DISQUISICIONES SOBRE TEATRO

I. —EL PRIMER REPARO.—ORIGINALIDAD

El señor Gildás Letarnec ha publicado en el número 90 de “Claridad”, una crítica al teatro, o mejor dicho, un toque funerario para el teatro que agoniza. El primer reparo que pondremos al articulista, es su oscuridad. Hay tanto desconcierto en la exposición, que se llega a creer que el autor ha querido ofrecernos un “péle-méle” afiebrador. Cómo habríamos deseado que nos hubiera ofrecido su trabajo en fragmentos, separando en capítulos apartes las causas de la decadencia del teatro, la decadencia misma, y su ideal de teatro en al futuro! Pero no, el autor nos ha regalado con un almácigo de juicios y propósitos que se atropellan y corren por las columnas como manada a campo traviesa. Hay que tender siempre—en cuanto se haga crítica—a presentar las cosas en forma clara y comprensiva. Para lograr esta disposición consoladora, se requiere dividir un trabajo en capítulos que encierren grupos de ideas afines. Dan una sensación de armonía tan agradable las versalitas negras, que jalonean y facilitan el pensamiento del autor, y por el contrario, desaliñan tanto el ánimo, los artículos enmarañados y amorfos. Fuera de objeciones, hay sin duda en el señor Letarnec un escritor nervioso y original; disparejo, logra si, darnos siempre figuraciones extrañas, y su prosa tiene arrestos de estilos nada comunes. Confesamos que al trasladar estas observaciones, nos ha aguijoneado varias, veces la duda de estar siendo burlados por el señor Letarnec, quien se daría el placer de hacer humorismo a Costa de los lectores inexpertos. Pero talvez no hablamos con exactitud, porque, ¿qué humorismo hay en el artículo del señor Letarnec? No es el humorismo siglo veinte—filosofía del llanto y de la risa—del cual se hace mantenedor Pío Baroja. Y fuera de ese, nosotros no reconocemos otro humorismo. Y a qué buscar de hacer humorismo en un articulo, que por otros aspectos puede ser considerado como crítica sincera? Estas consideraciones nos han hecho desechar la idea de que el articulista hubiese tenido la intención de solfearnos.

II.—LA CRISIS DEL TEATRO

En los últimos años los críticos de ideas nuevas, se han emulado recíprocamente para dar golpes de zapa al teatro contemporáneo. Columnas y columnas se han pergeñado para recalcar la decadencia del teatro, para acorralarlo en su pobreza y monotonía. En el fondo de este empeño hay una profunda razón. El teatro de nuestros días ha llegado a un grado tal de desarrollo, en que no da más de si: a toma nuevos rumbos o muere de inanición. Para muchos este aserto puede parecer antojadizo, una mirada muy somera al teatro, en los distintos países, nos demostrará lo contrarío. En Francia el teatro languidece estrangulado en un círculo férreo: todo se reduce a manosear hasta la majadería el problema del adulterio. Henri Bataille y Porto-Riche—lo más representativo—no nos dejarán mentir. En España Benavente y Linares Rivas se agotan el meollo, tratando de desmoronar pequeños prejuicios religiosos y sociales; los otros hacen astracanadas de venteros. En los demás países el teatro se manifiesta esporádicamente en un Shaw o en Strindberg. En América ha prendido un teatro heroico de propaganda social, que hace declaraciones de principios, que son para dichas sin intriga. En nuestro suelo—¡Dios nos proteja!—los autores nacionales se torturan por dar la razón al autor de “Juventud, Egolatría.” Y así… ¿A qué se deberá esta decadencia vertiginosa? Algunos críticos la atribuyen a falta de inventiva, a crisis intelectual. Los más nuevos se manifiestan apologistas de un teatro libre, que no embote tanto la originalidad, van desde un simbolismo pálido hasta el tactilismo estupefaciente. Nosotros creemos que el teatro decae por haberse embancado sobre la realidad epidérmica olvidando el aspecto íntimo de ésta, regido por una lógica difícil de sorprender, y que se manifiesta a primera vista en forma figurada.. Pues bien, es hacia esa manifestación nueva y arbitraria que el teatro debe encaminarse, en busca de un aspecto recóndito del arte escénico. Ese teatro se encuentra en germen en Rostand, en algunas obras de Benavente, y sobre todo en Maeterlink. Pero ellos son los que se quedan y agitan el pañuelo, saludando a los que van en busca de un nuevo rumbo…

III.—LA OPINION DEL SEÑOR LETARNEG

Tarea azaroza es la de sintetizar la opinión escurridiza de nuestro comentado. Hablará él Dice: 'El teatro ha representado y sigue representando la discontinuidad de la vida humana.' He ahí su definición, y al mismo tiempo el primer reproche que hace al teatro. ¿Se imagina el señor Letarnec que es lógico su reparo, cree que si el teatro representase la vida en toda su integridad sería un arte? No señor, haríamos del teatro otra vida simiesca y paralela a la nuestra. En tanto, la esencia misma del arte es alterna y repudia la continuidad. En su sentido íntimo es un conjunto selectivo de momentos emocionales y cerebrales. El teatro no podría, hacer excepción. Don Gildas Letarnec ha doblado por primera vez… Volviendo a nuestra idea de que el teatro ha de ser cada vez más extraño a la realidad inmediata, aseguraremos que tanto más se adentre por su nuevo derrotero, menos ha de reflejar la totalidad de la vida ambiente. Anotemos que el articulista no quiere averiguar la causa de la decadencia del teatro, sino que desea que perezca por unilateral, 'por velar la vida y ahogarla en atroces crespones.' Cualquier lector bien intencionado alentará la esperanza de que el articulista confíe en su ideal de teatro futuro, después de haber anatematizado tan rotundamente. Nada. El es un negador Incansable, quiere que el teatro se destruya y su idea de instituirnos en herederos del teatro dispersado por su mano iconoclasta es una nueva y sarcástica destrucción. Dice: 'Cuanto tiempo hace que pudiéramos haberlo destruido y no lo hemos hecho, porque somos granos eternamente acoplados, porque somos siameses de las grandes utopías.' Y después: “Combatamos al teatro, constituyamos un teatro en nosotros mismos.' Invenciblemente volvemos a pensar en una humorada… Por todos los caminos Letarnec llega a la negación del arte, por todos los caminos llega a Nihil. Al afirmar que hagamos teatro del individuo y para el individuo, niega todo posible resurgimiento del arte en bancarrota. Por una generalización lógica negará el resto de la literatura, la música, etcétera, y por último el arte como manifestación extra-individual. Largo sería seguir al señor Letarnec en sus síntesis abismales, en sus esguinces de pensamiento que turban y desarticulan la más ponderada reflexión, pues todas ellas confluyen a un impulso anonadador.

Fortunato COFIGUAL