MATONISMO Y PARLAMENTARISMO OBREROS

En este país en que la prensa se ha negado a colaborar en las campañas de higiene pública, mientras glorificaba a ese montón de sebo, sudor y uñas que se llamó el “cojo Zamorano”, por no tener otra gloria que haber infectado el portal Mac Clure durante veinticinco años o haber apaleado bárbaramente a cuanto palomilla se negaba a someterse a su explotación en el radio que él ensuciaba, o haberse robado el producto de la venta de las revistas ideológicas; en este país en que los nuevos ricos acumularon millones dando papas fermentadas y saturadas de la venenosa solanina o carne agusanada y chuchoca apolillada a los albergados del norte, mientras se quería exigir a los médicos curar a los intoxicados diarréicos con opio u otro sedante; en este país en que se mira con ternura evangélica al fraile Urbano porque ha llegado de España trayendo la buena nueva de querer implantar la Inquisición entre nosotros; en este país en que los parlamentarios gritan a todos los vientos que las Cámaras son verdaderas charcas infectas en que cual sanos líricos cantan la bancarrota que ellos mismos están produciendo mientras se les aplaude rabiosamente por su cinismo; en este país en que los gobernantes—trepados al poder mediante la agitación popular—pretenden acallar el hambre debida a su inepcia, a garrotazos o besuqueos; en este país en que pontifican sobre sociología los periodistas portaleros porque han corrido aventuras en un garito, en un prostíbulo o en un chinchel con unos cuantos pungas y corteras a quienes toman por el pueblo y cuya felicidad resuelven dándoles un baño en agua de azahar o exigiéndoles una libreta de ahorros; en este país en que los jefes del ejército—cancerberos de la autoridad—demuestran su disciplina perforando a tiros la fotografía del presidente de la república y transformando los cuarteles en casas de remolienda regentadas por los comandantes; en este país, en fin, en que se es un portento de honradez porque se usa las manos en los propios bolsillos del pantalón, nada tiene de extraño que algunos vicios—comunes en las clases altas—se infiltren a las clases obreras organizadas.

Lamentable es el hábito del matonismo que se está haciendo endémico en los sindicatos revolucionarios. No se respeta ya la razón de una causa y esta debe requerir de la fuerza bruta para triunfar; la resolución serena de los tópicos discutidos es la excepción, pues todo lo avasalla el trogloditismo más repugnante; para ser revolucionario vale más repartir “gomazos” o puñaladas día a día, que darse a formar conciencia en los individuos. El empleo de la fuerza es necesaria en casos extremos, pero no debe la excepción transformarse en sistema, pues este vicio—además de desviar y deformar los movimientos liberadores entronizando la autoridad—da auge a la intromisión de matones en el sindicato, a los cuales no se les ve jamás trabajar y que al vivir parasitariamente pierden toda dignidad y son fácilmente atraídos por el mejor postor, que a la postre, siempre será el patrón.

Al lado de este grupo inferior actúan los parlamentarios, pues en tales se han transformado algunos obreros que agobian a las asambleas con discursos huecos y pretensiosos, en que en un lenguaje rebuscado y enmarañado tratan de satisfacer su vanidad y su exhibicionismo, pero jamás de traer luz a los asuntos por resolver. Y así vemos que, a propósito de una nota sobre una huelga, por ejemplo, pide la palabra un ejemplar de estos y “se larga”—como un loro que ha comido pan con vino— a hacer la historia de todas las internacionales, de las querellas de Marx y Bakunin, de las organizaciones en que él ha participado, de sus viajes y aventuras, etc., etc., pero no dice ni una palabra útil sobre lo que se trata; y si alguien le recuerda esto, se larga a hacer el panegírico de la libertad, mientras él tiraniza la paciencia de los que están obligados a escucharle. Así pasa el tiempo y se resuelve todo precipitadamente en una forma dictatorial o democrática, impuesta por el que preside o por la mayoría, que se ha fatigado gracias a la acción soporífera del latero parlamentario.

Hay que emprender una acción defensiva contra estos virus, que hoy infectan el sindicato, y los remedios deben estar por encima de los males que se trata de curar, pues si se va a proceder en la misma forma que ellos actúan, se corre el riesgo de caer en un círculo vicioso y con esto pagarle el gusto a los enemigos del frente, que ven con regocijo todo tropezón o toda vacilación en el desarrollo del proletariado organizado.

J. GANDULFO