Réplica al Señor Armando Triviño

Señor Don Armando Triviño, Presente. Mi querido amigo:

No puedo menos que replicar a algunas de sus refutaciones que aparecen en el último número de “Claridad”, ya que ellas vienen firmadas por su mano amiga, que siempre he visto guiada por nobles anhelos de bien social. Trataré de ser breve porque a la verdad el tema incidental de mi folleto relativo a los principios de la I. W. W., que parece haber desquiciado a tantos buenos amigos, no tiene en mi folleto otro valor que el de un ejemplo vivo y tangible. Desde luego conviene no confundir los principios que yo refuto con la organización sindicalista a que Ud. pertenece: los principios falsos pueden y deben ser eliminados y reemplazados, y seguir subsistiendo, sin embargo la institución que con poco estudio les dio una vida efímera y perturbadora. Yo no he querido atacar ni la institución ni a sus hombres, y sí sólo los conceptos o principios que estimo equivocados, y hallo verdaderamente sensible que un hombre de la inteligencia suya se ofusque tanto hasta confundir cosas tan diversas. Ud. mismo me da implícitamente la razón en este punto al reconocer que los principios que yo refuto fueron abolidos (si tal puede decirse) en los días 15, 16, 17 y 18 de Mayo de 1921, es decir en los precisos momentos en que yo los estaba atacando en el Directorio de la Federación de Estudiantes. Esta repudiación de los mencionados principios por la institución sindicalista que los había predicado como básicos de su organización no significa, como Ud. pretende, que ya no se prediquen, pues una prédica no se mata de un día a otro, ni menos la que se hace por la imprenta, ya que libros, folletos y periódicos quedan durante mucho tiempo resonando en el mundo social: precisamente se escribe y se imprime para que perduren al máximo las ideas que uno sostiene. Es pues lícito refutar y combatir esos principios, los cuales todavía hacen su nefanda labor de odios en el corazón del proletariado. Parece Ud. (en el acápite quinto de su artículo) confundir el capital con el capitalismo: de éste yo soy tan enemigo como Ud., pero lo defino y circunscribo como el abuso individual que se hace de los capitales, que son sociales. Pero que el capital mismo, –o sea la acumulación de elementos de producción y aún de productos,– no sea un decisivo factor del trabajo social, como Ud. lo pretende, –es un error manifiesto, que se demuestra con la más elemental observación: la división del trabajo, –que se produce en cuanto la sociedad se complica un poco, y es un fenómeno característico de toda actividad social duradera,– hace imprescindible la reserva acumulada, que es el capital, para continuar produciendo ¿A qué conduce negarlo? Cosa distinta es la apropiación de ese capital. Si Ud. hubiera leído con calma mi folleto habría notado que digo en él derechamente que los productos del trabajo (uno de los cuales es el capital) pertenecen a la sociedad, porque son un resultado del concurso social (pág. 13). Tal vez con menos palabras y menos energía, es lo mismo que Ud. sostiene en su artículo. Yerra Ud. sin embargo cuando afirma que la tierra, la maquinaria y sus productos no puedan ser representados por el dinero ni por el crédito: basta observar la vida social y los cambios que diariamente están haciendo los hombres desde la época prehistórica hasta hoy, para convencerse de que efectiva y realmente el dinero y el crédito representan la riqueza material: tierras, maquinarias y productos. Es verdad, como Ud. lo afirma, que ni el dinero ni el crédito representan ciencias ni artes; pero yo tampoco he afirmado en parte alguna semejante idea: al contrario estimo que dar inteligencia o sentimientos (ciencias y artes, como dice Ud. impropiamente) en cambio de dinero u otros bienes materiales, es sólo una forma de la horrorosa prostitución de la sociedad burguesa, en que hoy nos ahogamos. Pasando ahora a los propósitos de los sindicatos obreros, tan intempestivamente traídos por Ud. a este debate, debo repetirle que no he discutido, ni discuto por ahora esos propósitos: sólo me he preocupado de ciertos principios o proposiciones que sigo creyendo criminales, pues según Enrique Ferri es crimen todo acto mayor o menor de perturbación social, que ofende la moralidad media. Talvez debí usar en vez del adjetivo criminal el término híbrido criminoide, pero no lo hice por no incurrir en una pedantería, que habría resultado más obscura aún. No todos los crímenes son hijos del mero egoísmo: hay muchísimos que se cometen por un extravío generoso, como lo apunta muy bien el mismo Ferri en su Sociología Criminal, en la cual clasifica a los criminales en regresivos (movidos por el egoísmo) y progresivos (movidos por el altruismo): para éstos reclama mayor simpatía y benevolencia, aunque no menor responsabilidad. Ud. sostiene que las clases sociales son enemigas económicamente: desgraciadamente no explica ni demuestra esta afirmación rotunda. La verdad es que los hombres de las distintas clases sociales están continuamente cooperando, como puede demostrarlo la simple observación, con excepción de los burgueses parasitarios; pero sobre la necesidad social de suprimir esta lacra (que no alcanza a ser una clase social) he sido suficientemente claro, explícito y enérgico en las páginas 19 y 20 de mi folleto. Halla Ud. sarcasmo decir que las habitaciones proletarias han sido edificadas por la burguesía (es decir por los patricios o jefes industriales que realmente administran sus propiedades), y tiene Ud. razón, porque sarcasmo significa “verdad punzante y cruel.” Así es la verdad, por desgracia: aunque sea un repugnante egoísmo explotador el que ha movido a la burguesía a edificar, la verdad es que es ella quien allí ha puesto su ciencia, su tiempo y su coordinación, ha arriesgado sus capitales y su crédito y ha dado los impulsos creadores. Los proletarios han cooperado a la obra también, vendiendo voluntariamente su trabajo, pero sin crear ni impulsar nada sino por orden y disposición de los burgueses. Y muchas veces no han puesto en la obra ni siquiera el amor. Es esto sin duda tristísimo, pero ¿a que conduce negarse a aceptar la verdad? Parece Ud. hacerme también un cargo porque yo no digo que los productos sean de la burguesía, es decir por estar de acuerdo con Ud. No olvide que el término burguesía es francamente equívoco, pues significa tres cosas distintas: 1.º proletarios intelectuales; 2.° jefes industriales o propietarios-administradores o patricios; y 3.º burgueses parasitarios o propietarios meramente titulares. El concepto positivista es que los proletarios intelectuales deben sin excepción entrar a las filas del proletariado general; que los burgueses parasitarios deben desaparecer, y que sólo debe subsistir el corto número de patricios necesarios para administrar la riqueza social. Estas ideas están claramente expuestas y latamente desarrolladas en mi folleto. ¿Como puede Ud. preguntarse tan enfáticamente en que quedamos? Quedamos en que un régimen verdaderamente sensato suprimirá la burguesía parasitaria y restringirá la propiedad propiamente industrial o de producción, únicamente a aquellos que verdaderamente la administren en beneficio social. Estos conceptos, verdaderamente relativos lo hacen decir a manera de reproche que afirmo, niego y justifico. Es verdad: niego los principios que refuto, afirmo las excepciones razonables y justifico a los hombres que, seducidos por el grano de verdad que hay en los casos excepcionales, erigen en principios absolutos la generalización simplista y absurda de algunas teorías destructoras. Hasta en los peores sofismas es posible hallar a veces algún destello de verdad, el cual precisamente hace peligroso el sofisma, pues cegados los hombres por su resplandor, admiten también los errores que lo acompañan. Justifico y aún defiendo a los hombres obcecados, porque sé por mucha experiencia cuan difícil es someter el orgullo a la verdad y proclamar la razón de los demás. Hasta los impulsos más generosos del corazón pueden arrastrarnos a extravíos deplorables, y como todos pecamos por esta flaqueza, no debemos ser implacables con los extravíos. Afirma Ud. en seguida que el origen de todo el problema social está en la propiedad privada de la tierra: me habría complacido que hubiera intentado un ensayo de demostración de esta creencia suya, que por lo menos adolece del defecto de no considerar el aspecto moral del problema, o sea las pasiones y sentimiento de los hombres, de donde, en el fondo, emana toda la filosofía buena o mala que los guía o los perturba. Como Ud. creo que la vida actual del proletariado es horrenda a inicua; como Ud. me sublevo contra las tiranías y crueldades de esta época despiadada; pero no creo ni posible suprimir la propiedad privada, ni menos que esa supresión tenga la virtud mágica de resolver el problema social. Más adelante cita Ud. diversos párrafos inconexos de mi folleto sin decir nada sobre ellos y se detiene un momento para expresar que es paradójico que el proletario opine y obedezca. La obediencia se refiere a los actos: sin ella no es posible la cooperación. El obrero obedece la orden que le dio su jefe o patrón: pero opina, juzga, analiza y aún protesta. Más aún: puede y debe acercarse a su jefe y demostrarle que esta equivocado: que la orden es imposible o peligrosa, etc; pero no debe sublevarse y negarse a cumplirla, porque desde ese momento deja de ser obrero, deja de ser cooperador, deja de aportar su concurso a la obra en que estaba colaborando. ¿Dónde está la paradoja? ¿No ha protestado Ud. mismo de que el patrón pretenda erigirse en el censor espiritual de sus obreros? ¿Qué opresión, qué tiranía justifican estas ideas? ¿Por qué obedecer ha de significar servilismo, humillación, sojuzgamiento? Salta de allí a hablar de las huelgas para decir que todas las que verdaderamente se producen caen dentro de las excepciones que yo justifico. Ojalá. Serán entonces santas y volveremos a estar de acuerdo. No protesta Ud. por la mala fe imputada a los corifeos, porque la atribuye a mi nerviosidad. Muchas gracias. En buen romanee mala fe significa únicamente hablar en disconformidad con el fondo íntimo de la conciencia, con los principios más generales y subordinantes que guían nuestra acción. La mala fe se produce cuando callamos lo que debemos decir o cuando mostramos como motivos de nuestra acción accesorios de ella que ocultan los principales y decisivos: si los principios de huelga, sabotaje, supresión del gobierno y del capital se predican como orgánicos y sólo son en realidad un método o procedimiento revolucionario, una táctica para provocar y mantener el descontento en las filas del proletariado, son de mala fe por definición. Ello no quita que haya algunos simples que se los hayan tragado con la más perfecta buena fe: pero de los simples no es el reino de este mundo. Enseguida Ud. afirma “serenamente” una serie de postulados heterodoxos, cuya demostración omite: que la propiedad es una injusticia: que el gobierno es una subordinación tiránica, morbosa y absorbente; que los capitales existen “con nosotros” (es decir en el proletariado); que el crédito, como el agio, es una llaga del capitalismo; que los jefes industriales son los técnicos, etc. Hay en todo esto alguna confusión. La propiedad burguesa, de los ociosos parasitarios, sobre las cosas que hacen falta para la vida sana y normal del proletariado, no sólo es injusta, sino infame y oprobiosa; pero la propiedad social de los jefes industriales que trabajan personalmente sus industrias y dan (en cualquier forma) su producción a la sociedad, ¿qué tiene de injusta?¿Qué concepto de justicia puede oponerse a esta propiedad, sea que se dé a la voz justicia el significado moral de bondad, el sentido jurídico de equivalencia o el valor social de distribución conveniente? Y la propiedad de los frutos, o sea de lo que cada cual consume, ¿qué tiene de injusto, inicuo o inconveniente? El positivismo reconoce que la propiedad burguesa parasitaria, que concentra la opulencia en quienes sólo pueden dignamente ser mendigos, es una aberración; pero revela carencia de visión social de conjunto el generalizar esta apreciación extendiéndola a toda propiedad. El gobierno actual, que tiende a reunir en sí los dos poderes fundamentales, material y espiritual, es necesariamente despótico, morboso y absorbente; pero ello es debido únicamente a que la fuerza militar, que reside en el organismo político, se atribuye funciones espirituales, pues enseña, dicta leyes jurídicas y aún persigue a los hombres por sus opiniones y sentimientos. ¿Pero qué tiranía hay en el gobierno que, dejando en paz la legislación, la enseñanza y las opiniones, se limite a coordinar el crédito para el mejor y más conveniente desarrollo de las industrias, y sólo use su policía para hacer respetar el orden material? Que los capitales existan en el proletariado (talvez al estado potencial), es una flagrante contradicción con la noción misma del capital, el cual, según Ud. lo reconoce, es trabajo acumulado, ya producido, acaparado, pretérito: es decir, ya no está en el trabajador, ha salido de él y ha sido entregado a la sociedad. Los trabajadores podrán crear nuevos capitales, pero no es posible prescindir de los ya creados. Queda el problema de saber quién es el dueño de ese trabajo acumulado convertido en capital, esto es en maquinarias, tierras cultivadas, etc. Para el régimen actual él es, en gran parte, de los burgueses parasitarios; para los revolucionarios no es de nadie, sino de todos, o bien del Estado; para el Positivismo es de quienes lo hacen producir más y mejor en beneficio social. El crédito no es el agio. El agio es el juego que se hace con las alzas y bajas, naturales o artificiales, honradas o fraudulentas, de los valores fiduciarios. El crédito es otra cosa: es la confianza en la buena fe del futuro con que los hombres honrados cumplen sus compromisos comerciales. Los hombres cambiamos nuestro trabajo y nuestros productos para poder dividirnos las complicadas actividades de la vida; pero como no siempre es posible hacer este cambio de presente, estipulamos para el futuro el cumplimiento de la recompensa que adeudamos por el beneficio recibido o prometido. Estas estipulaciones de futuro, simples o complejas, constituyen el crédito, y la existencia, seguridad y honradez de él son elementos de orden y de progreso sociales que no pueden desconocerse ni menos confundirse con el agio. Decir que un fenómeno tan normal y fundamental es una “llaga” del capitalismo es tan gratuito como afirmar que la circulación de la sangre es una llaga del cáncer. Los jefes industriales no son los técnicos. Los técnicos son los teóricos parciales de las industrias; los jefes son los coordinadores generales de ellas. En una fábrica de anilinas, por ejemplo, es técnico el químico que indica los ingredientes, señala sus proporciones, regula las temperaturas y demás condiciones físicas en que deben desarrollarse las reacciones; el jefe industrial puede ser un ignorante perfecto en la química; pero deberá conocer las condiciones generales de la industria: los precios, las necesidades del mercado, la clientela, los medios de comunicación y expedición de los productos, etc, etc. ¿Qué ceguera lleva a confundir cosas tan distintas? No discutiré el milagro de fomentar la lucha de clases sin alimentar odios a las personas de los burgueses: pero le diré de paso que los positivistas vamos también contra todos los privilegios injustos. Lo felicito por su opinión adversa al sabotaje y más aún por el hecho de reconocer que el problema social es un problema humano, es decir general, que debe abrazar a todas las clases sociales, y cuya verdadera solución debe mejorar las condiciones de vida de toda la Humanidad. También lo felicito porque repudia tan enérgicamente la dictadura del proletariado, engaño criminal que ha logrado ofuscar a muchos revolucionarios; pero bueno es no confundir este engaño grosero (digno hermano del parlamentarismo burgués) con la dictadura republicana que aconseja el Positivismo. Termina Ud. sosteniendo el comunismo libertario. Libertario, muy bien, sobre todo en el sentido espiritual y moral; pero comunismo ¿por qué? La pregunta no es descaminada porque su artículo se titula refutación y para refutar conviene dar razones. ¿Cuáles son las ventajas económicas del comunismo? ¿Cuáles sus ventajas morales o intelectuales? Repetir aquí la necesidad social de la propiedad individual me llevaría muy lejos y seria innecesario, ya que ella está latamente explicada en mi folleto. Le diré para terminar que su artículo, en medio del dolor que lo ha provocado, revela una elevación de alma, una nobleza de sentimientos, una sinceridad de convicciones que me hacen esperar confiadamente en que por una evolución cierta, serena y decisiva, llegará Ud. seguramente a adherir a las ideas que hoy combate. Créame amigo suyo muy sincero y servidor en la Humanidad.

CARLOS VICUÑA

Santiago, 4 de Dante de 68. 19 de Julio de 1922.