LA EMBAJADA DEL CARDENAL

¿Allá va la nave? ¿Quién sabe a qué va? Me permito modificar ligeramente los conocidos versos de “El Diablo Mundo”. Adónde va su eminencia el cardenal, lo sé: a América; a qué va a América lo ignoro. Desde que vinieron a Valencia para despedir al cardenal Benlloch comisiones de Burgos, leí, ávido, largos ditirámbicos artículos en la prensa católica, y no pude enterarme del secreto de la misión. Renuncio a conocer por la lectura lo que excita mi curiosidad. Pregunto: ¿A qué va? Unos me dicen que a devolver la visita a aquel cándido obispo de San Luis de Potosí, que vino a España, fué a Limpias a ver guiñar un ojo al Santo Cristo, del que no quería oír hablar el difunto arzobispo de esta diócesis de Valencia, señor Salvador y Barrera. Para cristos milagrosos, el de Burgos; le crecía al pelo.

“Al Santo Cristo de Burgos dicen que le crece el pelo…”

Hasta los castos oídos del cardenal habrán llegado los bárbaros versos tercero y cuarto de la desembozada copia. Otros me aseguran que va a inaugurar un templo, levantado en Santiago de Chile. Blanco Fombona me telegrafía que el verdadero objeto del viaje es bendecir a Vicente Gómez, dictador perpetuo de Venezuela y protector del “Gallo” y de Villaespesa. Lo creo. Vicente Gómez, como su antecesor Castro, como Barrios, como Moreno, como Francia, como don Porfirio, como Huerta, como Leguía, es buen católico: es papista. Interrogo a un compañero de Madrid, bolchevique redactor de un diario de la extrema derecha, y me dice jugando el vocablo, que el cardenal ya que no lo hicieron primado, le encomiendan la primada de ganar América, de reconquistarla para el Papa y para el Rey. “Yo tengo para mí—añade, serio y misterioso, como regalándome una confidencia—que va a la feria de muestras que abrió Madero en México al grito santo de ¡tierra y libertad!” Y el muy pícaro ríe su gracia. En fin, quedo en ayunas, como si fuera a comulgar, y no sé a qué va ni quién paga el viático. ¿Roma? ¿El alto clero? ¿Don Alfonso de Borbón? ¿Comillas? ¿El Estado? A perro flaco… Me dicen que costará muy cerca de un millón de pesetas. El Miércoles, al abrir la prensa de la mañana, vi la firma de Benlloch y di un grito de satisfacción. Ahora me enteraré, dije para mis adentros. Me lanzó rápido a su lectura; la proclama no era cardenalicia, sino carnicera: no la firmaba el cardenal descubridor de lo descubierto, sino un cortante del mismo apellido. No se a qué va; pero sé con quién. Lleva a América ejemplares de las órdenes religiosas fundadas por españoles. Domínicos, fundación de Santo Domingo de Guzmán; Compañía de Jesús, o jesuitas, orden fundada por San Ignacio de Loyola; los escolapios, simpática orden, cuya fundación a San José de Calasanz es debida. Y aquí concluye mi erudición. Y hay más órdenes fundadas por españoles. A los carmelitas, variante, creo, de los franciscanos, los reformó, no fundó, Santa Teresa de Jesús. Los mercenarios, los trinitarios y demás redentoristas, si son órdenes españolas, las fundó el padre Horacio Echevarrieta. ¿A qué lleva domínicos a la libre América el cardenal émulo de Colón? Allí no hay albigenses que pasar a cuchillo y achicharrar vivos, ni es probable que vayan a restablecer ni aun en Venezuela, su Santo Oficio, ni el Tribunal de la fe de la Inquisición. Y los domínicos no valen para otra cosa, a no ser que los enseñe su eminencia, para que aprendan aquellas gentes cómo se pierde un archipiélago. Los dominicos, con los franciscanos y los agustinos, fueron elemento disolvente de nuestra soberanía en Filipinas. Y por culpa de ellos es fácil abolir en el archipiélago la lengua castellana, cuya difusión estorbaron. ¿A qué lleva jesuitas? No pueden ir más que a tres cosas: a combatir a los protestantes, fin para el que fueron creados; a recobrar el dominio del Paraguay, y a enriquecerse educando niños, confesando damas, casando jóvenes con damiselas ricas y captando herencias. No creerá varón tan inteligente y perspicaz como me aseguran es el campechano, sencillote y simpático cardenal que en América la enseñanza pública está tan mal como en España y tan necesitada como aquí de las Escuelas Pías. Ello es que lleva consigo, a bordo, ejemplares de órdenes religiosas no concordadas (lo está la de escolapios), de aquellas contra las cuales promovieron ruidosa campaña que duró años, Canalejas, don Alfonso González y los partidos reconcentrados en el poder y que desde él han saludado corteses y despedido enternecidos al cardenal Benlloch al emprender su viaje al nuevo mundo, por el Papa y por el Rey, por el altar y el trono, que decía Salmerón. Barruntamos a qué va; sabemos con quién va; analicemos en qué va. ¿Arca de Noé, con la palomica que volará sobre América, después del diluvio liberal, masónico, libre pensador? No, no navega en otra arca de Noé, en busca de la patria de Ibarreta, el autor preclaro del admirable libro, editado por Nakens, “La religión al alcance de todos”. ¿La barca del pescador, sobre la cual predicó Cristo en el lago? No, no navega en barca velera el cardenal. ¿Las carabelas “Pinta”, “Niña” y “Santa Maria”? Ni en broma, como en la arqueología naumaquia de 1892, cuando la exposición de Chicago. ¿En la goleta “Flor de Mayo” de los puritanos? Tampoco. El cardenal, con el consabido par de representantes de órdenes regulares, va en un hermoso vapor de aquella Compañía Transatlántica Española, culpable, según Grandmontagne, de la pérdida del imperio colonial español; subvencionada por el Estado en la forma que criticó en el Congreso el ex-ministro del Trabajo señor Chapaprieta, y que llevó de España a Manila, a la Habana y a San Jun de Puerto Rico capitanes, generales, frailes, prelados, funcionarios y soldados y repatrió jóvenes anémicos y tuberculosos después de la tragedia de 1898. En el bello vapor “Reina Victoria”, de la. Transatlántica de Comillas, o de la Transatlántica, va la comisión o delegación regia-pontificia, preparadora de otro viaje, exorcizadora de Unamuno y del poeta Lugones, predicadora de la intolerancia y del fanatismo en países donde. hay libertad de cultos, matrimonio civil, divorcio, secularización de enseñanzas y cementerios, en todos; en algunos libertad de la Iglesia y del Estado y leyes extinguidoras de las órdenes religiosas. ¡A eso y a hacer grata la realeza en repúblicas, queda reducida nuestra misión en la América española! Con pena lo vemos. Iluminado parecía el transatlántico una gran ciudad sobre el mar; era bello el espectáculo de verlo entrar en el puerto, de verlo salir de él. Era bello; triste. Me entristeció, como al ver llevar tropa a Marruecos para cubrir bajas y encubrir el envió de los 20.000 hombres pedidos por Martínez Anido. Si veo en la conquista del Rif que nuestros porvenir no está en África, el “Reina Victoria”, con cargamento de frailes y de clérigos, de regulares y de seculares, me dice que perdemos nuestro porvenir en América por los mismos hombres y las mismas causas que perdimos la soberanía; imposible para la vieja España. ejercer influencia moral e intelectual, perdida la política. Valencia merece que salgan de su puerto para América otras expediciones de sabios, de artistas, hasta de luchadores por el trabajo, porque Valencia tiene antecedentes gloriosos en la epopeya del descubrimiento y la conquista. Luis de Santángel, generoso cooperador del descubrimiento de América, adelantó a los Reyes Católicos, y pagó luego en buena parte dinero para que Cristóbal Colón armara y aprovisionara, con ayuda de los Pinzones, las carabelas inmortales. En la Alameda hay un busto elevado a la memoria de Luis de Santángel, merecedor de mayores honores y de una popularidad que conserva todavía la falsa leyenda del empeño de las joyas de la reina Isabel. Y en nuestros días, el benemérito Rodrigo Potet, de novelesca vida, trajo de allá una imponderable colección de fósiles, que no está bien devolver con ejemplares vivos de instituciones fosilizadas. ¡Allá va la nave!

Roberto CASTROVIDO.