Los damascos de Jim Allen

Este editorial fue escrito por Elsie Róbinson, en su sección “Listen World”, en el “News Telegram”. Por lo que a un resultado práctico se refiere, no hay diferencias entre Jim Allen, cosechando damascos y vendiéndolos a cualquier precio y los comunistas de Rusia, produciendo más trigo y enviándolo a mercados ya sobresaturados con este cereal. Esta es una competencia desastrosa, ya sea hecha por un individuo o colectivamente por una nación. El productor no gana en ningún caso. No tememos a las nuevas ideas que nos puedan venir de Rusia. Nos produce mucho más temor el hallarnos demasiado sujetos a ideas anticuadas. Todo el mundo comprende que hemos llegado a una época de sobreproducción, con abundancia de mercaderías y de oro y con un gran porcentaje de trabajadores que no pueden comprar. La industria frutícola está sufriendo como las otras, aunque menos que muchas. Hay medios y sistemas para buscar una mejor solución a los problemas, que los que tenemos en la actualidad. O si no, seguiremos arrastrándonos hasta que las cosas lleguen al colmo y así en pocos años, volveremos a caer en el mismo estado.

Los árboles de Jim Allen amarillean con damascos. Así también está la tierra, por debajo de ellos... grandes, dorados montones de fruta que se está pudriendo. Da pena ver que fruta buena, como esa, se desperdicie. Esto también apena a Jim; pero nada puede hacer por ella. No se gana nada con recogerla. No se sacaría un centavo, En todo Estados Unidos la fruta se está pudriendo. Y en todo el país hay niños raquíticos, mal alimentados, que nunca consiguen saborear un poquito de fruta fresca. ¡Terrible! pero no le echemos la culpa a “la depresión”. Esto nos ha sucedido durante años. Y cada año, la situación se empeora. Cada vez se pudre más fruta en los árboles; se echan a perder más verduras en la tierra; se derrama más leche en los ríos; sobran más mercaderías, que se amontonan en las bodegas. ¿Por qué? Los rusos creen saber la causa. Dicen que sucede esto porque no tenemos un plan... porque cada hombre cosecha o hace lo que quiere, sin tener un plan... y desde que todo se hace con capital privado, el Gobierno no podría llevar a cabo un plan, aún cuando tuviera alguno. Hay un librito llamado “Libro Primero de la Nueva Rusia”, escrito para escolares de doce a catorce años, por el señor M. Ilin. En él se cuenta a los escolares rusos el derroche yanqui. Se habla de damascos que se pudren, de hacendados que queman maíz en vez de carbón y de papas que se echan perder en la tierra, mientras los niños sufren hambre. Cuenta una fábula sobre los sombreros, para ilustrar nuestro sistema yanqui de hacer las cosas... acerca de cómo el señor Fox, y el señor Box, y el señor Nox y el señor Crox, decidieron todos hacer sombreros. Y de cómo se lanzaron a hacerlos, aturdidamente, temerariamente, sin un plan, hasta que las tiendas y las fábricas se ahogaron con sombreros y nadie compró ninguno más. Entonces, naturalmente, las fábricas se cerraron, se enmohecieron las máquinas, se echó a miles de hombres de su trabajo, sus hijos sufrieron hambre y los señores Fox, Box, Nox y Crox quebraron. Hasta que poco después, gastados los viejos sombreros, se necesitaron otros nuevos; se construyeron fábricas nuevas y todo el cándido y vicioso círculo de despilfarro empezó otra vez. Esto– dicen los rusos– es la resultante del capital privado movido sin un plan. “Y todo esto– niños– podría ser evitado si las gentes trabajaran unidas; si se suprimiera el capital privado; si se tuviera un gobierno central y un plan como nuestro Plan Quinquenal”. Cuando Ud. lee esa fábula sobre los sombreros, se siente muy molesto. Tendrá que admitir que eso es verdad; pero no lo admitirá de buen grado. Le molestará soberanamente que los rusos estén dando a sus niños semejantes informaciones sobre Estados Unidos. Se molestará más aún cuando vea que citan a uno de nuestros principales escritores, para apoyar su caso: Stuart Chase, en su “Tragedia del Derroche”. Ud. leerá que “en 1920, miles de galones de leche fueron echados a los ríos y esteros del Sur de Illinois”, que “en Octubre de 1921 se colocaron letreros a lo largo de los caminos, en los Estados del medio Oeste, recomendando a los hacendados quemar maíz en vez de carbón”. Seguirá y seguirá leyendo. Cada palabra irá aumentando más y más su molestia. Finalmente, Ud. se dirá: “¡Bah! Todas estas no son más que habladurías. En Estados Unidos todo está bien. Nada se puede tachar a la manera que aquí tenemos para hacer las cosas. No se debería dejar que esos rusos o esos necios escritores hablaran así de Estados Unidos”. En seguida, Ud. con impaciencia, botará lejos el libro y saldrá afuera. Y afuera, ¿qué verá Ud.? Verá los damascos de Jim Allen, que se están pudriendo en los árboles... Y entonces, ¿qué dirá Ud.?

Versión de María Marchant R.