La Rotonda de los Símbolos

LA REJA Impetuosa fuerza de mi corazón, rayada apenas por el filo de los días que pasan, nunca pude vaciarte entera en mis acciones, nunca pude soltar esta red de amarras que me estorban para clavarte en un inmenso grito vertical en el cielo de los hombres. Como una bestia en acecho debo esperar pequeñas lumbres, pequeños símbolos, cauces pequeños que arrastren el fermento de mis inquietudes. Detrás de ellos canta mi vida como detrás de una reja. Solo así pueden atarse mi música y las palabras ajenas, y sólo así sigo en soledad conmigo mismo como un símbolo inédito cuya verdad espera sólo palabras inmensas para entregarse.

EL ESPEJO EN LA NOCHE La noche llena la calle en un dulce arrastrarse de sombras. Después, curiosa de sorprender mi oscura vida, entra en puntillas en mi alcoba. Yo, tendido frente al inmenso espejo mural que me rodea, no la siento llegar. Ofendida, se esconde entonces en los rincones y desde allí me acecha, pronta a invadir en un relámpago negro, la habitación entera. Lo hace, ahora. Por mi ventana veían mis ojos adormecidos los derechos caminos de la ciudad. Ahora nada veo. Es como si la sombra hubiera cerrado la calle. Desesperando de ver pasar frente a mi ventana las mujeres crepusculares desesperando de ver este paisaje que mi antiguo tedio conoce detalle por detalle, vuelvo los ojos a mi habitación circundada por el ancho espejo mural que ha olvidado en su mirado unánime mis gestos, mis actitudes de ayer, perdidas para siempre. Pero al volverte a ver, oh antiguo espejo inmóvil como un estanque del tiempo, se renueva en mi alcoba oscurecida la tragedia de todos los atardeceres. Yo estoy delante de ti, y mi imagen actual debe reflejarse extática como estoy, en tu lámina inexorable. Comprendo oh antiguo espejo, comprendo bien que la noche ha llegado, pero mi imagen ¿qué se ha hecho? ¿está dentro de ti o más allá de la sombra o mas allá del agua transparente que se detuvo en tus cristales? ¿Qué se ha hecho mi imagen? Mírame, enloquecido, haciendo gestos turbios por sentirme vivir y no creerme desaparecido de tu alma borrosa y distante. Araño tu lámina y busco, allá lejos mi imagen perdida. ¿Que se ha hecho? ¿Acaso, disuelta en la noche, amarrada a la sombra, ha salido a arrastrarse con ella por otras calles desconocidas, a entrar en otras alcobas ignoradas en que hombres locos y desesperados busquen también su imagen caída irremediablemente, perdida para siempre en el pozo de un espejo nocturno?...

EL PUENTE QUE ANDA Tendido, bajo el cielo altísimo, y descansando de largas caminatas, observaba mis zapatos deshechos, cuando lo sorprendí. Cansado, estaba, como yo. Pero su cansancio era el de la inmovilidad. Estaba cansado de dejar pasar bajo su toldaje de fierro el agua mansa que fluye y fluye. Estaba cansado de mirar alejarse los pasajeros emigrantes. Cansado de ver cambiar el cielo y huir, huir los días perseguidos por las noches veloces y estrelladas. Cansado de estar tendido como un sepulcro, para que por el pasaran los trenes trepidantes y los viajeros inquietos. Fue sin quererlo cuando lo sorprendí. Se había levantado enderezando sus piernas de riel, y su esqueleto semi enterrado en la tierra fugitiva. En la llanura emprendió una frenética carrera, una salvaje danza en que titilaban inmensamente sus vértebras mecánicas. Por los montes trepó a zancadas y sobre las cimas se detuvo besado por los vientos olorosos. Saltó las carreteras. Quebró los muros. Pero sus pisadas ignorantes van destruyendo las sembraduras. Pasa y las maravillosas flores amarillas caen aplastadas bajo sus pasos. Ha roto los árboles del camino, sus únicos amigos, los árboles quietos y dulces, que levantaban al cielo sus nidos y sus brotes. No puede caminar por las carreteras. No puede saltar las montañas. No puede dejarse llevar como una rama caída por el estero azul que se desgrana en los campos. Cuando queda derecho sobre una cumbre, sus garfios de acero desgarran los arreboles impalpables. Mientras tanto, la tierra en reposo junta su silencio al silencio inmenso del cielo. Están quietas las alamedas lejanas. Se han detenido los pájaros en las ramas más altas y el puente andante es el único movimiento que tuerce la igual armonía de los campos en el atardecer. Una estrella, la primera clavada en el cielo, mira desde la altura, inmóvil y lejana...

COMO EN EL JUEGO DEL TUGAR Divina Alegría la de esconder. Como en el juego del tugar voy a esconder mis pensamientos en los rincones más oscuros... Divina Alegría, la de esconder. Dios es un signo escondido entre la inmensa ecuación del día y de la noche. Como en el juego del tugar, busco los sitios más lejanos para ocultar mis inquietudes, y las cubro con espinas o rosales. Pero los hombres las descubren. Las descubren en los breñales más hostiles, entre los rosales más fragantes. ¿Cómo adivináis, buscadores? Como en el juego del tugar.... Pero si dejo mi inquietud a pleno sol, tendida en medio del camino, bajo todas las pupilas, pasan los buscadores y no la descubren, pasan, y buscan y no la ven. En ella se queman ¡y no la sienten! Y se alejan a buscarla en los rincones oscuros, en los sitios lejanos, en donde no está mi inquietud. Cómo en el juego del tugar...

Pablo Neruda.