EL CARTEL DE HOY

WILCKENS

Blanco y fino, bañado el rostro en el suave azul de sus ojos. Más que obrero parece artista. Como él serán mañana, que el trabajo no ensucie y deforme, todos los trabajadores. Nada de trágico, ni un arrebato, ninguna de esas fugas que a nosotros, latino americanos, nos desflocan en ruidos confusos. Ni braceos, ni charlas ni empaques. Luz serena y firmeza honda de acero labrado a lima. Si. El viejo metal noble debe entrar por mucho en la composición de su espíritu. ¡Hierro! Moléculas terriblemente ceñidas, que resisten las temperaturas de la fragua y del polo. ¡Hierro! Lo que el fuego purifica, lo que frío templa. ¡Hierro! El mineral de mi pluma, el revestimiento de su bomba, el Cañuto del mauser de los conscriptos, la propia hoja de la espada de Varela. ¡Hierro! Si, si. Esto es la médula de sus vértebras, el riel por el cual desliza su vida, Wilckens. Encima de ejes de hierro marcha su carga de ensueños. Ideal e instinto, voluntad y fuerza, ritman en una sola trepidación en los caminos, bajo los cielos, con rumbo a la Anarquía. Por qué ha matado este hombre?... Hay todavía que decirlo?... Por qué se tiende sobre el abismo el puente, se vuela con dinamita el peñasco, se ultima a tiros el lobo?... Explicaos esto y la muerte de Varela está explicada. A nosotros nos ha lavado el rostro. Triste rostro que el sudor propio y la saliva ajena enmascaraba de opropio. Estamos limpios ahora. La claridad de sus ojos bala nuestra alma. El hierro de su espíritu entra en nuestra sangre. Esto es verdad, compañeros. Como es verdad que este cristo infamada que es el pueblo argentino, desde su cruz sonríe. Sonríe a Kurt Wilckens. Por lo demás, burgueses, no creáis que bailemos de contentos. Un hecho de estos es una cumbre a la que miramos con respeto. Tampoco él estará alegre. La altura es fría y sola. Y un hombre que ama a los hombres como Kurt Wilckens, no entra en ella sino cuando su deber es mas fuerte que su amor, que su vida y que su muerte. Cuando su deber es hierro! Y allá irá con Radowiski, ahora. Y ya son dos... No hagan los bárbaros,—burgueses orangutanes y militares gorilas, —que sean tres o diez o cien. No asesinen alevosamente... No reproduzcan contra este pueblo sin odios, la odisea infamante de Cristo. Pequeña, tardía, anónima, algo de justicia existe. Recuerden a Falcón; piensen en Varela; no olviden a Kurt Wilckens!

R. GONZALEZ PACHECO.