De la Provincia

EL PERIODISMO

En un diario de provincia he visto un aviso de una casa norteamericana ofreciendo enseñar el periodismo por correspondencia. Opino que la referida casa no hará negocio, pues si se quiere ser un buen periodista ¡ahí están los diarios que le están dando todos los días una lección práctica de como se hace el periodismo! La gente novata encuentra cosa muy difícil llegar a ser un buen periodista; pero no hay tal; basta con no tener demasiado huecas las seseras y saber encontrar el mecanismo por el cual se mueve esto que la gente llama periodismo. Es una cosa sencilla: ¿El Círculo de Arte celebra una sesión? Se hablará de la utilísima y benéfica labor que desarrolla el Círculo; de la simpatía con que mira la gente este Círculo y del gran interés que tiene en asistir a la sesión; se dirá que el que da la conferencia es un espíritu cultivado, estudioso, inteligente, inteligentísimo y que por esto todo el mundo lo conoce. No importa que el Circulo tenga cuatro gatos y que no vaya nadie; se le dirá al público una serie de bonitos adjetivos durante una semana. Después de efectuada se hablará del gran éxito que tuvo, del enorme público que asistió, etc., etc. ¿Se muere un señor cualquiera? ¡Ah!: Deja un vacío difícil de llenar y la sociedad y los amigos del difunto lo llorarán eternamente y el cronista, acongojado, enternecido, le enviará el más sentido pésame a la familia. Se organiza una colecta en pro de los pobres? Se ensalzará esta cosa sublime que alberga en los blancos pechos de las damas y que se llama piedad, amor, y que las hace abandonar toda comodidad para sacrificarse andando de calle en calle y de puerta en puerta pidiendo una bendita limosna para los pobrecitos desgraciados.

Cuando no se tiene tema se puede hablar del alcoholismo. ¿Cómo es posible, que las autoridades contemplen impávidas la degeneración de la raza? ¿Por qué no se dictan leyes para extirpar de raíz el alcoholismo? ¿Por qué no se cierran las cantinas? ¿Por qué? Todo esto no priva que al otro día se hable de la floreciente industria vinícola. Se puede escribir también sobre los conventillos, la vagancia infantil, o el avance de las ideas malsanas, aunque esto último es un tema ya viejo y gastado y que sólo trata de cuando en cuando el que escribe los editoriales. El editorialista generalmente es director. Este hombre habla de la esterilidad parlamentaria, de la crisis salitrera, de la corrupción gubernativa, de la baja del cambio y de los damnificados del norte. Y todo se repite; se le cambian adjetivos y nada más. A veces los periodistas están contentos: es cuando hay un crimencito grande, un salteo con violación y muerte o un terremoto como el del norte. ¡Que hermosas crónicas se hacen entonces!

EL SEÑOR HERRERA

El señor Herrera ha estado en Santiago. El señor Herrera usa monóculo. El señor Herrera es intelectual. Anda con majestad, pausadamente, igualito que William Farnum haciendo de señor principal. Se mete entre la gente encopetada, y a las hijas las llama la Martita, la Rosita, la Emilita... El señor Herrera es de este pueblo, pero él, cada vez que se lo preguntan, afirma que es de Santiago, que ha vivido la mayor parte de su vida en Santiago y que viene a este pueblo por temporadas no más. El señor Herrera nada tiene que hacer en el diario, pero eso no obsta para que vaya allá, converse con el cronista, converse con el director, converse con el administrador, haga unas cuantas frases, le haga la réclame, con cursis párrafos, al Centro de Arte del cual tiene unos deseos locos de ser secretario. En la sala de la crónica, después de comida se junta a veces una serie de gente que no halla qué hacer a esa hora. Entonces el señor Herrera jugando con sus lentes –no es monóculo, lo que usa el señor Herrera: son lentes, unos hermosos lentes– da opiniones, charla de arte, juzga escritores, cuenta anécdotas de la capital. Habla familiarmente de Pedro Sienna, de Nicanor de la Sotta, de Rafael Frontaura. El señor Herrera ha sido actor; pero está decepcionado del teatro; halla incultos, pocos caballeros a los cómicos. (Malas lenguas me han dicho que la noche de su debut, silbaron al señor Herrera). Cada vez que viene algún poeta en gira de arte o se da alguna conferencia, el señor Herrera –con su melena de William Farnum– es él que lo presenta. A veces nos encontramos en la calle con el señor Herrera. Como le va mi amigo –dice, digno. Bien, señor Herrera –respondo.

PASAR EL PARTE

Mi patrona de pensión es una señora de carácter. Un carácter enérgico, trabajador. Cuando ella dice que no, no vuelve sobre su palabra. El otro día le fueron a vender boletos de una rifa de un automóvil; esa rifa es patrocinada por la policía; aún más, creo que es organizada por ella misma, para; tener dinero no se para qué cosa. Pues bien; el prefecto ha encargado a todos los pacos, la tarea de vender el mayor número posible de boletos de la mentada rifa. ¿A quién vender boletos que valen 2 pesos y donde hay más probabilidades de perder que de ganar? A los que tienen prostíbulos, a los cantineros, a los que tienen casas de pensión, a toda aquella gente que algo tiene que ver con la policía y que están interesadas en mantenerla grata . Y ha resultado. Y le fueron a vender a mi patrona boletos. Pero ella no quiso tomar ninguno. Es una estafa –me decía– pues compraron carísimo ese automóvil, que es viejo e incómodo. Y lo compraron así, por que el propietario era un compinche del prefecto; y ahora, los caballeros, quieren sacarse el clavo metiéndole a una esos boletos. Y no los compró. Pero a los dos o tres días “le pasan un parte” por vender licor por copas. Es de advertir que tiene permiso para vender vino a la hora de comida, y era lo que hacía cuando la sorprendieron. Ella alegó, gritó; ¡nada señor! Le pasaron parte, sin más trámite. Después he sabido que a toda aquella gente que se negó a tomar número le “pasaron” el consabido “parte”, obligándolas a pagar una multita mas o menos respetable. A los tres o cuatro días de la visita que los agentes hicieron a mi patrona, vino un paco a venderle un boletito para la rifa, y de nuevo recibió una formal negativa. Ahora cada vez que la veo le pregunto: ¿Todavía no le han pasado el parte?

PIÑUFLA

Piñufla es un hombre serio que no mete bolina ni grita como los otros muchachos. En la mañana llega al diario con las manos en los bolsillos y se queda en el pasadizo esperando a que le den los diarios, afirmado en la pared y mirando filosóficamente como sus compañeros gritan y se insultan. A él lo dejan tranquilo; a lo más le dicen una que otra cuchufleta, pero nada más. Hubo un audaz que se dedicó a molestarlo, pero cuando a Piñufla se le agotó la paciencia le dejó hinchado un ojo de un puñetazo. Después quedóse tranquilamente afirmado en la pared. ¡Piñufla! dice con una voz gangosa y fuerte el que reparte los diarios, –anda a buscarte pan. Y Piñufla sale caminando con trancos parsimoniosos de fraile ocioso, encogido, para defenderse mejor del frío matinal. Zapatos no usa y sus viejas ropas están descoloridas y remendadas; anda siempre con el pelo desgreñado y con la nariz muy sucia. Pero él parece que siente un olímpico desprecio por todas estas pequeñeces exteriores. Hasta cuando dice ¡tome patrón!, hay indiferencia. Una vez conversé con él. –¿Dónde vives, Piñufla? –En la calle Argentina. –¿Tienes mamá? –Sí, tengo mamita. –¿Y qué hace ella? –Toca donde la Isabela. La Isabela es la dueña de un prostíbulo. –¿Y te trata bien tu mamita? –¡Ps...! –¿Y tú papá? –Murió. –¿Y de qué murió? Lo fusilaron por que mató de una puñalada a uno.

PABLO GERARDO.