DE LA ACTUALIDAD INTERNACIONAL

ESPANA E ITALIA

La visita de los Reyes de España Italia ha sido causa de un cúmulo de agasajos y manifestaciones confraternales de toda índole. Los pueblos de ambas penínsulas sienten exaltada su comunidad originaria y se encuentran sacudidos por una onda de emoción. En efecto, no todo ha sido protocolar en esta visita regia. Roma entera—y también las otras ciudades porque ha pasado el Rey Alfonso—ha recordado que en otros tiempos Italia y España eran algo más que hoy. Hoy sólo son amigas, y hace algunos siglos España se integraba con las tierras apeninas y en sus campos se sucedían largas guerras de honda importancia para españoles e italianos. Eran esos los días grandes de España. Tenía asentado su imperio en más de un continente y la luz de sus letras inundaba los solares del mundo. ¿No habrá sentido la comitiva regia española una inquietud trascendente al pasar junto a los monumentos, a las ciudades y a los lugares que recuerdan la gloria pretérita? El dolor del bien perdido se prolonga y aguza a lo largo de las horas. Reducida a su más mezquinos limites, a los anteriores a las conquistas aunque posteriores a la última derrota arábiga, España ya ha quedado para siempre arrinconada en un extremo de Europa, más cerca acaso de la América gárrula e incivil que de la Inglaterra puritana y democrática y de la Francia galante y culta. Imposible se presenta el más mínimo intento de recuperar lo perdido. La edad que vivimos no se compadece con guerras de conquista ni dentro de las cadenas de la política internacional de hoy tienen libertad de movimiento las pequeñas potencias, los países de segunda importancia. Inglaterra puede colonizar. Alemania pudo colonizar. Francia coloniza y, solapadamente, tiende a hacer suya parte de la tierra germana. Pero España, ¡qué insensatez! Por lo demás, ¿podría colonizar efectivamente? Ya hemos visto las tristes, las amargas consecuencias de la cansada epopeya marroquí. España no logra avanzar una pulgada en tierras africanas a pesar del derroche de millones que allí realiza y a pesar de la sangre a derramada. Fuera de que, dado el estado de su espíritu, no seria leal suponer que iría a elevar el nivel intelectual y moral del marroquí, es preciso considerar también la ineficacia ya probada de su ejército. ¿Y cómo, se nos dirá, ha podido el pueblo soportar que sea, precisamente gente de armas la que pisotee con sus botas ferradas la libertad y la opinión de los más? A nosotros también el problema nos preocupa. Y no se crea que a medida que pasan los días, por haberse acumulado los intentos explicativos, nos encontremos más cercanos de la explicación. Al contrario, Primo de Rivera, representante del ejército español vencido en Marruecos incontables veces, dictador hoy de España, es el personero del pueblo peninsular, un personero por voluntad personalísima y sin consulta a aquel, único, dueño, en último término, de sus propios destinos. ¿Qué duración tendrá este estado de cosas? La prensa ha vuelto a los días de 1830, sometida al control de una implacable censura militar. Recientemente el Ateneo de Madrid, proverbial asilo de la libertad de opinión, cerró sus puertas porque el Directorio había nombrado un inspector que oyera lo que en su sala se dijese. En Italia, ya lo hemos visto, sucedió algo semejante. Hace ya un año es Mussolini el depositario del porvenir del país. ¿Quién no lo conoce suficientemente? El es quien dijo en una ocasión: “La libertad... He recorrido Italia entera oyendo a los campesinos y a los habitantes de las ciudades. Me han pedido caminos, escuelas, telégrafos, etc. Nadie me pidió nunca la libertad.” Para Mussolini el mundo se encuentra. hastiado ya de la libertad, no cree en ella, se siente escéptico de los bienes de que por tradición se la hace causa. ¿Es cierto eso?

En Roma Mussolini y Primo de Rivera se entrevistaron, y he aquí como se produjo—como anotó el periodista Ortiz Echagüe—el contacto efectivo de log pueblos: por el intermedio de sus respectivos dictadores... Mientras los Reyes, los príncipes, los rancios títulos de Italia y España, junto a las altos dignatarios eclesiásticos, se sentían hermanados en su actual descrédito, Primo de Rivera y Mussolini eran los únicos seres salidos del pueblo mismo que tenían el derecho de cruzar sus manos en un saludo extraordinario y acaso trascendental para los destinos de sus naciones respectivas. El espectáculo del mundo se encuentra sembrado hoy de paradojas, y esta no es la mayor que se nos ofrece. La visita de los Reyes de España será retribuída el año próximo por los Reyes de Italia. Los lazos de ambos pueblos se estrechan, o al menos así piensan que sucede, al cabo de estos viajes reales, los interiorizados en los menudos secreteos de la diplomacia. Ambos pueblos latinos—empleemos una vez sola esta palabra que se nos aparece sospechosa—creen acaso descubrir para el futuro posibles acciones comunes. Los numerosos contingentes migratorios que vierten las dos penínsulas en las tierras de América han suscitado problemas que hoy las metrópolis quieren controlar, pensando talvez que han dejado pasar muchos años sin preocuparse de los hombres que atraviesan el mar impulsados por la necesidad. ¿Qué harán los gobernantes? El futuro nos reserva quizá más de una sorpresa en este sentido. Y por hoy basta de visitas regias, de discreteos cortesanos y de proyecciones dictatoriales. Europa no se siente conmovida por estas posibilidades, pero América es la aludida y puede que sea dentro de no mucho la interesada..

Luis VIDAL.