SER ES SER INDIVIDUAL

Juzgo que la ley suprema de la educación es el respeto a la personalidad de quien se educa. Pienso que su fin último es el desarrollo de la propia personalidad. En suma, para mí, la educación “no forma” su objeto, sino que simplemente, lo “informa”. El alma humana, irreducible, independiente, “sui géneris” única, no debe ir a la escuela para “deformarse”, sino para “informarse”. Las escuelas, así concebidas, no deben educar directamente par la familia, para la patria, para la humanidad, para Dios, sino para la individualidad del que recibe educación. Producir o cultivar el mayor número de individualidades irreducibles, de hombres que tengan el alma propia bien puesta en su almario—lo cual engendrará en las relaciones complejísimas de la vida social la mayor heterogeneidad de fines y de obras, el más rico comercio de los espíritus, la lucha más constante y profunda de aspiraciones, los más nobles conflictos de caracteres;—tal debe ser el norte de la educación humana. Querer pasar un rasero uniforme sobre los hombres es la más estúpida de las aspiraciones colectivistas y la más inútil de todas. El mundo debe de dar su mayor rendimiento; debe no quedarse con virtualidades ocultas, no yacer “in potentia”, sino cuajar “inactu”. La humanidad no se concibe sino como acción, como desarrollo, como movimiento centrífugo de ciencia, energía y bondad. El arte y el bien son la excursión desinteresada del espíritu por la existencia; su desbordamiento creador. La intuición más ilustre del Evangelio compendia esta verdad en la palabra de vida que enseña: “Mi Padre trabaja todavía.” Si en otros pueblos la educación tiende hoy francamente al desarrollo de la individualidad, en México es apremiante la necesidad del desenvolvimiento individual en la escuela. En otros pueblos abundan las individualidades distintas, los caracteres de excepción. En México los hay que, distintos por razón de su esencia, se someten luego a la disciplina social; a las ideas de todo el mundo, a la odiosa férula de “Celui-qui-ne-comprendpas”, a las desagradables preocupaciones de toda índole que son las directoras exclusivas de nuestra vida psicológica. En verdad se diría que, entre nosotros la individualidad es un delito y una vergüenza. A los positivistas timoratos espanta la idea de la “anarquía mental”. A mí no. Creo que debe tenderse a libertarnos, a desligarnos, a despreocuparnos, a individualizarnos, en suma. Mientras más diversa sea la vida mental de los mexicanos, en tanto que cada uno de nosotros viva más y más de sí mismo, de su “yo profundo”, que diría Bergson, y menos cada vez del pesado acervo de precauciones seculares, políticas y religiosas. del triste misoneísmo de nuestra sociedad, más feliz sera México; sobre todo, será más rico y más noble, que es lo que en último análisis y en primer término nos importa, ya que la hidalguía. de nuestra propia existencia nos es plenamente exigible, y no la felicidad, don supremo e irregular de los dioses. Concibo, pues, claramente, las instituciones de educación como sitios de información intelectual y moral sistemática, como repertorios o bibliotecas, que ofrezcan buenos datos y premisas útiles al espíritu, y creo con firmeza que cuanto no se ajuste a esta concepción, corrompe la esencia de la escuela para convertirla en penitenciaría, cuartel, convento o laboratorio; cuando menos en lugar de vulgarización y no de individualización. La escuela nada de eso es, y difiere de todo ello profundamente. Su esencia como elemento necesario de información, queda ya apuntada. En el año de 1839, Nicolas I, Emperador de Rusia, al visitar la Universidad de Kiew, dijo, entre otras cosas, a los alumnos de la institución, estas palabras, tan absurdas como reveladoras: “Veo que sabéis estudiar y que soléis hacerlo con provecho; pero esto solo no basta. La ciencia, por sí misma, no engendra buenos resultados. Necesito súbditos fieles al trono. Os reclamo devoción ilimitada, su misión y obediencia.” En seguida, el monarca se dirigió a los maestros de la Universidad, y les habló de esta suerte: “En cuanto a vosotros, está bien que cuidéis de la cultura y la ciencia de vuestros discípulos; pero si no desarrolláis las nociones de “mi moral” en los estudiantes, si no intervenís y modificáis en el “buen sentido” sus convicciones políticas, os tendré a buen recaudo.” El déspota exigía ingenuamente de sus súbditos, maestros y alumnos universitarios, el culto a “su moral” en la escuela. Todo poder civil o religioso, toda fuerza que deforma y no informa, son los corruptores más nefastos de la población de una república. La educación, como la vida, como la existencia entera se enuncia así; ser es ser individual.

Antonio CASO.