Por los centros obreros: DESENMASCARANDO: Evaristo Ríos Hernández

Nada hay tan cómicamente interesante como atisbar y sorprender en pleno “trabajo” a los espías de la oligarquía, entremezclados con la clase obrera organizada. Estos falsos organizadores de la clase obrera, para ganar “honradamente” el emolumento que el Gobierno paga, tienen que hacer tales papeles, que son una curiosidad muy digna de conocerse. Entraremos inmediatamente en materia. Evaristo Ríos Hernández es un espía de la oligarquía entre las organizaciones, obreras. Bien, Hoy día todo el mundo está de acuerdo en esto. Cualquier chiquillo puede hoy día gritarle a Ríos, en cualquier parte, que es un espía. Pero, año y medio atrás, había que tener un valor a toda prueba, un verdadero heroísmo, para hacer una declaración semejante. Recuerdo una ocasión en que, en la Federación de Obreros de Imprenta, casi nos linchan a Elías Börgel, a Florencio Rosas y al que esto firma, porque sólo manifestamos la conveniencia de que Ríos renunciara la secretaría general en vista de que se manifestaban desconfianzas por su actuación. En cualquier parte que se hubiera manifestado una afirmación semejante, habría producido el mismo efecto. ¿Cuáles fueron las características que nos indujeron a pensar que Ríos era agente del Gobierno? Esto es muy interesante. Nosotros estimamos que los caudillos, agitadores o jefes obreros, como quiera llamárseles, deben tener, sobre toda otra cualidad, una que los habrá de distinguir. Ella debe ser la de que su vida sea clara, como la luz del sol. Podrán ser muy buenos oradores, organizadores capaces, escritores luminosos, sutiles polemistas, pero si su vida personal no es clara, toda su labor desmerece a nuestros ojos. Nuestro lema es vivir a las claras. Evaristo Ríos Hernández empezó a distinguirse justamente por lo contrario. Sabíamos perfectamente que no tenía medio alguno de fortuna, que se daba largas desocupaciones casi voluntarias, que cuando buscaba trabajo, escogía siempre los más livianos, aunque la remuneración fuera escasa, a pesar de tener numerosa familia. Aun cuando, casi siempre, ganaba escasos jornales, él vivía con su familia en relativa comodidad. Durante diez meses estuvo en el diario “La Opinión” como atendedor de pruebas ganando 24 pesos semanales. A pesar de este exiguo sueldo, Ríos sostenía a su familia, vivía en una casita decente y siempre disponía en su bolsillo del dinero necesario para prestarle a algún compañero de trabajo que ganaba más que el. Dejó después el puesto de trabajo para desempeñar la secretaría de la naciente Federación de Obreros de Imprenta, sin ninguna remuneración. Cuando algunos compañeros del gremio pretendieron remediar este sacrificio, haciendo colectas en los talleres para remunerar a Ríos, éste rechazó el obsequio, alegando su dignidad de luchador. Estos sacrificios y abnegaciones de Ríos conmovían hasta el llanto a los buenos discípulos de Gútenberg. Pero nosotros vigilábamos. Poco a poco se hizo público que Ríos tenía relaciones muy íntimas con Eugenio Castro, ex-jefe de la Sección de Seguridad, Interrogado Ríos sobre el particular, negó el hecho. Pero un día, con motivo de la huelga de operarios del diario conservador “La Unión”, se hallaban en casa de Ríos los obreros tipógrafos Eliodoro Ulloa y Rogerio Rosas, recibiendo instrucciones de éste para practicar algunas diligencias a fin de conseguir que un operario que estaba traicionando el movimiento no continuara en su porfía. Al poco rato llegó Eugenio Castro y entró como si lo hubiera hecho en casa propia. Días después llamamos a Ríos a una reunión privada en un restaurant de los alrededores de la Estación Central para que nos explicara esa amistad. Se hallaron presente los obreros gráficos J. Lorenzo Pacheco, Francisco Javier Lira, Florencio Rosas, Elías Börgel, Eliodoro Ulloa, Evaristo Ríos y yo. Se interrogó a Ríos sobre su amistad con Eugenio Castro. Ríos negó ser amigo de Castro. Eliodoro Ulloa le rectifica y relata la visita de Castro a su casa y le recuerda que trataron con Castro sobre la huelga de “La Unión” y éste le indicó en aquella ocasión que para el buen éxito del movimiento podían verse con el senador Urrejola, cosa que Ríos hizo después. Reconoció, entónces, Ríos, su amistad con Castro y la interpretó en el sentido de que era una amistad únicamente personal, que correspondía a su fuero interno y nadie tenía que ver en ello, ya que era privativo de cada individuo tener las amistades que quisiera. Se le interrogó, luego, si era efectivo que él le había entregado a Eugenio Castro, en 1916, y siendo aún Castro Jefe de la Sección de Seguridad, una carta-presentación para los obreros del norte, en circunstancias que el Gobierno lo nombró para estudiar la intranquilidad proletaria de las salitreras, Ríos reconoció haber entregado a Castro esa carta; pero declaró que había sido acuerdo de su partido. Esto se comprobó, después, con las actas del Partido Socialista. ¿De qué medios se había valido Ríos para conseguir la autorización de su partido para entregar a Castro una carta-presentación a los obreros del norte, en circunstancias que la ciudad entera de Santiago se hallaba alarmada, por las revelaciones sensacionales de Roberto Mario? Eso ha quedado en el misterio. Se le preguntó, finalmente, si había pertenecido a la Liga de Reorganización Policial, que había organizado en Santiago Roberto Mario, hecho que Ríos había negado antes. Reconoció Ríos haber pertenecido a dicha Liga de Reorganización Policial. ¿Qué hacía Ríos en la Liga de Reorganización Policial, creada, especialmente. para arrojar a Eugenio Castro de jefe de la Sección de Seguridad, siendo que él era amigo personal de Eugenio Castro? No nos cabía la menor duda de que Ríos había pertenecido a esa Liga para llevar a Castro el soplo de todo lo que en ella ocurría. El mismo papel que estaría haciendo, talvez, en la clase obrera organizada. Le notificamos que si no presentaba su renuncia de secretario general de la Federación de Obreros de Imprenta, haríamos, en su contra, una fuerte campaña. En el mismo momento Ríos redactó su renuncia y se comprometió a sostenerla en la Asamblea. Al día siguiente, Ríos, mejor aconsejado por sus tutores, según se vio, y amparado en la voluntad de la Asamblea, que exigía pruebas documentales de las actuaciones de Ríos, retiró su renuncia y azuzó a la Asamblea para que nos regalara una pateadura. Escapamos por casualidad de la pasión inconsciente de la generalidad de los asambleistas. Desde este momento ya Ríos no oculta sus íntimas relaciones con Castro y hace alarde de sus influencias en el Gobierno y del respeto que se le guarda en todas las reparticiones policiales. Durante el tiempo que funcionó la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, en el local de la Federación de Estudiantes, Ríos desempeña la secretaría general de esta institución, la secretaría general de la Federación de Obreros de Imprenta y la secretaria de la sociedad de suplementeros Camilo Henríquez. Era un verdadero profesional de secretaría. Dondequiera que hubiera una huelga, un reclamo obrero, o una reyerta de huelguistas, allí estaba Ríos. Si caía un obrero preso, Ríos iba a la comisaría, cualquiera que fuera, y con la sola autoridad de su palabra, los detenidos eran puestos en libertad. Cuando se efectuó la elección complementaria de senador por Maule, ocurrió, en la imprenta “La Opinión”, un hecho muy sugestivo. El jefe de redacción me entregó una mañana los originales de una información con títulos a dos columnas, dando cuenta de un allanamiento efectuado a la casa de Eugenio Castro por la Sección de Seguridad el día anterior. Entro al salón de cajas y en presencia de Ríos leo los títulos en que se da cuenta de ese allanamiento. En cuanto Ríos oyó su lectura, me dijo que el diario iba a hacer una plancha si daba a la publicidad tal información, que era inexacta. Volví donde el jefe de redacción y le expliqué lo que Ríos había dicho. El redactor, muy enojado, me contestó: - ¿Y quién es Evaristo Ríos para que sepa estas cosas? Era, justamente, en lo mismo que yo, pensaba. - Es el atendedor de pruebas de la imprenta, contesté. - De a componer el párrafo, no más, ordenó el redactor. Volví al salón de cajas y manifesté a Ríos lo ocurrido y la orden que tenía... Ríos, muy excitado, me dijo: - Dile al redactor que para que se convenza de que es verdad lo que yo afirmo, hable por teléfono a la Sección de Seguridad sobre este asunto.

(Continuará).