DESDE EUROPA

LOS MUTILADOS

Caminan por las calles de París, cruentos y numerosos, los mutilados. Ya es el padre sin brazos, el hermano con muslo de madera, o el hijo que, al hablar con la madre viejecita, para oírla tiene que inclinarse aún más que ella; o el esposo que, a su vuelta de las trincheras, una mañana luminosa, al abrazar a la esposa, ya no tuvo más ojos para verla, sino los del recuerdo… Caminan ellos movidos por los mismos humanos devaneos que los demás; pero yo no he visto nunca una sombra más densa e insegura, que la que ellos arrojan sobre el suelo. Los mutilados van de una avenida a una plaza, de una esquina a un andén, y un halo sangriento les rodea siempre. Talvez aún hay a sus plantas un poco del aceite de los vastos cementerios, que les imprime el quebrado vaiven de seres que resbalan y resbalan y nunca se incorporan del todo. Sus armazones truncos, sus armonías carcomidas parecen mendigar algo, y están a semejanza de tallos, hendidos por los sacudimientos del terreno. Y los demás les miran con la misma indiferencia que a los otros inválidos de cuna, y los ven vagar como cosa tan natural, que no detiene a nadie en su camino Se ha olvidado ya, talvez, la cause de esas mutilaciones. Los mismos mútilos acaso, también han olvidado el obús fulminante o el gas devorador de los perdidos órganos. Y todavía más: acaso ellos se han olvidado hasta de su forma integral de antes. Las preocupaciones del minuto, a veces pueden mucho. Mas yo he visto a los niños contemplar largamente a los inválidos. Y he visto una cosa más oscura todavía. En un vagón urbano, una madre que viajaba sentada, con un niño en los brazos, al ingresar un inválido, apoyado en dos zancos, se puso de pie y le cedió el asiento. El niño entonces miró al mutilado de cabeza a pies, y, presa de extraña agitación, se puso a sollozar. El héroe desplegó luego un número de “Le Matin” y empezó a leer mentalmente, reclinado en la banca: “La resistencia pasiva en el Ruhr… Alemania retarda maliciosamente el pago de las reparaciones…” El tren siguió su marcha, y el llanto de aquel hijo resonaba y crecía entre la jauría de los aceros negros que rodaban. Y he visto también en otra ocasión caer sobre el lomo de un perro, que conducía una dama inglesa desde un andamio elevado, un trozo de mármol. El can enfurecido, volvió y se lanzó sobre un mozo que se abrigaba al sol de la mañana, sentado bajo un árbol del boulevar; el animal hincó los colmillos en una manga vacante del hombre, y al mirar a lo largo de ella para adentro, metió el rabo entre las piernas y se alejó lanzando un aullido espantoso e interminable. Una mujer, bella y joven, que a la sazón pasaba por allí, miró al manco un momento, y él, al advertirlo, hizo una mueca horrible de pudor. Así van los mutilados por las calles de París. Y yo no he visto nunca una sombra más densa e insegura, que la que ellos arrojan sobre el suelo.

César VALLEJO.

Paris, 1923.