El Presbítero Vicuña nos habla de Rusia

Rusia– fragua de doctrinas– apasiona vitalmente a todos los hombres de mala y buena voluntad: a los que temen perder posiciones seculares y a los que sueñan con algo vagamente superior. Ir a Rusia, con ánimo de hallarlo todo óptimo o todo desvalido es tarea al alcance de cualquiera. Sin ir muy lejos, es conocido el reciente caso del docto que estuvo tres días acurrucado en un hotel de Moscú y, a su retorno a Chile, se vació en folletos, en conferencias para damas y hasta en una pintoresca Liga contra el Comunismo. Lo difícil no es hablar del problema ruso, sino comprenderlo. Es decir, bucear, con impasibilidad científica, el espíritu que sopla y orienta ese fervoroso ensayo de perfección social. Este fue el criterio que nos dirigió hacia el Presbítero don Alejandro Vicuña, recién llegado de Rusia y cuya inquietud por todo lo humano es bien conocida. Nos puso en contacto Juan Gandulfo– hoy ya lejos para siempre– y pronto la charla dinamizada por el espíritu cordial y ágil del joven presbítero se deslizó a esa Rusia hirviente que ahora constituye el imán de Europa y América.

¿Qué piensa usted– preguntamos– de la situación económica de la Rusia actual?

–Error trascendental, que vicia la mayor parte de las opiniones emitidas sobre Rusia, es considerar a ese país, como parte integrante del mundo occidental; Rusia no pertenece al Occidente ni al Oriente, siendo el punto geográfico, político, moral y social en que se funden ambas culturas, y constituyendo por lo tanto, una mezcla de las dos civilizaciones. Comparar, pues, a Rusia en su progreso económico o contextura social con los países occidentales, es tomar una posición falsa, de la cual deben proceder juicios incompletos y erróneos. Para justipreciar a Rusia Soviética, sólo cabe un punto de comparación: la Rusia Zarista. Para hablar del aspecto económico del país de los Soviets y precisar, es preciso, entonces recordar lo que era el país en tiempo de los Zares. La primera mirada, a las multitudes que circulan por las calles de Leningrado, a Moscú, deja impresión de pobreza, pero no de miseria. No divisé a una sola persona con los pantalones planchados en las ciudades soviéticas, pero tampoco, vi a una solo persona descalza. Parece que el Régimen ha abatido a los de arriba, pero al mismo tiempo ha levantado un tanto a los de abajo. Si bien han desaparecido casi totalmente los agrados de la vida burguesa, en cambio, un mayor desahogo permite a la masa popular vestir, comer, reproducirse, y aun educarse, en condiciones más humanas. En tiempo de los Zares, junto a la opulencia de los escogidos, se debatía el pueblo en medio de la miseria. El contraste desapareció, para castigo de unos pocos y beneficio de la inmensa mayoría. ¿Progreso o retroceso? En todo caso, el espíritu cristiano e idealista, no puede lamentarse de tal fenómeno social. La estadística, nos dice, que la producción industrial y agrícola de Rusia, ha aumentado en proporciones inesperadas. El Plan Quinquenal, cuyo solo enunciado, hizo sonreír despectivamente a los economistas europeos y americanos, marcha en forma más acelerada de la que calcularon sus propios autores: se realizará en cuatro años, en vez de cinco. Las previsiones de aumento en la producción no sólo han sido alcanzadas, sino superadas, en casi todas las ramas de la industria. No me extraño de la desconfianza manifestada por los economistas burgueses, ante el Plan Quinquenal. Hacer un plan económico con varios años de anticipación no es posible en un país de régimen capitalista, cuyo desarrollo está sometido a las fuerzas, ciegas del mercado y la especulación. ¿Cómo determinar la cantidad de los diversos productos que deben ser fabricados? Pero, lo que parece irrealizable en un país de régimen capitalista, es perfectamente posible bajo régimen soviético. Abolida la Propiedad individual, el conjunto económico depende del Estado, quien regulariza, entonces, la producción, de acuerdo con las necesidades del comercio o consumo. Aunque ciertas ramas de la economía soviética no se encuentran totalmente socializadas, especialmente la agricultura, no obstante, la industria socialista del Estado, como ser transportes, barcos, Bancos, créditos, cooperativas, etc., etc., son otros tantos puntos de comando, que permiten controlar sistemáticamente las ramas no socializadas de la industria. El nivel de los salarios en Rusia ha subido, de acuerdo con la prosperidad económica general. Molotov, en discurso pronunciado ante el Sexto Congreso de los Soviets, el 12 de Marzo de este año, dice textualmente: “El salario obrero (medio mensual) en la industria controlada ha pasado de 14 rublos a 80 rublos cuarenta céntimos, habiéndose sextuplicado. El rendimiento de un obrero medio mensual se ha quintuplicado”. Esto ha sucedido en el espacio de 1921 a 1930. La desocupación obrera, no existe en Rusia. Frente a esta halagadora perspectiva de la economía soviética, cabe preguntarse: ¿Cuánto durará esta bonanza? Mientras la industria rusa ha estado satisfaciendo las necesidades de 160.000.000 de hombres, que o no consumían antes los productos industriales o lo hacían en muy reducida escala, yo me explico el auge de esa industria con el bienestar obrero consiguiente. Pero una vez que los mercados se hallen copados por exceso de producción ¿no se presentará en la tierra soviética el espectro de la crisis que amedrenta actualmente a los países capitalistas? Y entonces, adiós altos salarios y demanda de brazos. Los economistas rusos se preparan para tal evento, anunciando desde luego que se disminuirán las horas de trabajo y sólo se permitirá trabajar a las personas mayores de veinte años y menores de cincuenta. Para el año 1938, calculan la jornada de seis horas y a partir de 1943, cinco horas solamente. No tengo la suficiente preparación para calcular los efectos que tales medidas pueden acarrear sobre la capacidad consumidora de la población soviética. Abandono, pues, el problema.

¿Ve usted posibilidad de que el régimen implantado en Rusia se imponga en el resto del mundo?

En principio, juzgo que ni el capitalismo, ni el comunismo imperarán definitivamente sobre el mundo. La sociedad humana mira con horror las tendencias extremas, y con instinto maravilloso se desentiende, igualmente de las afirmaciones rotundas del capitalismo y las promesas tentadoras del comunismo. De las tendencias antagónicas que aspiran a dominar, va formándose un sistema distinto de ambas, y que de ambas, toma sus principios. Insensiblemente el capitalismo marcha hacia el Comunismo, y el Comunismo retrocede hacia el Capitalismo, circunstancia que no obsta para que capitalistas y comunistas sigan odiándose y persiguiéndose con sus anatemas. Un sano eclecticismo impele a la sociedad a escoger lo útil y aprovechable de las doctrinas que hasta hoy han aparecido como irreconciliables. La política de los soviets al reconocer la necesidad de la moneda, las diversas remuneraciones del trabajo, la independencia de los hogares, etc., etc., vuelve hacia el odiado Capitalismo. A su vez, los países occidentales al implantar un control severo del capital y sus actividades, al racionalizar la producción y propender a una equitativa repartición de la riqueza, realizan en parte el programa y aspiraciones comunistas. Por tal motivo no me alarma demasiado el progreso de las ideas soviéticas, porque ellas día a día se purifican de sus errores y se adaptan a las exigencias de la humana naturaleza. Si algún día triunfara el sovietismo en el Occidente, el mundo casi no se daría cuenta de su triunfo.

¿Me pregunta ahora sobre la posibilidad del Soviet en Chile?

Pero, si hace cinco años que vivimos en pleno Soviet, en un Soviet hipócrita, pero no por eso menos enérgico para estrujar el capital privado. En Rusia los bolcheviques, gastaron una franqueza que los honra, hasta cierto punto. Suprimieron la propiedad individual y echaron sobre sí toda la responsabilidad de su acción, o sea, aprovecharon de las ventajas de la propiedad, pero al mismo tiempo afrontaron todos sus graves inconvenientes, como ser, dificultades de administración, peligros de crisis en la producción o sus precios, etc., etc. En Chile, desde don Carlos, el Arremetedor, hasta don Juan Esteban, el Contemporizador, se ha procedido en forma más irritante. Se ha respetado la ilusión de la propiedad individual; se han dejado al esclavo propietario los cuidadas y graves molestias de la administración de sus bienes, para estrujarlo después, y arrebatarle en forma de contribuciones exorbitantes todos los frutos de sus propiedades y esfuerzos. ¿Qué Soviet más ideal? El Estado toma las ventajas de la propiedad, sin preocuparse de su administración. El talento del Ministro Ramírez, absuelto hace poco por el Senado de la República, ideó esta nueva forma de Soviet, que ha arruinado las finanzas públicas y privadas. Nada puede hoy inspirar más conmiseración que la situación de propietarios, industriales, comerciantes, reducidos a la última miseria. ¿Y para qué, tal saqueo de la fortuna privada en Chile, iniciado por la pasada dictadura? En Rusia, se suprimió la propiedad para favorecer a las masas populares. Se empobreció a los ricos para mejorar a los pobres: hay siquiera un idealismo de parte de los atropelladores. En Chile, se ha empobrecido a los ricos, no se ha enriquecido a los pobres, sino que el producto del saqueo tributario ha sido para formar una nueva clase privilegiada, la de los empleados públicos, dentro de la cual gozan de situación especial las instituciones policiales y armadas; hay formidable injusticia de parte de los atropelladores. Chile, vive para los servidores públicos; es un fundo cuya administración cuesta más de lo que produce el fundo. Ahora bien, si este Soviet hipócrita, de los empleados públicos, será reemplazado alguna vez por el Soviet franco del proletariado, con la socialización de la propiedad y los medios de producción, es problema de lejana solución. Siendo una gran parte de la riqueza chilena, propiedad americana o extranjera, claro está que un conato de socialización del salitre o el cobre significaría el envío de una escuadra yanqui a imponer respeto en esta colonia chilena ¿Y entonces? Adiós Soviet y Comisarios. Por esto, más probable que el advenimiento al poder de los Comisarios del pueblo, yo juzgo que seguiremos viviendo, bajo la tutela de los Comisarios de policía.