BOYCOT A LA PRENSA

“El Mercurio” y “El Diario Ilustrado”

Varias instituciones, entre ellas la Confederación General de Trabajadores y una sociedad de agricultores, han decretado el boicot contra los diarios grandes, acusados, uno, “El Mercurio”, de lo que ha padecido siempre: inepcia intelectual y cobardía moral, y el otro, “EL Diario Ilustrado”, por su actuación de perro de presa del actual estado de cosas. Nada hay más triste, en realidad, que la pobreza ideológica y la servidumbre incondicional de esos dos diarios. Encerrado el uno en su dogmatismo conservador, más fuerte mientras más arriba está el partido, y el otro en su eclecticismo sin riñones, que lo hace servir al que manda, su labor de orientadores de la opinión pública está completamente desvirtuada. Sus directores, tal vez buenos periodistas y respetables personas, pero faltos en absoluto de otro sentido espiritual que no sea el del comercio de avisos o el mantenimiento del sueldo propio y el del partido en el Gobierno, a despecho de toda alta moralidad y chinchándose en la verdad si necesario es chincharse, realizan en las páginas de sus diarios respectivos una labor nefasta: el azuzamiento del odio de clases, preconizando la persecución de los individuos que no creen que vivimos en un estado ideal y justificando cuanto crimen se comete al amparo de la palabra orden. Por estas causas recomendamos y excitamos a nuestros amigos y lectores a adherirse a este boicot, no por el alcance económico que él pueda tener– y que es casualmente el que más afectaría a las empresas respectivas–sino por la coacción moral que él puede importar. Es necesario hacer presente a esos señores que existe una, aunque sea mínima, conciencia entre sus lectores y que ella necesita también ser correspondida y satisfecha, pues no sólo de avisos económicos, de servidumbre y de capacidad conservadora vive el espíritu humano. No leamos, pues, ni “El Mercurio” ni “El Diario Ilustrado”. Son diarios que, aun a despecho de su propia dignidad, sólo quieren, el uno, llenar las bolsas de sus escasos accionistas, y el otro, mantener los puestos que sus prohombres han logrado conquistar después de la caída de su enemigo el coronel Ibáñez.

paro general

Si consideramos la oposición franca de los elementos llamados de orden: prensa, policía, estudiantes universitarios, burguesía mendicante y clase media reaccionaria, tendremos que aceptar que el reciente paro general fue un éxito completo y superó las mejores expectativas. El temor de que dio muestra el Gobierno, manifestado por el despliegue estupendo de fuerza armada que daba la impresión virtual de un estado de sitio no declarado, confirma enteramente nuestro aserto. Claro es que para arribar a las deslucidas conclusiones que los dirigentes obreros dieron a conocer en repetidas publicaciones, no era necesario recurrir a un paro general. Es éste un elemento de presión demasiado importante y valioso para emplearlo en la obtención de finalidades reformistas y de alcance limitado. Menos se explica aún el hecho equivocado de transformar un medio de acción revolucionario en peticiones quejumbrosas y dolientes a los guardadores de la legalidad pública. Si un paro general no persigue la plasmación real de sus propósitos, por la fuerza de su misma generación, quiere decir que desvirtúa el poder de su naturaleza intrínseca.