NUESTRA UNIVERSIDAD

Carta abierta a Gilberto Zamorano, Redactor de la Revista “Agonal”

Decididamente, Gilberto, pareces a ratos un atarantado. Porque mira que escribir las cosas que escribes... Leo en AGONAL, número 1, página 17: “A menudo nos preguntamos, ¿por qué de nuestra Universidad no salen hombres pensadores?; y por qué se van los años llevándose íntegras generaciones de jóvenes sin que de entre ellos surja una sola cabeza distinguida?” Y luego. “¿Acaso nuestro pueblo, demasiado nuevo aún, es incapaz de engendrar esos frutos magníficos? ¿O es que la Universidad malogra su madurez?” Vamos, Gilberto: o tú chanceas o no sabes lo que dices, y si no, la cosa no tiene explicación posible. Porque, desgraciado, ¿de dónde sacas eso, entonces, de qué la Universidad debe ser algo así como una palestra de ejercicios en que se enseñe a pensar... con la cabeza propia? Bien, se ve, Gilberto, por lo que dices, que no has leído con mucho provecho la ley de Instrucción del 79, ni mucho menos entendido como se debe las lecciones de tus maestros, que ni con su palabra o con su ejemplo pueden haberte inculcado jamás doctrina tan peregrina. Y bien se ve, además, que ignoras– entre muchas otras cosas– eso que se llama pomposamente filosofía de la historia, que aconseja guardar a toda costa el sentido estricto de la unidad en las tradiciones, creencias, supersticiones y tonterías de la vida de un pueblo, a objeto de no romper su armonía social ni su orden institucional. Porque si lo supieras, ya comprenderías que la grandeza y la solidez de este Chilecito nuestro de hoy residen precisamente en la supervivencia de su ESPÍRITU COLONIAL que lo hizo honesto, sobrio, piadoso y de pocas letras... Menos mal que si tú lo ignoras, la Universidad lo comprende muy bien, y aún a trueque de pasar por rancia y merecer las burlas de las gentes frívolas, se ha echado sobre sus hombros la pesada tarea de mantener vivo el fuego de la adoración en los altares de Santa Colonia, que es como decir en los altares de Santa Perpetua. De allí es que en el seno de sus claustros silenciosos y de sus corredores sombríos (que debían estar decorados con las efigies de San Martín y Santo Tomás y que todavía parecen despedir cierto olor a pasado, a humedad rancia, a vida suntuosa y triste, a esclavitud de alma y de pensamiento) se mantenga intacta el alma enorme de la Colonia, de aquella Colonia “cuya consigna fue: NO DISCURRAS; cuya prudencia dijo: ES MAS SEGURO SENTARSE QUE ANDAR, cuya perspicacia aconsejo: PIENSA MAL, PECARAS PERO NO ERRARÁS; época que practicó esta máxima: EVITA LA VIDA PARA MORIR TRANQUILO; que nos repitió sin tregua: ¿DE QUE TE SIRVE CALENTARTE LA MOLLERA ESTUDIANDO SI EN EL CIELO LO VAS A SABER TODO SIN ESFUERZOS?; que nos mitigó las penas diciendo: RESIGNATE, DESPUES DE SIGLOS DE PURGATORIO ENTRARAS A LA GLORIA, y que en cada dolor, a modo de consuelo, nos decía: CASTIGO DE DIOS”. – (IRIS). Pues bien, ahora que conoces el porqué de esta posición retardataria de la Universidad, lo útil de ella y el doloroso sacrificio que le representa, comprenderás mejor cómo esa institución no se esfuerza mucho por formar cabezas distinguidas, que al fin y al cabo podían, a lo mejor, trabajar contra sus ideales cardinales: apuntalar la sociedad feudal y la cultura teológica, vacilantes, frente a la sociedad democrática y la cultura científica, nacientes. Pero aún hay más: la Universidad, chocheante y todo, es perspicaz y se da cuenta muy bien de lo que ocurre a su alrededor. Y lo que ocurre es triste: en Chile el pensamiento es– socialmente– inútil. No se le emplea para nada en la vida privada, simple amasijo como es de prejuicios, fórmulas hechas y mentiras sentenciosas, destinadas a ser rumiadas con igual fruición por abuelos, padres y nietos, ni menos se le usa en la vida pública, que es siempre mero reflejo de aquella. ¡Qué digo, no se le usa! Se le persigue como a la galega. ¿Para qué recordarte los casos frecuentes de nuestros pequeños hombres libres, cuyas voces disonantes han sido unánimemente estimadas como una injuria afrentosa para el silencio mental de la colectividad, injuria que es preciso pagar con la cárcel, el destierro, la destitución burocrática o simplemente con el desprecio y la moda de las personas decentes y juiciosas? Ah! Gilberto, y qué decirte en cambio de nuestros encantadores hombres de Estado– huecos, tontos y ceremoniosos– que precisamente, por tener una cabeza que es puro motivo ornamental sobre los hombros, han podido llegar a todas partes, y por ahí andan a esta horas, sobre la superficie, flotando con la levedad gozosa de los corchos...? ¡No parece sino que con su seriedad indígena secular hubiesen revertido al serio estas palabras que, burla burlando, escribió alguna vez el maestro de “El lirio rojo”: “El pensamiento es una cosa horrorosa. No hay por qué extrañarse que los hombres lo teman instintivamente. Es el ácido que disuelve el Universo y si todos los hombres se pusieran a pensar al mismo tiempo, el mundo dejaría inmediatamente de existir!” Te decía denantes que entre nosotros el pensamiento era generalmente execrado. Puedo ahora agregarte que es además innecesario: lo hemos sustituido, al parecer con ventaja, por otras fuerzas menos espirituales talvez, pero más eficaces y mejor cotizadas: la astucia, la malicia, la audacia, la violencia, la desvergüenza, el cinismo. ¿Para qué, entonces, lo otro? Ahora bien, en estas circunstancias se ve que la Universidad es lo que se llama una corporación ambientada, y que lejos de ser una institución inventada para perder el tiempo, como pretenden algunos deschavetados, que no saben lo que dicen, es verdaderamente algo que llena a maravillas una elevada y eficaz función social: la de contribuir a la felicidad de los pobladores de esta olvidada comarca, atrofiándoles el órgano perturbador del pensamiento. Dejémosla entonces como está (aunque chillen los inconformes y digan, en su lenguaje horrible, que ella está convertida en el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización de los inválidos, y lo que es peor, el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar encontraron la cátedra que las dicte) y habremos así contribuido, con una partícula siquiera, a la felicidad universal. Y perdóname ahora, Gilberto, un reproche de carácter personal. Una vez, en la bulliciosa taberna de “El joven Baco”– amable refugio de nocherniegos que talvez hemos visitado juntos en más de una ocasión– mientras el buen Coignard se entretenía en sus amables pláticas disolventes, se le cruzó, en el diálogo, un ujier del palacio de la Justicia y le dijo, ceñudo y severo:– “Veo con disgusto, señor mío, que pertenecéis al partido de los canallas”. Pues bien, otro tanto podría decirte yo, no obstante comprender que en este caso el partido es numeroso y de ánimo resuelto. Con todo, me parece más noble que recriminarte el aconsejarte que lo abandones a tiempo y no sigas suscribiendo sus injusticias tremendas, como es por ejemplo, la de criticar desenfrenadamente a la SAN FELIPE (hasta el punto de hacerte, con gusto, eco de aquellas palabras de VASCONCELOS: “La ciencia tiene por objeto mejorar la condición social de los hombres; las Universidades las paga el Estado con el dinero, con el trabajo de los pobres y primero que otra cosa alguna deben enseñar a los hombres a mejorar su condición económica individual y a romper las desigualdades injustas. Romper el privilegio, romper la casta; estudiar los métodos por los cuales se logre dar la tierra a quien la labre y el pan a quien lo trabaje: ese es el objeto primordial de la filosofía económica moderna y de la Universidad moderna”, palabras pronunciadas por él mismo en el Salón Central, mientras todos nuestros doctores corcoveaban en sus asientos...), que por otra parte te da– madre generosa– educación gratuita. Sí, Gilberto, atiende mi consejo y abandona el partido de los... canallas, que están yendo tan lejos en su libertinaje mental que a la fecha, según he sabido, se atreven– desdichados!– a arrojar dudas sobre el talento– tan universitario– de los señores Dávila y Roldán, y hasta suelen, allá en sus locas noches de juerga, reírse a carcajadas de la integridad moral de nuestro Rector amado: don Gregorio Amunátegui Solar. Te abraza con afecto tu amigo que, a pesar de todo, te estima:

ALEX VARELA CABALLERO.

Santiago, Diciembre 1.º de 1924.