La Cooperación Libre y los Sistemas de Comunidad

Me advierten algunos amigos la necesidad de que este trabajo sea precedido de un corto resumen explicando la posición mutua de los partidos comunista y colectivista, porque esta última especie de anarquismo no es bien conocida fuera de España, donde se entiende siempre por colectivismo el marxismo, y no se explica cómo se puede ser colectivista y anarquista a un mismo tiempo. Para los anarquistas que pertenecieron a la antigua internacional, tal aclaración es innecesaria, porque el colectivismo anarquista es una reminiscencia de los principios de aquella asociación. Los anarquistas se decían entonces colectivistas, lo mismo que los marxistas. La idea del comunismo libre no se formuló hasta más tarde, y España es uno de los países donde penetro mucho después. La antigua Federación de Trabajadores afiliada a la Internacional, se decía anarquista y colectivista, y siguió en su totalidad la tendencia de Bakounine cuando la ruptura de La Haya. Anarquista y colectivista continuó aún después de disuelta la internacional. En 1882, y en el congreso de Sevilla, se formuló por primera vez la idea del comunismo, entonces bastante autoritaria en el fondo. Pero el Congreso se pronuncio en contra de esta tendencia. Naturalmente, la idea del colectivismo anarquista difiere mucho del colectivismo marxista. Nada de organización estadista, de retribución acordada por órganos directivos en aquel. La base principal del colectivismo anarquista es el principio del contrato para regular la producción y la distribución. Los colectivistas sostienen la necesidad de organizar, mediante pactos libres, grandes federaciones de producción, de tal modo, que ni esta ni la distribución marchen o se libren al azar, sino que sea el resultado de la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de la estadística. No acepta el principio comunista de distribución a cada uno según sus necesidades, y si bien al comienzo afirmaba el lema “a cada uno según sus obras” actualmente se contenta con establecer que tanto los individuos como los grupos resolverán el problema de la distribución por medio de convenios, libremente consentidos, conforme a sus tendencias, sus necesidades y estado de desenvolvimiento social. En conclusión. el colectivismo anarquista aspira a la organización espontánea de la sociedad mediante libres pactos sin firmar, ni procedimientos, ni una resultante obligada. En este sentido, la actual tendencia de los que se dicen anarquistas sin objetivo alguno, es también una reminiscencia del colectivismo. El comunismo anarquista en España, difiere del colectivismo en la negación, para ahora y para el porvenir, de toda organización. Extremando las conclusiones del comunismo de otros países, sin duda por el antagonismo colectivista, llega a la afirmación del individualismo en absoluto. Especialmente en algunas ciudades de Andalucía, y en ciertas de Cataluña, son los comunistas por completo opuestos a toda acción concertada. Para ellos, en el porvenir no habrá más que producir como se quiera y tomar del montón lo que se necesite, y piensan que en el presente todo acuerdo, toda alianza, es nociva. Realmente, esta especie de comunismo es resultado de una gran falta de estudio de la cuestión, mezclada con buena dosis de dogmatismo doctrinal. Claro es que hay en España comunistas bien conscientes que no echan en olvido las dificultades y la importancia del problema de la distribución; pero con éstos, como con los colectivistas desapasionados, no hay lugar a polémica, porque concuerdan en muchos punto de vista. Más aparte esto, puede decirse que el comunismo en España es demasiado elemental, demasiado simple, para que pueda ser presentado como concepción completa de la sociedad futura. Tan pronto tocan los linderos del anarquismo nietzschano, como se funde en el autoritarismo más pernicioso. De hecho el comunismo y el colectivismo adolecen de los defectos que se derivan de toda polémica continuada: la exageración y el fanatismo doctrinal. Quizá por la exageración metódica del colectivismo se produce en el comunismo la exageración atomística que reduce la vida social a la independencia absoluta del individuo y recíprocamente. Talvez sin el antagonismo de las dos escuelas, cualquier diferencia quedaría reducida a una simple cuestión de palabras; pero actualmente ambas tendencias son irreducibles. De un lado la necesidad de organizar, de concertar la vida social entera; de otro lado, la afirmación de que produciendo y consumiendo al azar, como cada uno lo entienda, se obtendrá la armonía social apetecida. En los detalles y en cuestiones de procedimiento, los dos partidos difieren aún más, hasta el punto de que no le falta razón al órgano del socialismo marxista en España –que se dice indiferentemente comunista y colectivista– para sostener que los anarquistas perdemos lastimosamente el tiempo discutiendo las quintas esencias de un porvenir que nadie puede determinar de antemano o a priori. Es todo lo que puedo decir acerca de la posición respectiva de los dos partidos o escuelas, dentro de las limitadas condiciones de este trabajo.

Entiendo por cooperación libre el concurso voluntario de un número indeterminado de hombres para un fin común. Por comunidad, todo método de convivencia social que descanse en la propiedad común de las cosas. Y siempre que haga uso de la locución. «Sistemas de Comunidad», será para designar algunos o todos los planes previos de comunidad, o lo que es lo mismo, determinados a priori. Hago estas aclaraciones porque es muy esencial entenderse acerca del significado de las palabras. Hay entre nosotros, los anarquistas, comunistas, colectivistas y anarquistas sin objetivo alguno. Con la denominación de “socialismo anarquista” existe un grupo bastante numeroso que rechaza todo exclusivismo doctrinal, y acepta un programa bastante amplio para que en principio queden anuladas todas las divergencias. La denominación socialista, por su carácter genérico, es más aceptable que cualquiera de las otras. Pero como, de hecho, las diferencias doctrinales persisten, conviene analizar sin compromisos, las ideas, e intentar el acuerdo eliminando las causas de divergencia. Aparte la fracción individualista, todos los anarquistas somos socialistas y todos estamos por la comunidad. Y digo todos, porque el colectivismo, tal como lo entienden los anarquistas españoles, es un grado de la comunidad, que a su vez los que se denominan comunistas no traducen de un mismo modo. Hay, pues, un principio común. Los diferentes nombres que nos damos no hacen sino revelar distintas interpretaciones, porque para todos es primordial la posesión en común de la tierra, instrumentos de trabajo, etc. Las diferencias surgen tan pronto se trata del modo o modos de producir y distribuir la riqueza. La disparidad de opiniones se hace sensible porque propendemos por educación al dogma, y cada uno trata de sistematizar, desde ahora, la vida futura, un poco descuidados de la necesaria consecuencia con la idea anarquista. No es, a mi parecer, razonable tal disparidad de opiniones por preferencias hacia determinados sistemas. Entiendo que la afirmación de éstos es contradictoria con el principio radical de la libertad, y que por otra parte no es indispensable aquella afirmación a la propaganda de nuestras ideas. Es muy sencillo hacer entender a las gentes menos cultas que las cosas se harán de tal y tal modo en lo porvenir; pero equivale simplemente a remachar su educación autoritaria hacerles concebir que se harán así y no de otra manera. Se dice con suma facilidad que cada uno gozará del producto integro de su trabajo, o que cada uno tomará lo que necesite donde lo encuentre; pero no tan fácilmente se explica cómo se hará esto sin perjuicio para nadie, ni cómo todos los hombres se conformarán a obrar de uno u otro modo. Necesitamos, por el contrario, llevar a los cerebros la idea de que todo habrá de hacerse conforme a la voluntad de los asociados en cada momento y en cada lugar; necesitamos hacer que se comprenda lo más posible la necesidad de dejar a los hombres en completa independencia de acción, y no es ciertamente atiborrando las inteligencias de planes previos como se las educará en los principios anarquistas. Esta labor es más complicada que aquella otra, hace menos asequible la comprensión de las ideas anarquistas pero es la que corresponde a la afirmación de un mundo mejor en el que la autoridad organizada haya sido reducida a cero. Y puesto que este modo de entender la propaganda es, seguramente, común a todos nosotros, y está iniciada la corriente de opinión favorable a la amplitud de concepto en materia económica, juzgo saludable que todos contribuyamos a que la propaganda se oriente cada vez más en sentido antidogmático y antiautoritario. Esto es lo que me propongo al tratar el tema que sirve de epígrafe a estos renglones.

R. MELLA.

(Concluirá en el número próximo),