Carta a un estudiante de Medicina

¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es esta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el espanto. ¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida? Tienes tú que renunciar a la vida privada. La mayoría de los ciudadanos pueden terminada su tarea aislarse lejos de los importunos; tu puerta quedará siempre abierta a todos. Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia; pero los ricos te tratarán como a esclavo encargado de remediar sus excesos; habrás de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia. Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas la sociedad de hombres de talento, de artistas, de almas delicadas: en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables. Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación: ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu traje, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tus clientela. Te gusta la sencillez: habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, saber lo que vale el tiempo: no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia. Sientes pasión por la verdad: ya no podrás decirla. Habrás de ocultar a algunos la gravedad de su mal, a otros su insignificancia. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice. La medicina es una ciencia oscura, que los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo: no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito. No cuentes con agradecimientos. Mientras el enfermo está en peligro, te trata como a un príncipe, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia, ya le estorbas; cuando se trata de pagar los cuidados que le ha prodigado, se enfada. Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen por parte del médico; cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado ha de ser él. No cuentes con que ese oficio tan penoso, te haga rico. Te lo he dicho: es un sacerdocio, y no estaría bien que obtuvieras ganancias, como las que obtiene un comerciante vulgar. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados. Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miserias. Tu oficio será para ti una túnica de Neso; en la calle, en los banquetes, en el teatro, en tu cama misma, los desconocidos, tus amigos, tus allegados te hablarán de sus males. El mundo te parecerá un vasto hospital. Tu vida trascurrirá en la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, de los duelos y de la hipocresía, que calcula, a la cabecera de los agonizantes. Te será difícil conservar una visión consoladora del mundo. Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. La conciencia de aliviar males te sostendrá en tus fatigas; pero dudarás si es acertado hacer que sigan viviendo hombres atacados de un mal incurable, niños enfermizos que ninguna probabilidad tienen de ser felices y que transmitirán su triste mal a seres que serán más miserables aún. Cuando, a costa de muchos esfuerzos, hayas prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños deformes, vendrá una guerra y destruirá lo más sano y lo más robusto que hay en la ciudad. Entonces, te exigirán que separes los débiles de los fuertes, para salvar a los débiles y enviar los fuertes a la muerte. Piénsalo bien mientras es tiempo. Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo que estarás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones: si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre con una cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, hazte médico hijo mío.

Charles BOUTIN.