NUESTRA PROPAGANDA

Por mucho que sea el optimismo con que miremos la difusión de las ideas libertarias que se hace en el campo revolucionario, no podemos desconocer que nuestra propaganda atraviesa por una situación bastante difícil. La mayoría de los antiguos elementos que actuaban en los organismos obreros, se encuentran reducidos al silencio y no desarrollan ninguna clase de actividades. Los nuevos que los han reemplazados se desenvuelven en un círculo de odiosidades y personalismos, que esterilizan toda acción. Nadie que mire estas cosas con desapasionamiento, dejará de reconocer que las reuniones fracasan, que la agitación disminuye, que la obra de los periódicos y revistas es cada vez más pobre y deficiente. Para completar el cuadro, el gobierno, secundado por la buena prensa, ampara todas las instituciones que se crean para difundir la llamada “cultura artística”, nombre con que hoy se disfrazan los prostíbulos y filarmónicas “decentes”; fortalece con subvenciones el Congreso Social Obrero, que es el órgano representativo de las sociedades mutualistas, y protege cuanto comité—llámese ‘Ateneo Obrero”, “Asamblea Pro-Salvación de la Raza”, etc.—se funda con el objeto de combatir discretamente a los sindicatos revolucionarios. Además de esto, los conservadores y los unionistas están desplegando una labor verdaderamente asombrosa, por volver a recuperar la situación preponderante que tuvieron en el gobierno del país, en la presidencia nefasta de Juan Luis Sanfuentes. En una palabra, todo nos dice que se está preparando una bien organizada reacción, que, sin duda alguna, extinguirá las escasas conquistas liberales que tras cruenta lucha y grandes esfuerzos hemos logrado alcanzar. Sin embargo, los amigos de la izquierda ideológica parece que no se dan cuenta perfecta de este peligro, y nada tratan de hacer por conjurarlo. Se vive como en el mejor y más apacible de los mundos. Una inconsciencia suprema se ha apoderado de todos los ánimos, y por ninguna parte asoma el menor deseo de resistencia. Lo que a veces logra preocupar a determinados compañeros, es la discusión acalorada por saber si es o nó el comunismo el régimen que va a reemplazar al capitalismo y a la burguesía; si es el ciudadano el productor la célula constitutiva de la nueva sociedad, si el anarquista debe o nó ser un ardiente fanático. Estos son por el momento los problemas magnos. No importa que la huelga de los trabajadores marítimos, de Iquique y Tocopilla, esté a punto de fracasar por falta de apoyo y solidaridad de los organismos del centro del país; no interesa que el movimiento de los profesores primarios se haya perdido por falta de orientación ideológica, no inquieta que en el país vecino se persiga y aprisione a obreros y estudiantes que combaten el poder dictatorial de Leguía, católico ferviente y ardoroso. Estas son cuestiones que no caen dentro del redil y de la jurisdicción en que se desata exhuberante la verborrea cálida de los revolucionarios futuristas. No, esto es sencillamente criminal. No tienen derecho los que así mismo se llaman luchadores, para sentarse a la vera del camino a mirar tranquilos el desarrollo de los acontecimientos. Deben actuar; es necesario actuar, sino se quiere entregar la dirección de las ideas en manos de los enemigos de todo progreso y de toda aspiración emancipadora. Lo contrario, la calma y la quietud, sólo servirá para adormecer, quien sabe por cuantos años, el espíritu liberal y de independencia que en forma balbuciente empezaba ya a manifestarse.

Juvenal GUZMAN.