Parlamentarios insultadores de oficio

No se trata de formular objeciones al parlamentarismo. Dejo a otros esta labor, por muchos conceptos justificada. Ni se pretende señalar la conducta que en el ejercicio de su cargo deben seguir los parlamentarios. Lo que deseamos evidenciar es la cínica contradicción en que incurren los “representantes” de hoy, amparados por el fuero y en la disposición constitucional que los declara irresponsables por las expresiones que viertan durante sus funciones. Al hacerse cargo de su puesto, todo parlamentario presta juramento “por Dios y los santos evangelios” de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes de la República. Desde luego, el juramento de respetar la Constitución y las leyes, debería imponer la obligación de conocer las leyes y la Constitución. Otra actitud envuelve una manifiesta inmoralidad: el juramento es una promesa solemne, y la infedelidad a esta promesa, la traición al juramento es un acto que deprime la dignidad, que impide a los demás respetar al perjuro. Una disposición del Código Penal—ley de la República—declara delito “toda expresión proferida o acción ejecutada en menoscabo del crédito, buen nombre, interés o dignidad de una persona.” Y al que se dé el trabajo de leer cualquier día una versión de las sesiones del Congreso, no le será difícil encontrar expresiones proferidas por parlamentarios y referentes a particulares sin asiento en las Cámaras, vejatorias, insultantes, hasta groseras;—Fulano es un miserable, Zutano ha pretendido estafar—, Perengano es un agitador peligroso. A veces, al lenguaje parlamentario colma de tal modo la medida de la decencia, que el Presidente, cansado de hacerse el sordo—“la Mesa no ha oído las expresiones a que alude el “Honorable” senador o diputado”—se ve impelido a pedir que se retires algunos términos, generalmente apóstrofes infames, que no caben en el idioma tradicional del Parlamento. En ocasiones se llega más lejos: se calumnia con deliberación “imputando delitos determinados, pero falsos”. Como cuando se nos achaca a todos los que protestamos contra la ineptitud parlamentaria y del Gobierno, la calidad de subversivos—vocablo que manejan con soltura los borregos del respeto a outrance por la autoridad y el orden formal en que vivimos. Ya es hora de que cese la cínica comedia de los parlamentarios trocados en insultadores públicos con patente de irresponsabilidad. A la hora en que un mortal cualquiera, sin etiqueta de fuero, se expresara respecto del parlamentario delincuente como su delito lo merece, la cárcel lo engulliría, los moralistas de las Promotías Fiscales harían la denuncia de rigor, y los jueces inocentes—menos preocupados de la verdad y la justicia que el Pilatos de la tradición—instaurarían el correspondiente proceso por desacato que no concluye en veinte años. Y sin embargo, el delincuente sorprendido en flagrante delito, aunque sea “irresponsable”, por el fuero, debe ser sancionado en el acto, y cualquiera lo puede detener para el efecto de su desafuero. Sin embargo, es en el Parlamento donde todos los días se exige que los demás, que no hemos jurado nada, respetemos celosamente las leyes y la Constitución que los parlamentarios no sienten reparo en conculcar. Pero, ¡qué vamos a esperar de estas Cámaras inútiles, incapaces de respetarse a sí mismas, que no se miden para hablar de lo que no entienden ni tienen la dignidad de reconocer su bancarrota moral e intelectual! Dejemos que continuen en su rol propio de insultadores de oficio libres de sanción. ¡Y despreciémoslos!

Daniel SCHWEITZER