Nuestra Instrucción

Alguna ver te habrás puesto a mirar retrospectivamente hacia tu vida en un liceo y habrás llegado después a considerar la que actualmente llevas en la Universidad y entonces ¿qué impresiones te han quedado? ¿Verdad que son deprimentes? Para mi son más que deprimentes, porque apenas evoco mi vida de estudiante pierdo mi serenidad, y aversiones y hasta odios ponen un toque doloroso en mi recuerdo. ¡Ah esos años perdidos, perdidos en que una docena de profesores se turnaron para atormentarnos desde las ocho hasta las cinco de la tarde! ¡Con que rencor recuerdo todavía esas tardes de estío en que la sala de clase era como un horno! Las palabras del profesor que dogmáticas, tercas, cansadas, hablaban sobre la hipotenusa o sobre los silogismos nos golpeaban como plomo los oídos y ¡ay! del que se distrajera o tuviera la rebeldía de dormirse... El profesor habla y habla. A veces una ráfaga de aire fresco penetra por la puerta entre-abierta; entonces miramos hacia el patio y cuando sentimos lejos el runrunear de las abejas y vemos danzar al viento las hojas de los árboles, pensamos en las avenidas, en el agua y nos duele la obsesión de huir por el campo verde y fresco donde no llegue ni el eco de las palabras del profesor. Pero el profesor habla y habla. Nosotros no corrompidos todavía por los conceptos tiránicos del deber y del amoldamiento a los absurdos establecidos; nosotros que con nuestra adolescencia nos hemos comenzado a preguntar de donde venimos y que perseguimos, y que por lo tanto, hemos comenzado a vislumbrar nuestro papel de efímera transición en esta vida, nos sentimos mal ante lo artificial que se nos enseña y del fondo de nuestro instinto surge la protesta: “a mi no me interesan, ni me interesarán jamás estas materias”. Pero la protesta se nos queda en la garganta y en silencio nos resignamos. Ya se nos ha dicho que todo lo que se nos enseña lo contienen los programas de instrucción y que por consiguiente son cosas indispensables para la cultura y para la vida. Pero después cuando han pasado los años y hemos ido viviendo la vida, vemos que todas aquellas cosas indispensables se han ido quedando rezagadas casi totalmente en el olvido. ¡Y lo peor es que nunca nos hacen falta y pensamos, sentimos y obramos lo mismo que siempre y talvez mucho mejor! Y es claro. Ya lo ha dicho Barret: “si olvidamos es que no es preciso que recordemos”. Pero esto no lo comprenden los examinadores. Cualquiera de nuestros pensamientos profundos, esos que “han llegado a incorporarse al instinto”, como dice Nietzsche, son una respuesta a una pregunta que algún día floreció en nosotros. Si no ha surgido la pregunta, dar la respuesta y obligar que se aprenda es inconducente y cruel. De aquí que el primer propósito del profesor antes que todo sería sugerirnos dudas, problemas y deseos. Si las dudas, las preguntas y los problemas no logran nacer en nosotros, el hacernos aprender materias para que las recitemos enseguida en el examen es inútil y perjudicial, porque todo examen superficial es la apreciación no del ingenio, ni de la originalidad, ni de la inteligencia sino únicamente de la memoria. La enseñanza como hay está constituida es el triunfo de la memoria y su papel evidente es extender por doquiera la mediocridad y la insoportable pedantería. Una clase debiera ser como un capítulo que se lee por propio deseo. Un libro interesante que pasa por muchas manos suele llegar hasta su dueño totalmente subrayado. Cada lector algo ha encontrado particularmente interesante, pero, por lo general lo que en el uno despertó el entusiasmo para ponerle el signo que lo recuerde, para el otro era risiblemente sin sentido. Es que cada párrafo que alguien subrayó ha sido para él una respuesta a alguna inquietud que alguna vez pinchó su inteligencia o su sentir. Así cada alumno debiera sacar de cada clase nada más que aquello que le interesa. “Pero es que a muchos no les interesaría sino muy poco de lo que hoy se enseña” –Se me objetará. Muy probable. Pero ¿es que alguna vez al hacer un programa de enseñanza se habrá tomado en cuenta lo que pueda interesar en una edad determinada a los alumnos? El programa lo han confeccionado unos prestigiosos catedráticos de espesos lentes y lo han juzgado unos doctos muy severos y muy respetables, más, a ellos el interés que sus materias pueden tener para el pobre alumno no les ha importado jamás. No puede caber en sus disciplinadas mentalidades que si alguna materia del saber humano tiene interés lo es sólo como un lenitivo contra la inquietud de los problemas individuales. Los planteles oficiales de enseñanza han sido siempre tiránicos y por eso esas mentalidades rebeldes que han producido grandes poetas, pensadores y genios, como estudiantes no han pasado de ser mediocridades y hasta calamidades. El rol más importante de los liceos y universidades actuales es crear en las mentalidades jóvenes la sumisión intelectual; imponerles a ellos los moldes fijos para opinar y apreciar, mecanizarles el lenguaje, extender la rutina, hacer en una palabra de cada ser humano un miembro inofensivo del rebaño que no vaya a molestar a nadie con pensamientos no sancionados como sanos... Este es el papel y el estado de nuestra instrucción, pero talvez nuestra Federación algo pueda hacer en contra de estas rutinas. La Federación con su Liceo Nocturno y la Universidad Popular organizándolos de tal modo que el uno sea la preparación para la otra, podría constituir todo un sistema de educación; algo que fuera como el eco a esos ideales que un día llevaron a Tolstoy a fundar allá en la Rusia su Escuela de Yasnaia Poliana, algo más humano, más eficiente y libre de imposiciones.

Héctor Clemira.