EL FIN DE UNA COMEDIA

Dentro de los días habrá terminado la mascarada pan-americana de Santiago. Sus resultado acaso sorprendan a los políticos, o a los ingenuos que aún creen en la probidad de los gobiernos capitalistas. A nosotros sólo pesca desprevenidos, y, en consecuencia nos desconcierta un poco, la bobería y el cinismo demostrado por nuestros patriotas y dignos gobernantes chilenos. Cualquier conferencia, verificada en cualquier país, llegaría seguramente a los mismos resultados de la conferencia de Santiago . Pero ¡con qué figura, con qué diplomacia, con qué sutil y elegante maquiavelismo! Y si a la postre, el alma perdía una ilusión o una esperanza más,—quedaba parcialmente resarcida con el placer estético de haber visto desenvolverse a actores impecables, a verdaderos maestros en el arte de tejer argucias envolventes, de desarrolladas con florentina exquisitez, de aureolarlas con el prestigio ¡armonioso de frase perfecta. Y así, todo cuanto se perdía desde el punto de vista ético, era compensado por la fruición—un poco diabólica, es verdad—del espectáculo maravilloso. Nada de esto nos ha proporcionado la farsa ditirámbica de Santiago. Aparte el gesto seco de la Argentina y la actitud de Costa Rica ¡qué tropical y desembozado exhibicionismo de mediocridad. La proposición de Costa Rica tendiente a cambiar el organismo de la Unión Pan-americana constituida una amenaza para el imperialismo yankee; era una flecha apuntada audazmente a la frente de la colosal ave de rapiña. Pero la flecha no partió del arco. Los delegados de Chile “mangonearon” en las tinieblas, desplegaron toda su capacidad de ondulación, arquearon la espina dorsal, y el gigante monstruo del Norte pudo sonreirse desdeñosamente de la temeridad del pequeño David centroamericano. Mas turbia y más equívoca aún fue la actitud de nuestro país en la discusión del tema “reducción de los armamentos” . Tal como antes se marcó ante Estados Unidos, ahora cubileteó en forma repugnante por lo sucia y por lo torpe para espaldear el juego grosero de Brasil. El señor Huneeus, encargado de la “ponencia” del tema desertó latamente sobre todo, sobre todo, menos sobre la reducción de armamento. La delegación argentina protestó ( y con mucha razón ) de la tomadura de pelo ... y la función se suspendió. Entre tanto, en Valparaíso se estaban desembarcando cañones, rifes y otros juguetitos más o menos inofensivos El gobierno chileno alarmado con la grita de los diarios bonaerenses, y a fin de remediar su traspiés anrior presenta un nuevo proyecto de “reducción de armamento” cuyos resultados más visibles consistirían en llegar, en plazo breve, a la triplicación de los armamentos. El juego, sobre ser burdo, comienza a hacerse peligroso. La evidente parcialidad de Chile corre el riesgo de ser desnudada en público. Se ha hecho tal derroche de desatinos que ni siquiera el Brasil está contento. El rompimiento se avecina. Para conjugarlo Estados Unidos maniobra entre telones; y como medida precautoria nuestros estadistas establecen la censura telegráfica. En este estado continúa, a tropezones y a derrumbes, la discusión del tema que sólo por ironía sigue titulándose: . Nuestra sapiencia diplomática se pone otra vez de manifiesto. Para salir de berenjenal, se encarga al señor Huneeus que vuelva a leer su primera “ponencia”. Los delegados, un poco buriones y otro poco desorientados constreñidos a soportar la pesada y nebulosa metafísica del representante chileno. La delegación argentina abandona la sala. ¿Qué otra cosa podía hacer si el Gobierno de Chile no ha tenido talento ni siquiera para disimular la chacota? El Presidente Alessandri quiere enmarcar dignamente el cuadro, y para demostrar la honradez y la sinceridad con que se agregó a la Conferencia el tema del desarme, declara a un periodista flumínense que el Brasil tiene pleno derecho para armarse. Después de esto ¿queda al por decir? Poco, muy poco. Nosotros reconocemos a nuestros gobernantes el derecho a ser simples Pachecos de cartón; también les reconocemos el derecho a ignorar la existencia de la moralidad. Al fin y al cabo, ni el talento ni la decencia son cosas que pueden comprarse como se compra la banda presidencial o como se compra un sillón en el parlamento. Pero nosotros no les reconocemos ni podemos reconocerlas, el derecho a usar su inmoralidad o su tonterías en nombre de un pueblo que nada tiene que ver con ellos, y al que sin embargo hacen aparecer, ante las miras del mundo, como lacayo de Estados Unidos o como alcahuete de Brasil.

CLAUDIO ROLLAND

1o de mayo de 1923