EL IDEAL ANARQUISTA

SU SIGNIFICACION FILOSOFICA

Continuamos la publicación del interesante y concienzudo estudio sobre “El Ideal Anarquista”, hecho por un conocido y reputado escritor español.

II

De hecho, solo exteriormente han cambiado dos términos del problema. Nuestro mundo moderno es continuación fiel de aquel mundo antiguo tan fieramente combatido por los ascendientes, por los generadores de la actual burguesía. Todo en la vida material ha variado prodigiosamente. En la vida social, el obrero, esclavo del salario, existe todavía para alimentar, recrear y conservar a una casta de hombres que tiene de su parte la supremacía del dinero. Para el resto de los humanos que no pertenece a esta casta, la civilización es algo abstracto, ideal, no traducido en hechos; el progreso una engañosa ilusión con cuya conquista se pavonean los servidores privilegiados del tercer estado enriquecido. El pueblo carece de todo: carece primeramente de pan, y careciendo de pan, civilización, progreso, ciencia, arte, industria no son más que terribles mentiras, torturas inventadas por la novísima inquisición de los satisfechos. ¿Qué efecto pueden producir los museos atestados de maravillas artísticas, los gabinetes científicos con sus gigantescas creaciones, las fábricas con sus obreros colosos, los almacenes reventando con el hartazgo de mercancías que no se venden y los lindos escaparates con todos los refinamientos del gusto y del lujo? Hablad de todo esto a los millares de desharrapados que se llevan penosamente la mano hacia la región de un estómago vacío, que arrastran los pies por el fango de las calles, que mal cubren con harapos los pellejos que sirven de único revestimiento a un manojo de huesos que crujen a cada paso como queriéndose romper, y sólo obtendréis un gesto indescifrable, un gesto doloroso, expresión de un organismo aniquilado, indiferente al borde de la tumba, esperando la muerte antes que buscando la prolongación de la vida. ¿quién osará sostener que esta permanente perturbación, este inmenso desequilibrio, es natural y eterno? La historia entera de la humanidad prueba que han sido las necesidades de la guerra, producto de la animalidad primitiva, las que originaron las instituciones autoritarias y la desigualdad económica. Prueba asimismo que todo el proceso evolutivo no es más que la gradual sustitución del estado de guerra por un estado industrial más perfecto, de la desigualdad originaria por la libertad igual para todos, según la gráfica expresión de Spencer. La libertad individual, siempre sacrificada en aras de la autoridad y del privilegio, resurge a cada paso, reivindicación constante de la especie humana. Vivimos bajo el despotismo político, bajo el despotismo económico; no sin que tremendas convulsiones populares sacudan de vez en cuando los seculares muros sociales. Los hábitos de obediencia no son jamás bastante fuertes para sofocar por entero la individualidad. Y ahora en estos tiempos de duda universal, perdida la fe en las instituciones sacrosantas, cuando solo resta una apariencia de poder, esa individualidad recaba toda la independencia de que necesita, fuertemente impulsada a la rebeldía por la clara percepción de su propio valer. Desde Proudhon hasta los positivistas modernos, todos los hombres de convicciones sinceras han reconocido la justicia y la necesidad de la emancipación individual. Los hechos minuciosamente registrados y analizados, han dado la resultante categórica de que la evolución social implica en todas sus varias manifestaciones una constante disminución de las funciones gubernamentales y un creciente aumento de la libertad personal. A la cooperación forzosa, sucede la cooperación voluntaria. A las iniciativas del poder, siempre raquíticas, las fecundas iniciativas individuales. Al trabajo parcelario, el trabajo colectivo. Al aislamiento, la asociación espontánea y libre. Anarquismo y socialismo en todas partes. La síntesis de este movimiento es la libertad individual, desenvolviéndose en un régimen de solidaridad efectiva. ¿Y cómo no, si la libertad es imposible fuera de la igualdad de condiciones? Inventad todas las metafísicas que queráis y no probaréis nunca que el jornalero, el asalariado, es libre de obrar como le plazca en sus relaciones con el capitalista y con el Estado. Concluiréis por decretar la fatalidad de la servidumbre actual. Os veréis obligados a consagrar la inferioridad de una gran parte de nuestro linaje. Habrá hombres de distintas condiciones; habrá castas. Y la independencia personal se reducirá a la nada ante ese dualismo formidable que ninguna ciencia, ninguna filosofía puede justificar. Glosaremos aquella antigüedad tan vivamente condenada por los sabios y por los ignorantes. Subsistirá la esencia del pasado, pese a una diferencia de forma. La mayor parte de los hombres, industriales, obreros y comerciantes, depende económicamente de un pequeño grupo de capitalistas. Y no hay cábala posible, no hay combinación bastante maravillosa que haga fácil la emancipación colectiva de todos esos esclavos sin poner mano en la propiedad y en el Estado. Para que la libertad de acción sea un hecho; para que la iniciativa individual halle siempre francos y expeditos todos los caminos; para que, en fin, la independencia llegue a su máximo es necesario e indispensable suprimir a un mismo tiempo el gobierno y la propiedad. El gobierno porque toda autoridad externa, formalmente organizada y establecida toda autoridad permanente que no es dado rechazar ni substituir en cada instante personal. La propiedad, porque todo dominio exclusivo de las cosas, todo acaparamiento de la riqueza, implica, para muchos, privación de lo necesario a la vida, y, por tanto, relación de dependencia entre individuos desigualmente dotados de los medios de trabajo. La autoridad, en tanto cuanto no es de libre aceptación, como la autoridad del médico o del ingeniero, en tanto cuanto se nos impone por sí, sin que nosotros intervengamos para designarla en cada momento y sin que en cada instante podamos prescindir de ella, constituye un atentado permanente a la personalidad y es el órgano obligado de la esclavitud. La propiedad, en tanto cuanto no es de uso universal ni está al alcance de todos para la regular satisfacción de las necesidades; en tanto cuanto se vincula en un número determinado de hombres y con exclusión por tanto de otros hombres es un despojo legalmente organizado y sostenido, pero contra el cual la Naturaleza tanto como el espíritu de justicia se han pronunciado siempre. La autoridad y la propiedad como patrimonio de unos pocos, no es otra cosa que la sanción de la fuerza vencedora sobre un campo de batalla. Más, cada hombre es su propia autoridad, su propio soberano; y su libertad de pensar, de sentir, de manifestarse, de obrar, no admite límites ni cortapisas. Limitarla es destruirla. ¿Qué importa que se reconozca el derecho de manifestación si se pone grillos a la acción individual? La ley dice al hombre: “Te permito que pienses hacer esto, aquello, o lo de más allá; consiento que manifiestes públicamente el pensamiento que has concebido; pero ¡ay de ti si se te ocurre tener voluntad y tratas de ejecutar tu pensamiento!” Y si aquel a quien la ley se dirige es un proletario, uno de esos miserables que por toda propiedad disponen de una fuerza que nadie quiere alquilar, entonces la soberanía es una mueca horrible y la libertad un latigazo que cruza el rostro reduciendo al hombre a más baja condición que la de los brutos más despreciados de la escala animal. El proletariado habrá nacido en un mundo de extensa superficie cultivable, cubierto de edificios, adornado por múltiples y variadas industrias donde toda comodidad tiene su asiento; habrá nacido en un mundo en que los campos le brindan abundante alimento, las fábricas ricos vestidos; más ¡ay de él, si hambriento o aterido de frío pone mano en una espiga o miserable trapo! La propiedad, la santa propiedad necesita ser respetada. Antes que la Naturaleza, está la ley escrita; antes que las necesidades físicas, está el Derecho, por el cual seremos capaces de Consentir que la humanidad perezca de hambre. Seremos libres, según los demócratas y los positivistas; libres, si, de escoger entre la esclavitud y la muerte. El hombre que no dispone más que de sus brazos, es dos veces esclavo. El capitalista le impone su ley, y el Poder, a su vez, le impone la disciplina, decretando unas ordenanzas donde toda transgresión está penada con la pérdida de la existencia. ¿Es posible negar con espíritu imparcial, con un poco de sentimiento de justicia, la doble servidumbre engendrada por la propiedad y el Estado? El anarquismo, que no concibe la propiedad sino generalizada, al alcance de todo el mundo; que proclama la verdadera soberanía individual; que considera al hombre ante todo, como un animal con necesidades físicas, morales e intelectuales que satisfacer, y en consecuencia pretende organizar la vida, no en vista de una metafísica noción del Derecho, sino conforme a la mejor y más amplia y fácil satisfacción de las necesidades generales, tiene por principio esencial la supresión del gobierno y de la propiedad individual; la igualdad por base, la libertad como medio, la solidaridad como fin.. En resumen: socialismo espontáneo, libremente organizado por el pueblo. No de otra manera puede ser realizada la soberanía del hombre. Cualquier otro método o procedimiento derivaráse necesariamente de una más o menas estrecha reglamentación de la vida general, y por ende de la existencia de un poder más o menos fuerte y de un privilegio económico más o menos disimulado. Pero toda reglamentación sistemática da la sociedad, toda legislación es absurda. La autoridad parlamentaria y constitucional, producto de leyes y reglamentos fatigosamente elaborados, es tan falsa como aquella otra autoridad de origen divino ya descartada de nuestras discusiones. La razón y la justicia entregadas a los decretos de un individuo no es una cosa más absurda que la razón y la justicia entregadas a la voluntad del número, a la brutal imposición de un puñado de ignorantes o de una banda de bribones. El sufragio universal y su consecuencia al parlamentarismo, son la gran superstición política de nuestros días. “El óleo santo, dice Spencer, parece haber pasado inadvertidamente de la cabeza de uno a las cabezas de muchos, consagrándolos a ellos y a sus decretos.” Y, sin embargo, todo lo que se nos puede ofrecer como solución no pasará aún bajo el nombre de socialismo, de un nuevo ensayo de sufragio y de parlamentarismo, Más, sea cual fuere la nueva forma político-social, es evidente que tendría por objeto una reglamentación, una disciplina y la organización de un poder. Ya fuese éste federalista o unitario, individualista o socialista, tropezaría siempre con la imposibilidad y el absurdo de comprender en una o en varias leyes la inmensa diversidad de las manifestaciones de la vida individual y colectiva. Cada individuo, cada grupo, tiende siempre a diferenciarse, a producirse de modo distinto, diferenciación que es el sello característico del sentimiento vivo de la personalidad, mientras que el objeto de una organización política cualquiera, es establecer la uniformidad, empeño inútil evidenciado a cada momento por la rebelión contra la ley.