DEL AMBIENTE NACIONAL

Treinta años de parlamentarismo desenfrenado han conducido a la República a una total bancarrota política, financiera, y, lo que es peor moral. Si, la moral pública también está en bancarrota. Repetir eso es una majadería; pero una majadería necesaria porque el pueblo es tardo de oídos. ¿Dónde están los varones austeros, hombres de doctrinas firmes y de sólida orientación práctica? En su lugar pululan los sub-hombres, los que viven más acá del bien y del mal”: latifundistas con almas de encomenderos del Coloniaje, bolsistas (¡oh, las inefables palabras ambiguas!) afortunados, profesionales que esconden su incapacidad inconmensurable detrás del apellido sonoro y del titulo universitario concedido por la gracia divina. Son hombres así, mediocres y romos por los cuatro costados, los que gobiernan a Chile unos en nombre de la Unión Nacional y otros, los más diablos, de la Alianza Liberal. No hay sinceridad ni honradez política en ninguno de ellos. Edwards Matte, un jovencito decrépito y con el pelo a la americana, emprende un día. campañas resonantes de fiscalización, y en un mitin de mamotretos putrefactos (léase unionistas) se sienta con indecorosa severidad al lado de un cuatrero elegante como Augusto Smitmans. El avejentado leader radical Fidel Muñoz Rodríguez, miembro o ex-miembro de un partido tradicionalmente anti-clerical, será abrazado en el mismo “machitun”, por el empeñoso dirigente católico Ricardo Cox Méndez. Fidel Muñoz es enemigo personal del Presidente Alessandri; y, es claro, los rencores están muy por sobre las “ideas” (?!)... radicales. Estos hechos pequeños, como los hombres que en ellos han actuado son sintomáticos. Pasando a otros, veremos cosas francamente hilarantes. Después de un jíra cuyo éxito—imparcialmente hablando—escapa a toda ponderación, regresa a la capital el Presidente. Todos los elementos que aquí son capaces de sacar el pecho al frente, lo van a recibir, lo vitorean, le manifiestan una adhesión rebañega que sólo se justifica por nuestra falta de conciencia cívica y por la repulsión que inspira la Unión Nacional. El Presidente repite sus afirmaciones de siempre. ¡El Senado por aquí, el Senado por allá! El pueblo le grita: “No le haga caso. ¡Disuélvalo!” Pero el Presidente no se atreve, y además, no tiene necesidad. Con esperar hasta Marzo, se ha salvado. La Constitución quedará en pie y la Alianza Liberal también.

¿Qué podemos, pues, esperar de la Alianza Liberal? ¿L a salvación de una democracia bamboleante? La dictación de urgentes leyes de justicia social y de perfeccionamiento político y administrativo? ¿Una pacifica renovación de valores, como dijera—exagerando, talvez un poco, debido a la necesidad retórica—nuestro estentóreo Presidente? No sabemos porqué, pero lo cierto es que un gusanillo terco nos roe desde hace tiempo—¡mucho tiempo!—la esperanza. Cada vez que escuchamos a los hombres públicos, parece levantarse del suelo una sombra tutelar para los desencantados; la sombra de Hamlet, príncipe de Dinamarca. Y he aquí que murmura a nuestro oído atento, inmortal y lúcida: “¡Palabras, palabras, palabras!” Eso es lo único que pueden darnos ellos, los políticos, los hombres preocupados de “la cosa pública”. No les exijamos lo, imposible: trabajo desinteresado y honradez. No han sabido trabajar para otros. Eso nunca. Ahora respecto a la honradez, eso de hacer cuando la ocasión se presente, un viajecito a costa del Fisco o una afortunada jugada de Bolsa, también a costa del Fisco, ¿por qué va a ser inmoral? Hay que saber vivir. Hay que tener éxito.

Lo demás viene después. “Ten éxito y será todo tuyo” decía un sabio. Y decía una verdad grande como un cerro.

Por eso el pueblo no debe ilusionarse. Debe abrir bien los ojos, sacarse las telarañas del prejuicio y de las cantinelas de los apóstoles de última hora. Debe barrer con la Unión Nacional, fuerza retardataria agrupación de viejos de frailes y de jovencitos “bien”, de esos que absorben cocaína y tienen inclinaciones “au rebours”; pero en ningún caso debe entregarse a la Alianza, con el fanatismo ciego que lamentablemente la caracteriza. Ya se ha dicho desde estas columnas: La Alianza Liberal reune gente sin sinceridad de idealismo, arribistas, esquilmadores novicios, aprendices de la política, sin orientación y sin otra, moral que no sea la del estómago. ¿Cómo creer en gente así? El pueblo debe mirar más lejos, más allá de la Alianza Liberal. Formarse una conciencia de sus derechos, y en un momento propicio, exigir; controlar a sus elegidos para paliar de alguna manera los disparates de la actual organización del Estado. Intervenir más en los asuntos que son, para él, vitales. De otra manera veremos encumbrarse en Marzo, como hasta hoy, a los mismos de siempre, a los que merecían ser arrojados a cualquier parte. Y habría llegado el instante de poner en el frontis de la representación nacional, como una prudente advertencia a los ingenuos y optimistas, aunque dándole un sentido adecuado, la frasa amarga del “Infierno: “Oh vosotros los que entráis abandonad toda esperanza.”

Juan CRISTOBAL.