VIDAS PARALELAS

Don Arcadio Ducoing y el “doctor” José María Galvez

A riesgo de despertar las iras de las gentes honestas, nos vamos a preocupar algunos instantes de una pareja singular, a quienes los dioses los crearon y los viejos petrificados de la Universidad los juntaron en este refugio de la mediocridad intelectual. Hablaremos de Arcadio Ducoing y del “doctor” José María Galvez, cumpliendo con tan penosa tarea a fin de acelerar el día en que la muchachada estudiantil barra tanto escarabajo y arácnido, que ha fabricado sus nidos y telarañas en el carcomido y vetusto convento en que el bovino de Domingo Amunátegui hace las veces de prior. A don Arcadio lo llaman cariñosamente el “chancho Ducoing”. Y él parece no disgustarse con el título, así como no se molesta “don Chumingo” cuando le aplican el conocido proverbio universitario: “De lejos parece y de cerca no cabe la menor duda”. A don José María, lo llaman “doctor”, título que legítimamente ostenta desde el día en que se lo dieron por equivocación en la Universidad de Leipzig. Pero el título de “doctor” en boca de los bárbaros de sus discípulos adquiere los caracteres de una burla demasiado cruel. En efecto, es un sarcasmo llamar “doctor” a una cabeza aserrinesca, colocada sólidamente sobre un cuerpo que no tiene otro mérito que el gozar de buena salud. Don Arcadio ha visitado varios países, y el “doctor”, para no ser menos, ha hecho otro tanto. Del resultado de tales viajes los cronistas no han podido decir gran cosa, porque todavía discuten acerca de quién desprestigió más a nuestro aporreado país. Ambos maestros de la juventud poseen grandes sueldos, lo que constituye el más alto honor a que puede aspirar un ciudadano libre en esta democrática República. Mientras el uno ostenta los títulos de ex-director del Instituto Pedagógico, profesor de Lógica en el Instituto Nacional y Liceo de Aplicación, profesor de Retórica del Instituto Pedagógico, Secretario de la Facultad de Filosofía y Humanidades, examinador oficial de la Universidad, Jefe de los pobres taquígrafos encargados de transmitir a la posteridad las asnadas de la Cámara de Diputados, etc., etc., el otro, el hombre humo, es profesor de inglés, francés y alemán del Instituto Pedagógico, doctor en Lenguas de Leipzig y en Leyes en California, presidente honorario de algunas filarmónicas, viajero en Europa y E. E. U. U. por cuenta del gobierno, etc., etc. Ambos gozan de muy buena salud, lo que demuestra una vez más que en el metabolismo de las grasas no interviene para nada la corteza gris. Ambos gozan de mucho prestigio entre sus numerosas relaciones, lo que confirma una vez más que en materia de prestigio hay diversas maneras de hacerse notar. Los muchachos que anhelan la Reforma Universitaria deben rogar a los dioses para que los “parelelizados” de hoy hagan escuela entre el profesorado universitario, del mismo modo que deben invocar la protección divina para que las ratas se multipliquen por millones en los cimientos del edificio universitario. En esa forma, el derrumbe intelectual y material de la Universidad se verificaría simultáneamente. Y los muchachos se ahorrarían de hacer una campaña tan poco simpática como la que se emprendiese contra las cucarachas, arañas peludas, alacranes y escarabajos.

Leoncio Echazarreta.