El Poder Corruptor y la Justicia

Estamos convencidos absolutamente del fracaso del parlamentarismo como medio de arreglar la cuestión social. Ni siquiera le concedemos importancia como regulador del orden administrativo, porque, al revés, a su influencia malsana se debe en gran parte el desorden y la corrupción fiscal, Pero sirve para algo. De cuando en cuando, esporádicamente, algunos diputados, sin duda para romper la monotonía de la cháchara parlamentaria, -suelen puntualizar algunas grandes verdades, de aquellas que, dichas por nosotros, no tienen resonancia en las alturas. Para los grandes pícaros, las verdades dejan de serlo cuando son moduladas por labios humildes. Es lo que ha sucedido a propósito de las acusaciones del diputado de Traiguén contra la magistratura judicial. Este parlamentario ha tenido el valor de sus convicciones, cosa rara en los aciagos tiempos que vivimos. Como el cirujano que prescinde de los gritos del paciente al extraer él tumor, aquel diputado ha hecho caso omiso de la grita levantada en torno de sus denuncios, y ha seguido, escoba en mano, barriendo mugre hacia el muladar. Esta grave denuncia, unida a otras de anteriores ocasiones, equivale a seguir quitando piedras y más piedras a la base del templo... Y la diosa de los ojos vendados, cuyos idólatras tratan de presentar como sin mácula, se ha precipitado ahora desde el tabernáculo en que recibe el incienso de los necios, al pudridero, sitio a que la empujan los jueces de este país.

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Que la Libertad, el dón mas precioso del ser humano, esté entregado en manos de hombres viciosos, saturados hasta la médula de la pasión del lucro, y más saturados todavía de la pasión innoble del rencor, es sin duda un grande anacronismo. Y luego, llamar Justicia a una institución servida por tales hombres, para establecer, en el orden jurídico, verdaderos mercados de sentencias, y para organizar, en el orden social, una rabiosa persecución de las ideas que pugnan contra los beneficiarios del actual desorden, es todavía un anacronismo mayor. Pero lo más profundamente anacrónico es que sea la llamada Justicia, -esta verruga del cuerpo social,- el principal sostén del Estado. Hay que confesar, sin embargo, que de este maridaje, de esta concomitancia de la Justicia y el Estado para perpetuar un régimen inicuo, fluye, como la sangre de la herida, el principio de la descomposición estatal. Es ya un axioma moral inamovible que ninguna obra duradera puede fundamentarse sobre el lodo de menguados intereses. Y hace luengos años que la diosa Justicia ve manchada su túnica con el lodo que le arrojan sus propios sacerdotes... En realidad, la Justicia no satisface otros propósitos que servir los intereses personales de sus funcionarios, y prestar su apoyo al Estado capitalista.

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Hoy nos parece leyenda fantástica la de aquellos reyes campechanos que hacían justicia -justicia de verdad- a la sombra de una encina. A través de los siglos la Justicia ha ido perdiendo poco a poco su prístina pureza, y a estas horas no es sino un remedo, una caricatura sangrienta de lo que fuera en otro tiempo. Todo lo que ha perdido en prestigio lo ha ganado en poder corruptor. Recuas de infelices, fracasados en otras actividades más nobles de la vida, le sirven de soplones y de espías. Un ejército de rábanlas, más o menos indecentes, medran a su sombra. Una muestra de la corrupción ambiente puede verse en la antesala de los Juzgados, esa covacha inmunda donde se desvalija a la pobre gente que se ve enredada en las mallas de la Justicia del Crimen. Viudas infelices se ven forzadas, para comprar la libertad de sus deudos, a llevar su cama -la única- al montepío, para que los señoritos de los Juzgados puedan pasear su crápula de noctívagos a través de bares y casas de cita... He ahí el lado saliente que da relieve a la Justicia: su grande, su enorme Poder Corruptor.

M. J. MONTENEGRO.