El Proceso del Cristo

Hay varias explicaciones teológicas, todas ellas complicadas, de la muerte, en cruz afrentosa, del Cristo. Quien sea capaz de leer la prolija obra que Ritschl dedicó a la justificación y reconciliación por la muerte del Cristo podrá medir hasta dónde llega el tecnicismo teológico, que es el más terrible y el más hermético de los tecnicismos. Pero si hay varias explicaciones teológicas, a cual más enrevesada, de los méritos que adquirimos por el rescate cristiano, de la redención, no hay acaso más que una explicación religiosa, y es la histórica. Ante todo, ¿por qué se le crucificó al Inocente, al Justo? Se os dirá que para que se cumplieran las Escrituras. Y como no ha llegado a nosotros el proceso judicial, y acaso no lo hubo... Pero nos basta el Evangelio, y oigámosle. En el capítulo XI, versículos 47 al 53, del cuarto Evangelio, en él, según la tradición de Juan, se dice: “Entonces los pontífices y los fariseos juntaron concejo y decían: ¿que hacemos? porque este hombre hace muchas señales y si le dejamos así todos creerán en él y vendrán los romanos y quitarán nuestro lugar y la nación”. Y Caifás, uno de ellos, Sumo Pontífice aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo y no que toda la nación se pierda”. “Más esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el Sumo Pontífice en aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no solamente por aquella nación, más también para que juntase en uno a los hijos de Dios que estaban desparramados. Así que desde aquel día consultaban juntos de matarle”. Aquí hay un hecho histórico y un comentario religioso del evangelista. El hecho es que a Jesús, el Cristo, se le persiguió y condenó por anti-patriota, porque provocaba con su conducta la intervención de los romanos, y el comentario es que venía a fundar una Internacional, o mejor, una sociedad católica en el sentido estricto de esta palabra, esto es universal. Persiguiéronle al Cristo los judíos por anti-nacionalista, porque en vez de ser como los Macabeos –o sea Martillos– un cabecilla de insurrección guerrera, declaró que su reino no era de este mundo. ¿Y quién no recuerda al respecto lo del César y Dios? Más conviene hacer notar en qué ocasión se dijo lo de: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, que fue cuando para buscarle conflicto con las autoridades romanas le preguntaron si era lícito dar tributo al César, al poder intruso del invasor, y él, entendida su astucia, pidió la moneda, preguntó de quién era el cuño, y al decirle que del César pronunció la frase eterna y sublime (Luc. XX, 20 a 26). A lo que podría decirse que al César se le ha de dar su dinero –sólo el suyo– y no otra cosa. O cómo glosó Calderón: “Al Rey la vida y la hacienda se ha de dar, más el honor –es patrimonio del alma– y el alma sólo es de Dios”. Aunque apenas si cabe dar vida y hacienda sin enajenarse del honor. Por anti-patriota, por sedicioso, por rebelde, persiguieron los judíos a Jesús. Y al llevarle a Pilato, el prefecto romano, decíanle que pervertía la nación, que vedaba dar tributo al César y que decía que era rey (Luc. XXII 1, 2). Pilato le preguntó si era rey, respondió él evasivamente: “tú lo dices”, el romano no le halló culpa en ello y al saber que era galileo enviólo al rey Herodes (Luc. XXIII, 3 a 7). Era este rey Herodes, el Tetrarca, aquel contra quien alzó su encendida palabra Juan el Bautista, a quien por su mandato se le degolló y cuya cabeza le fue presentada en un plato por su hija y de Herodías (Mat. XIV, 1 a 12). Y este rey, tan perverso como débil, deseaba ver al Cristo y verle hacer, acaso como en deporte, un milagro (Luc.XXIII, 8 a 12), divertirse y menospreciarle y burlarse de él. Y le escarneció, y Pilato mismo quiso echar la cosa a broma y a sainete, pero el pueblo que pedía tragedia, el pueblo a quien los pontífices y fariseos habían hurgado en su vil patriotería, en su abyecto nacionalismo xenofóbico, clamó: ¡crucifícale! ¡crucifícale! (Luc. XXIII, 21). Así fue de Caifás, que era algo así como Fiscal del Tribunal Supremo, a Pilato, y de Pilato al rey Herodes. Sobre la Cruz hizo poner el romano: “Jesús, nazareno, rey de los judíos”. Y cuando muchos de éstos lo leyeron fueron a decirle a Pilato que pusiese no que lo era sino que él, Jesús, decía serlo; más el romano contestó: «¡Lo escrito, escrito está!» (Juan XIX,19 a 22). He aquí pues, todo el proceso del divino Rebelde, del anti-patriota Jesús. Rebelde y anti-patriota según el mundo, según los precursores de los pontífices y los escribas y los patriotas de hoy. Y el proceso sigue, y se sigue crucificando al Cristo por los maestros de los nacionalismos. Y de estos nacionalismos tienen que redimirnos ese proceso y el divino procesado. El divino ajusticiado que mientras la Iglesia que se encubre con su nombre ha canonizado a tantos, el, Jesús, no canonizó, no prometió la gloria sino a un compañero suyo de suplicio, a un rebelde, a un bandolero, a un acusado por los fiscales o diablos –diablo quiere decir Fiscal o acusador–, a quien dijo: “De veras te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Luc. XXIII, 43). ¿Qué el buen bandido se arrepintió? Según qué sea arrepentirse.. Pero el que no se arrepiente es Caifás, Caifás a sueldo. ¡Quién habla de decir que esa cruz en que murió el anti-patriota serviría, corriendo el siglo, de empuñadura a la espada de la conquista! ¡Quién había de pensar que se llegara un día a esgrimirla contra otra nación! Y tratar de convertir indios o de rechazar moros a cristazo limpio! Pero cuando el Cristo eterno, desde su cruz de triunfo, ve que se toma su nombre en la cruzada –¡cruzada!– contra la morisma y se levanta en tierra de moros altares al leyendario Santiago Matamoros –que parece fue caudillo kaisereo y acaso tudesco–, exclama: “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen!” (Luc. XXIII, 34). No, no saben lo que se hacen, ni lo que se dicen. Y si son obispos, o inspectores menos todavía. Sobre todo metidos en campañas sociales y nacionales.

MIGUEL DE UNAMUNO.