UN SAQUEO INVEROSIMIL

El proceso que se seguía a varios donosos jóvenes por asalto y saqueo del Club de Estudiantes ha sido elevado a la Corte para que esta proba corporación dicte sentencia. Un oficioso amigo nuestro que traquetea por los tribunales del día a la noche, nos ha asegurado que los ministros no van a saber qué hacer con el proceso. Por una coincidencia, de origen casi providencial, todos los jóvenes acusados de haber saqueado y asaltado la casa de los estudiantes, han conseguido establecer con argumentos solidísimos, que no deja espacio ni a la duda ni a la vacilación, su inocencia. Mientras “ocurría el asalto”, no pocos de los jóvenes acusados estaban a una inmensurable distancia. Unos visitaban los museos de Italia; otros se quemaban las pestañas examinando los manuscritos estupendos que se conservan en Inglaterra; otros desempeñaban joviales ocupaciones en el Principado de Mónaco; algunos refrescaban su esqueleto en las prestigiosas aguas del Ganges. Los menos felices convalecían en los sanatorios del país helvético. Los contadísimos acusados que estaban en nuestra tierra han probado también su inculpabilidad. Unos en ese mismo instante visitaban a sus relaciones, otros permanecían en sus fundos y los más inclinados al escepticismo ocupaban un sitio en los bares elegantes. La justicia, con una imparcialidad casi sobrehumana, no ha podido hacer otra cosa que verificar la verdad de tales afirmaciones. Si los jueces hubiesen sido hombres vulgares, habrían achacado la culpabilidad a uno o dos de esos jóvenes; pero ellos saben perfectamente que la venganza sólo está bien en los dioses. Y han preferido ser justicieros. Un hecho inexplicable lo constituye la acusación que dio origen al proceso. ¿Cómo se explica que una. acusación rechazada en forma tan brillante pueda haber extraviado la razón de los jueces por tanto tiempo? ¿Cómo justificar que esa pobre acusación se haya transformado con el concurso de las circunstancias en una tan compleja pieza jurídica? ¿No es vergonzoso que un proceso de tan pobre base haya sido sometido al juicio de los magistrados más altos? Sería preferible archivar ese malhadado proceso. La acusación no tiene razón de ser desde el momento en que se sabe que no existen culpables. Es cierto que también hay pendiente una acusación contra dos estudiantes por haber provocado el desorden primero y luego el saqueo; pero si en realidad no ha habido saqueadores es peregrino creer que alguien haya provocado. La provocación por su indispensable calidad de hecho social, necesita la concurrencia de cuerpos sujetos a reacciones idénticas. Un hombre no puede provocar sino a otros hombres . Si alguien dirige una blasfemia a una piedra o a una muralla, ni por milagro conseguirá que la piedra se tire como un puño contra su cabeza o que la muralla se desplome sobre su cuerpo; pero si un hombre hace lo mismo con otro semejante, obtendrá mucho más de lo que desee. La evidencia y la certidumbre nos estimulan a creer que no hubo saqueo. Y si realmente nos acompaña la razón es elementalmente lógico descartar la existencia de saqueadores y provocadores. Sin embargo, se podría objetar que los muebles del Club no pudieron destruirse por sí mismos. Y a primera vista, nadie sabría cómo defenderse de tal argumento. Un mueble puede comprimirse o ampliarse; pero no puede perder su unidad sin la intervención de agentes externos. Este resultado no es tan consolador como lo desearíamos. Empero, lanzándonos en el infinito de las hipótesis, podríamos dar con un agente que explicaría este misterio momentáneo. Pudo en el instante del “suceso” desencadenarse un temblor con la violencia conveniente para lanzar unos muebles sobre otros. En las grandes ciudades es dificilísimo percibir los temblores diurnos. Muchas veces uno tiene conocimiento de ellos por las noticias de la prensa. Si además de ese posible acaecimiento agregamos que en esos días el público estaba excitado atrozmente por las pasiones políticas, excitación que favorecía la divulgación de toda especie de patrañas, podríamos vislumbrar algo semejante a una evidencia. ¿No seria aceptable creer que hubo un temblor y que la destrucción de los muebles fue cargada a problemáticos saqueadores que, por una coincidencia extraña pertenecían al bando conservador? Si los jueces fuesen tan amables como para pesar estas disquisiciones, el autor se sentiría obligado a suponerles un talento sin precedentes.

GONZALEZ VERA.