VIVIR ETERNAMENTE?

Lo han descubierto los hombres de ciencia acerca del secreto de la juventud eterna

I

¿Quién no habrá llevado los ojos de la fantasía cien años allá de la fecha actual, pensando cómo estará entonces el mundo y diciéndose: ¿No viviré yo entonces? Y, sin embargo…, ¿por qué no? ¿No soy un hombre robusto, en la flor de mi vida, sin ninguna enfermedad, que yo sepa, con un estómago estupendo y un corazón que nos impulsa mi sangre con el acompasado ritmo de una máquina de vapor? Y sin embargo…, no veré el año 2000. ¿Es que somos como un reloj, que tiene cuerda para un espacio determinado de tiempo? Frecuentemente oimos hablar de personas que pasan de los cien años. Sabemos que los sequoias gigantes de California viven millares de años. El doctor Eugéne Lyman Fisk nos dice que no hay razón para que no vivamos siglos. ¿Por qué, pues, estamos tan ciertos de que no hemos de ver el próximo siglo? Mister Rémington nos ofrece, en una revista americana, una curiosa revista de todo lo que la ciencia ha descubierto para aclarar esta cuestión: “¿Por qué no vivimos eternamente?” Veamos en ese extracto lo que nos dice. En primer lugar, se calcula que la vida media es de años para los varones y de sesenta y cuatro para las hembras; pero esta vida media decrece, lo cual es una paradójico resultado de toda nuestra ciencia moderna con su higiene y sistemas perfeccionados de medicina y cirugía. Entonces se preguntará: ¿de qué nos sirven estos progresos si no sólo no nos alargan un año la vida, sino que casi nos traen más pronto la muerte? Esto se explica por dos causas. En primer lugar, los sistemas modernos de puericultura salvan a una porción de niños débiles, que de otro modo habrían muerto en la infancia, pero que al llegar a mayores no tienen la resistencia suficiente para vencer las enfermedades de los adultos. En segundo lugar, la vida se ha hecho tan compleja y tan activa, que el cuerpo humano no ha podido adaptarse todavía a la velocidad con que nos arrastra. Es el peso que mata. El doctor E. E. Riblenhouse nos dice que el 40 por ciento de las muertes son evitables o podrían haberse evitado, y el doctor Eugéne Lyman Fisk afirma que de 28 millones de hombres entre los diez y ocho y los sesenta años de edad, ocho millones y medio tienen síntomas de la aproximación de una enfermedad orgánica o la padecen ya. Las enfermedades arteriales y la diabetes aumentan de un modo alarmante, y éstas, en unión de las del corazón y de los riñones, son resultado directo de la tensión y actividad de la vida moderna. Los sabios fisiólogos han escrito tratados enteros para probar que todos somos potencialmente inmortales y que viviríamos centenares y aun millares de años si evitásemos ¡oh cuántas cosas! Menciónanse las vidas de viejos famosos. El ejemplo clásico es el de Cornaro, que vivió confortablemente hasta los noventa y ocho años. Su secreto era la dieta, que se limitaba a doce onzas de alimento al día. Un ejemplo vivo es el conde Greppi, senador y diplomático italiano, que está sano y fuerte a los ciento un años. Este señor dice que la regla de su vida ha sido ahuyentar las sensaciones. ¡Asegura que no ha amado jamás! Si el precio de pasar del siglo es abstenerse de todos los goces alegrías de la vida, ¿vale la pena vivir? Pero no es solamente la Humanidad la que envejece y muere. De este destino fatal participan todos los seres animales y vegetales. Cada especie tiene su vida media, que, según Weissman, es el plazo que el ser animal necesita para reproducir su especie y dar a las crías los cuidados necesarios. Entre las plantas, los hongos viven pocos días; pero en cambio hay otras, anuales, bienales y perennes, entre las cuales puede mencionarse el baobab, que vive cinco mil años. Muchos insectos no viven mas que unas horas en estado perfecto. Las efímeras, al salir vuelan lo suficiente para encontrar compañera, y mueren inmediatamente. Ni siquiera comen, pues no tienen aparato digestivo. En cambio hay insectos ortópteros, de la clase de la langosta, que viven diez y siete años desde el día en que son incubados. Las anguilas viven sesenta años; el sollo, doscientos; las tortugas, más de doscientos; las aves pequeñas viven siete u ocho años; las águilas, más de un centenar; las ballenas, varios siglos; los caballos, de quince a treinta años, y los elefantes, de treinta a cuarenta, aunque se cree que viven cien años. Pero descendiendo en la escala de la vida encontramos seres que no mueren nunca y otros que son muy difíciles de matar. Las rotíferas, por ejemplo; muchas bacterias y algunos hematodos pequeños pueden ser desecados y guardados en un sitio seco largo tiempo, en la seguridad de que revivirán al volver a la humanidad. Los seres unicelulares son inmortales, siempre que no se los coma algún enemigo. Autoridades de la talla de Loeb y de Carrel afirman una cosa maravillosa: cada célula simple de nuestro cuerpo es o puede ser inmortal. El doctor Carrel conserva fragmentos del corazón de un embrión de pollo cortados hace ocho años, y aún viven y se desarrollan. LEO Loeb ha probado la inmortalidad de las células del cáncer Hígados extraídos del cuerpo y sometidos a la circulación artificial segregan bilis y producen urea; los riñones en iguales circunstancias segregan orina, y los corazones siguen latiendo. Y ciertos órganos extraídos de hombres ya muertos, conservados en hielo durante días, implantados o injertados en los cuerpos de otros hombres han vivido. Las glándulas de reproducción han sido trasplantadas de los cuerpos de jóvenes muertos a los de viejos vivos, y no sólo han sobrevivido, sino que han rejuvenecido a sus portadores.

Esto demuestra que la muerte del cuerpo no envuelve la muerte inmediata de todos los tejidos y órganos. Luego si cada una de las miriadas de células de nuestro cuerpo es inmortal, ¿por qué no viven como grupo? Para comprender esta aparente estudiar el proceso que se desarrolla en nuestro organismo desde antes del nacimiento hasta el momento de la muerte. Freidrich von Mueller ha dicho que la vejez comienza en la adolescencia. Casi podría decirse que comenzamos a morirnos desde el punto que nacemos, porque la muerte es el punto culminante de un largo período de degeneración.

M. MEDINA.