De Luis Fabri.

La Dictadura Provisoria el Estado

(Conclusión)

Todas estas formas de organización libre del proletariado y de la revolución han sido siempre aceptadas por los anarquistas -diga lo que quiera Buckarin, quien da a entender a sus lectores que los anarquistas son contrarios a los organismos de masas y evitan “por razones de principio” tomar parte en acciones de masas organizadas. Lo contrario es la verdad. Los anarquistas no ven ninguna incompatibilidad entre la acción vasta y colectiva de las grandes masas y las más limitadas de sus grupos libres, y hasta procuran encuadrar ésta en aquélla, para imprimirle lo más posible su propia orientación revolucionaria. Que si muchas veces discuten y critican las organizaciones proletarias guiadas por sus adversarios, los anarquistas no combaten por eso el hecho de la organización en sí, sino exclusivamente su orientación reformista legalitaria, autoritaria y colaboracionista -cosa que, por lo demás, hacen también los comunistas autoritarios en todas partes donde no son ellos los dirigentes de la organización obrera.

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Buckarin volviendo a repetir la vieja patraña social-democrática de que los anarquistas quieren solo destruir y no reconstruir, y que por ello son contrarios a la organización de las masas, deduce que el interés de los anarquistas por los soviets, en Rusia, está en contradicción con sus ideas y es un simple modo de explotarlos y también de desorganizarlos. Si esto no es calumnia pura y simple, es sin embargo una prueba de la incapacidad de estos maniáticos del autoritarismo para comprender cualquier cosa que no sea la prepotencia estatal. El régimen sovietista, para Buckarin y Cía., no consiste en el hecho de que los soviets libres y dueños de sí mismos manejen directamente la producción, los servicios públicos, etc., sino exclusivamente en el gobierno que, diciéndose sovietista, en realidad se ha sobrepuesto a los soviets, ha anulado toda libertad de acción, toda espontaneidad de iniciativa y también toda sinceridad en su formación, reduciéndolos a mecánicos y pasivos engranajes obedientes al gobierno dictatorial central, el cual, cuando algún soviet muestra veleidades de independencia, lo disuelve sin más trámites y fabrica artificialmente otro de su agrado. Buckarin llama a ésto “dar base más amplia al poder de las organizaciones proletarias”; y según él los anarquistas rusos que lógica y justamente se han opuesto siempre a este verdadero destrozamiento del primitivo movimiento sovietista libremente surgido de la Revolución (es decir, que defienden a los soviets contra los dictadores como los han defendido contra la reacción burguesa) resultan -milagros de la dialéctica marxista- los enemigos de los soviets. Dada su mentalidad, Buckarin no sabe comprender que el llamado “poder sovietista” es la anulación de los soviets obreros y populares, y que por este motivo los enemigos de aquél poder pueden ser en el ámbito proletario y revolucionario, se entiende, los mejores amigos de éstos. Los anarquistas no tienen, pues, de ningún modo, esa aversión preconcebida, de principio, al “método de la acción de masas metódica y organizada” -como Buckarin supone por desahogo polémico y por espíritu sectario- sino que únicamente oponen al especial método autoritario y despótico de los comunistas de Estado, el método libertario, más susceptible de interesar y poner en movimiento a las grandes masas, porque les deja libertad de iniciativa y de acción y las interesa en la acción coordinada desde el primer momento, dándoles por objetivo principal y directo la expropiación. Esta orientación libertaria puede ser tambien que no desemboque directamente en la abolición del Estado -no porque sea imposible, sino por no ser suficiente el número de los que la quieren, por ser aún demasiado numeroso el rebaño humano que siente necesidad del pastor y del palo-, pero, aun en ese caso habrá hecho un gran servicio a la revolución, logrando salvar en ella la mayor libertad posible, influyendo para que el eventual gobierno sea lo menos fuerte, lo menos centralizado, lo menos despótico que las circunstancias permitan, es decir, sacando de la revolución el máximo de utilidad para el proletariado, el máximo de bienestar y de libertad. Hacia la abolición del capitalismo se va expropiando a los capitalistas en beneficio de todos, y no creando un capitalismo peor: el capitalismo de Estado. Hacia la abolición del Estado se va, combatiéndolo mientras exista, socavándolo siempre, arrebatándole toda la autoridad y el prestigio posible, debilitándolo y despojándolo de cuantas funciones sociales el pueblo trabajador se haya hecho capaz de cumplir por sí mismo y por medio de sus organizaciones revolucionarias o de clases y no como pretenden los comunistas autoritarios, constituyendo sobre las ruinas del Estado burgués otro Estado aún más fuerte, con mayores funciones y mayor poder. Al tomar este último camino, son precisamente los comunistas autoritarios los que obstaculizan la organización y la acción de las grandes masas, los que van por el camino diametralmente opuesto al que conduce al comunismo y a la abolición del Estado. Ellos están en el absurdo, como en el absurdo estaría -permítanme los lectores este parangón que ya he hecho otra vez en estas mismas columnas- quién queriendo encaminarse de Roma hacia Milán, tomase el camino opuesto, que conduce a Nápoles.

(1) Buckarin critica también la idea antidiluviana de la partición aunque sea en partes iguales, de la riqueza. No está equivocado, naturalmente; pero poner eso en una crítica general del anarquismo es un verdadero anacronismo Lo que sobre ésto dice Buckarin se encuentra en todos los opusculitos y periódicos de propaganda que los anarquistas publican cuarenta años atrás.