LA CRISIS DEL IDEALISMO UNIVERSITARIO

¿Existe en realidad una crisis de idealismo entre nuestra juventud. universitaria de hoy día? ¿O solamente es una crisis que comprende a las organizaciones juveniles? ¿Tiene por desgracia esta crisis raigambre firme? ¿Es una crisis idealista específicamente universitaria, o es sólo un derivado del actual emporcamiento, moral en que está sumido el país, o menos aún, es simple repercusión de la intensa crisis humana que abarca a casi todas las sociedades del mundo, y da al aetua1 memento histórico un carácter único de intensa y dolorosa dramaticidad, como que en él se quiebran violentamente todos los viejos valores tradicionales y se inicia la pugna de los nuevos que afanosamente buscan la forma de su cristalización? ¿Cuáles serán, en todo caso, sus causas determinantes próximas: el Liceo, la Universidad, etc.? ¿Cuáles también, sus soluciones, así mediatas como inmediatas? ¿Podría, en fin, ser una solución la destrucción de las actuales organizaciones juveniles, o más bien, no constituirán estas—siquiera transitoriamente—la mejor posibilidad de salvación? He aquí—desordenadamente anotadas—seis interrogaciones serias e inquietantes que son, a. su vez, como enunciados de otros tantos problemas supremamente inquietantes y serios, con extensas y hondas vinculaciones en lo mental, lo ético y lo social, y a cuya dilucidación es honradamente imperioso que contribuyamos todos, aunque sólo sea—como en este caso—aportando las observaciones de una floja cabeza pensante, observaciones que después de todo pueden, intelectualmente ser pueriles, pero que van, por lo menos, ricas de intención cordial.—Es lo que vamos a intentar realizar en seguida, con palabras sencillas y el espíritu acabadamente limpio de todo dogmatismo o pretensión.

I. Esta caducidad mental de nuestra generación reconoce causas anteriores y ajenas a. la vida corporativa estudiantil.

Hace ya largo que se venía entre nosotros afirmando la existencia de un hondo mal en el seno de la juventud universitaria; pero eran voces mezquinamente interesadas—el clero, la banca, la tradición, cierta prensa, determinados núcleos políticos etc: la explotación y la injusticia organizadas, en suma—, e indignas, por eso, de ser atendidas seriamente. Hoy día, en cambio, la situación es otra: junto con atenuarse la violencia del ataque de enfrente, y disminnir, con ello, de este lado, el esfuerzo colectivo de la resistencia, se comienza a percibir en las propias filas los síntomas de una dolencia en verdad alarmante, que la pasión del ataque de ayer había impedido, por cierto, apreciar y atender debidamente. Y lo que es mejor, por que habla de recia independencia crítica y de entereza viril: el denuncio de tales síntomas ha correspondido a los propios componentes del organismo afectado. Sólo que con una lamentable cortedad de visión analítica se ha intentado atribuir causas baladíes a un mal que parece tenerlas más hondas y serias. Y—con una negra alma de panteonero —se ha pretendido encerrar tempranamente bajo tierra a la institución juvenil sindicada de ser la generadora del daño. Menos mal que hasta el momento no ha tenido fortuna este último intento, denunciador en quienes lo llevan adelante de una alarmante ligereza reflexiva, o lo que es lo mismo, de una embrionaria conciencia de las responsabilidades. Porque, en efecto, se ha argüido insistentemente que esta crisis de idealismo que afecta a la generación actual arranca principalmente de las corporaciones en que aquella se agrupa, las que se ahogarían, al nacer, las posibles individualidades robustas de la juventud y facilitarían, en cierto modo, su temprana petrificación, y aún se ha llegado a decir, hasta su abellacamiento. Pues bien, tómese, así ligeramente planteado, el problema y al punto se verá que una objeción salta rotunda y destructora, a la vista de cualquier observador, aún del menos zahorí: la multitud universitaria, en su 60% por lo menos, vive fuera de todas estas corporaciones que lealmente se dicen ser sus órganos representativos. ¿Cómo puede entonces alcanzarle al mayor número la acción— supuestamente corruptora —de organismos tan reducidos? (Y nótese muy bien que en nuestro terco optimismo ni siquiera damos relieve a la fatalidad actual—¿o eterna?—de que dentro de ese 40% de alumnado organizado, apenas si su cuarta parte—un 10 % en el conjunto—hace vida activa: opina, escribe, organiza, actúa, etc., dentro de sus respectivas agrupaciones. (1) No obstante todo esto, la maliciosa testarudez—maliciosa, a pesar de su simplismo razonante—de los empeñados en colgar a cuenta del régimen corporativo estudiantil la evidente chatura espiritual de nuestra juventud continúa enclavada en su errónea posición. Busquémosle, sin embargo, a este razonar, una ancha salida que podría venir a invertir estas posiciones—la de ellos y la nuestra—¿Será acaso que, si bien tales organismos no han generado propiamente el quebrantamiento del espíritu idealista, por lo menos estaban totalmente viciados, y en atención a ello es que la multitud juvenil se abstiene de concurrir a su seno? Pero respondámonos inmediatamente: peor, mucho peor aún! Porque concediendo que pueda valer pequeña porción organizada del alumnado, con su inquietud y su generosidad innegables ¿va acaso valer más esa recua informe y plomiza que apenas sabe ser, en el aula, estudiante eficiente, y que fuera de ella vegeta estúpidamente, ajeno en absoluto a toda solicitación de cultura y de bien colectivo? ¿Pueden talvez dar el sello ennoblecedor de la superioridad espiritual—y derivado de allí, el atributo de la eficiencia social—la simple apatía egoísta y la carencia de afanes culturales, par más que ambas se hallen ventajosamente compensadas con una abundante riqueza de apetitos y tendencias que conducen a sus gozosos depositarios a vivir puramente encorvados sobre la bastedad de las cosas materiales? ¡Valiente argumento se aporta en contra de las organizaciones juveniles, mostrando como elemento ejemplar a este espeso conglomerado de seres que, ya sea por las tiránicas exigencias de la vida cotidiana, ya por simple indiferencia idealista, jamás ha sabido elevar los ojos hacia arriba, y en quienes seguramente San Pablo habría otra vez repudiado, con asco, a los vientres satisfechos, porque son los eternos enemigos de todo impulso de superación e idealidad. Pero como, no obstante de rechazada esta actitud pueril que resuelve en la expresión de causas leves y demasiado próximas, subsiste siempre el hecho ya constatado—cuales la espantosa caducidad mental y enémica de nuestra muchachada universitaria—, es forzoso continuar hurgando su razón de ser en otras partes. ¿Donde? Lo veremos después. Entretanto, permítasenos decir que quienes intentaron, hace poco, cargar únicamente a la cuenta de las corporaciones juveniles, y en especial de una, este lastimoso proceso van a tener fatalmente que perder un punto—o varios—en la cariñosa de sus contemporáneos... Porque ya bien se sabe que todos ellos—en su pequeño orgullo de “chicos listos”—habían alardeado siempre de que las contadas veces que la zorra se les escapaba de entremanos, se les iba, por lo menos, rabona... ¡y esta vez se les ha ido con cola y todo ...!

Alex Varela Caballero.

( 1) Conozco un caso típico: el curso a que pertenezco, Leyes, 5.o año, abundante en unidades —más de cien—y de cual podrían esperarse grandes cosas, dada su madurez mental y el hecho de pertenecer a una escuela de estudios y disciplinas de alta cultura... Pues bien, de ese centenar, doce muchachos pertenecen a las instituciones universitarias, en proporción de 6 a la F. de E. de Ch., cinco a la Nacional y uno ,a la Asociación de Jóvenes Católicos. ¡Y de esa docena escasamente la mitad tomará en serio su papel de miembro de alguna de esas instituciones!