbral llevemos un crespón prendido en el ojal ¿pues qué confianza fuerte habrá en nuestro valor si nunca hemos medido la energía interior? ¿no dilata el sufrir nuestro vital aliento? ¿no es más ancha la llama cuando la insufla el viento? Y después del dolor una santa alegría es en nuestros espíritus el pan de cada día. De súbito, otra vez, la vida se colora como los claros plátanos cuando rompe la aurora. Y de nuevo una voz canta en el corazón con la confianza ardiente de una nueva ilusión y la sonora gracia de una fresca campana. Y asoma –como un niño curioso– en la ventana la inocente alegría de un rosal. Un relente de estrellas matinales alumbra nuestra frente. Torna a la sangre ardor y a los músculos calma. Y allá, inquieto en el ángulo más íntimo del alma de pie —como en la mano del hidalgo la lanza— surge encrespado un trémulo penacho de esperanza inmortal, de linaje inmortal; noble flor de silencio, de sombra, de ansiedad... de dolor!

Andrés Héctor Lerena