TRABAJADORES DE LA PAZ

Horacio Badaracco, joven cautivo en las selvas densas de. Chaco argentino, nos dice en reciente artículo titulado “Reposiciones a la juventud revolucionaria de América” y publicado en “El Hombre” de Montevideo: “La constitución de la hermandad espiritual de las juventudes de América, forjará la paz y la revolución”. La afirmación ardorosa de esta admirable verdad, dicha por un alma juvenil y optimista, motiva forzosamente consideraciones adyacentes a su trascendencia positiva. En el ambiente de cada una de las naciones americanas, se viene produciendo un enardecimiento guerrerista, una subterránea agitación regresiva, que abre perspectivas siniestras de posibles y sanguinarios conflictos. Voces mercenarias y ávidas de figuración, han pretendido remover el sedimento de animalidad que anidan como un apéndice cavernario, las multitudes de América. Irresponsables y ciegos a las consecuencias que su tarea criminal puede acarrear, hacen brotar susceptibilidades, rencores y orgullos necios que son el preludio indispensable, la antesala fatal, a lo que más tarde será exterminio y desolación. Cultivadores de un odio asesino cuentan a su favor, para el éxito de actividad tan nefanda, con e factor ignorancia que mantiene al pueblo sumido en la más abyecta de las servidumbres. Asientan su tienda de pregoneros del crimen, sobre la pasividad y la degeneración colectivas. Agoreros e incitadores de las felonías inauditas que surgen de toda guerra, trabajan ellas por los intereses de los miles de mercaderes que ven en las hecatombes sangrientas el acrecentamiento de sus fortunas, la cimentación firme de sus ingentes caudales. Son los negadores más rotundos de la vida, los creadores de miserias y dolores inenarrables, los anuladores de los sentimientos fraternales que convierten al hombre en hermano del hombre y no en lobos que, al destruirse mutuamente, destruyen toda posibilidad de una convivencia feliz, en la libertad y el amor. Estos hombres repudiables, lanzan en los actuales instantes de tribulación para la humanidad, los acentos odiosos de su verbo grosero y destructor. Nada hay que Justifique esta prédica chauvinista. Los pueblos de la América, jamás han demostrado poseer entre si resquemores y dificultades poderosas que lleguen a justificar un conflicto armado. Una hermandad de orígenes y caracteres raciales, les hacen más susceptibles a la comprensión y a la solidaridad que al resto de los pueblos. Todo choque es sólo la obra negativa de prejuicios y errores inveterados. La concepción absurda de patria, unida a un fantasmagórico peligro de incursión por parte de la nación vecina, son los puntales básicos y ficticios que sostienen la propaganda armamentista. Tras esa decoración épica, se esconden los verdaderos hilos de la trama, se destacan nítidamente los gananciosos en este villano juego de los odios: traficantes en armas, vestuarios y comestibles, militares ambiciosos de supremacías jerárquicas, en fin, todo el enjambre pestífero de los que hacen un motivo de vida y honor en la desgracia humana, como el microbio que encuentra su ambiente vital y predilecta en la excrecencia arrojada por el enfermo. Frente a esta obra salvaje que realizan mercaderes de las letras americanas, debe levantarse como una afirmación de vida, el anhelo fervoroso de la juventud revolucionaria que proclama el reinado de la paz, de la solidaridad, de la mutua comprensión por sobre los murallones del odio que son las fronteras creadas por el egoísmo de nuestros antepasados, y mantenidas a viva fuerza por el poder de la ambición capitalista-gubernamental. Debe ser obsesión, canto, derrotero liberador, el pensamiento del joven cautivo del Chaco. Hay que volcar con plenitud y optimismo las fuerzas de progreso y humanidad que atesora la juventud. Hay que oponer una barrera formidable a la correntada frenética de las turbios aguas que rujen destrucción y muerte. Hay que hacer florecer el deseo de paz, fuerte y arraigado, en el corazón del hombre; mostrarle la ruta fatídica abierta por las guerras, ahogar, en fin, ese sentimiento regresivo y milenario que bulle en los instintos humanos y que tan bien saben explotar los tiranas y privilegiados del mundo. La frase del maestro France: “Trabajadores imponed la paz al mundo”, no debe ser jamás olvidada; ella es toque de llamada constante a la brega, a la labor incontenible y fructífera por el reinado de la paz, vale decir; por la destrucción de los cánones que son una perenne incitación a la bestialidad y al crímen.

Víctor YAÑEZ.