L O L O T

ACUARELA

1

Encajado en la aridez de la tierra oscura, destacándose blanco, claro y almenado, luciendo sus cúpulas cónicas, el chalecito de Lolot mira el mar. Diríase un enamorado platónico de las olas: tan melancólico, tan aderezado, tan lírico. Está solo y enhiesto; parece un juguete de Pascua olvidado en la meseta gris. Los ojos que lo vieron llevarán siempre en la memoria su efecto blanco, y los barcos, blancos también, le despiden con la mano, como a un hermano sedentario y triste que se queda. –¡Lolot! ¡Lolot! ¿Dónde está Lolot?.... Como un pájaro cruza Lolot sus corredores; arenas rumorosas cantan en la suela de sus botitas; ricillos graciosos, negros, húmedos, bailotean sobre su frente amplia y trigueña. Piernas flacuchas y largas. La mirada lejana y triste, más triste aún.

2

EL PERRO

¡Menelick! ¡Menelick! ¿Dónde está Menelick?... Lejanamente, un punto negro, apenas perceptible, se mueve y viene aproximándose hasta convertirse en algo que corre agazapado, ladino como un ratero de cine. En la terraza, el amo con el látigo, aguarda al testarudo fugitivo. –¡Caramba con el animal!... Abre Lolot, dolorida, los ojos hacia la distancia y sale corriendo a encontrar al terranova. –¡Menelick! ¡Qué has hecho! ¿No sabes que te azotan cuando te alejas del chalet y traes colgando en tu hocico los alcatraces podridos que arrojan las olas? ¿A qué te saben esos pajarracos que olvidas el castigo? ¡Pobre Menelick! Yo te ocultaré, yo te esconderé como otras veces, hasta que pase el furor de papá. No lo harás más, ¿verdad? La mirada acuosa del perro se vuelve nostálgica hacia las playas lejanas, mientras camina confiadamente con la niña. Lolot reflexiona: Si yo fuera Menelick, me iría de alba hacia las mismas orillas del mar, cogería caracoles, subiría a las rocas más altas y lanzaría al viento el ladrido más alegre y más salvaje que tuviera escondido.

3

EL ALBA

En la rubias mañanas, cuando la luz apenas se cuela por las rendijas, los ojillos de Lolot están muy abiertos, y su alma recorre los corredores. Del cuartel de infantería vienen los ingenuos toques de la diana. Lolot teme que el ruido de su corazón despierte a la tía gruñona que duerme a su lado. ¿Por qué dormirán tanto las tías? Cuenta una y otra vez, las tablas exactas del techo; observa a una arañita que se come a una mosca más grande que ella; piensa cómo habrán calculado tan bien los hombres aquel trozo enorme de papel con que empapelaron la alcoba y en donde las murallas, las ventanas y las puertas encajaron perfectamente. Sabe cuantas rositas rosadas hay desde el techo hasta el suelo, cuantas perillitas de bronce tiene el catre, cuantos clavos, cuántos cuadros, cuantos nudos tienen los flecos chillones de la colcha. Cuando algún ratoncito asoma bajo la cómoda su hociquito puntiagudo, queda petrificada: cada movimiento del animalillo es un alborozo tímido, ¡ah! ¡si se subiera a la cama de la tía!... Y pasan dos horas terribles soñando con ese camino que no la conocerá nunca, con ese camino que conduce hacia las blancas arenillas livianas y que la hace entornar los ojos cuando juega a las muñecas o da vueltas sin sentido alrededor de una mesa con su hermano pequeño.

4

LA LORA

“Arrí, arrí, echa la patita, m'hijita”, así susurra, mojada de cariño la lengua gruesa y negra de la lora de Lolot. Apenas va forrada como una limosnera en cuatro o cinco plumas miserables. Voluptuosamente entretiene sus ocios enormes y soleados en arrancarse los piojillos con su pico curvo, feo y paradojal. –¡Qué lora tan asquerosa!–oye Lolot decir a cada instante; sin embargo, ella ama a su lora. Bandadas de choroyes cruzan chillando el horizonte; la lora los mira y, acaso sueña con un loro valiente y romántico como los caballeros de la leyenda; da un gritazo estridente e inarmónico y continúa carcomiendo el palo en donde ha vivido toda su desplomada vida doméstica. Cholita es una lora democrática, francota y anti-clerical: en días pasados, hizo callar al cura con un: “Cállate, p... hueco”, que le mereció sentencia de muerte. Lolot la defendió con energía, porque no lograron hacerle entender cuál había sido el terrible delito de la desventurada. Balanceándose, pisándose una pata con la otra pata, anda bajo los muebles, sobre las camas y las sillas, ensuciándolo todo. Recibe innumerables puntapiés y va a estrellarse contra las murallas. Cuando esto sucede, se llenan de lágrimas los ojos de Lolot, mientras amorosamente estrecha contra su corazón aquel animal absurdo, feo y pelado que en virtud de un contrasentido espantoso modula con su lengua gruesa y negra: “Arrí, arrí, echa la patita, m'hijita”.

5

INICIACION

Atardeciendo, busca la soledad. En la última grada de la escala que conduce a la terraza, Lolot se instala. Desde allí se domina un panorama inmenso: a la izquierda, montañas; al frente, el mar; a la derecha, el pueblo parpadeante. Todos los días, el sol le da el espectáculo colosal de su caída. A veces llena de sangre el cielo; otras, espolvorea oro y canciones con sus manos de fuego. La caída algunas veces es lánguida y el sol se recuesta como un cuerpo desnudo y cansado sobre la superficie del agua; otras veces toma formas extrañas de objetos caseros: sombreros, tinajas, platos, vasijas; raras veces desaparece redondo, ambiguo y pálido como una moneda en los bolsillos de un judío. Copia, Lolot, interminablemente, el paisaje en pedacitos de papel, sobre tapas de libros viejos que colecciona como una urraca. Es siempre el mismo, exactamente: rayas curvas que semejan el mar, una línea alta como nube, desde donde nace medio sol lleno de rayos, una chocita de pescadores en un extremo y allá, a lo lejos, el eterno barco que se aleja humeante, y algunos pájaros pequeños que sin rumbo cruzan los cielos. Copiado el paisaje familiar, Lolot se siente más dueña de sí misma, y en el fondo de su alma, inconscientemente, va tomando cuerpo algo que bulle, se agita y se alza, algo que el mundo no comprendió: la rubia semilla del sueño y la voz de Dios.

6

FUNERARIA

Brumoso y transido esta el día en que Cholita deja para siempre un siglo en el que nadie comprende a los loros. Reflexiona Lolot en el pesar que su muerte le causa, cuando poco días ha, la muerte de su abuela no fue para ella un acontecimiento doloroso, sino de asombro primero y luego de indiferencia. Después de los primeros llantos, Lolot pensó en sepultarla cristianamente, y, cubriéndola con la más lujosa toilette de su muñeca, la transportó al jardín en una caja de cartón; el cortejo lo componían su hermano y algunos niños de la vecindad. Lágrimas, flores, liviana tierra cae sobre el mínimo despojo.

7

ELSITA

¡Elsie! ¡Elsie! ¡Let down here!... Enfundada en su larga capa azul la académica institutriz es como una cosa inútil. Lolot es morena, delgada, de crespos cabellos negros, pálida y triste; Elsita es blanca, llenecita, de gruesa trenza rubia tendida a la espalda, rosada y alegre como el chasquido de un beso infantil. Por las tardes, de vez en cuando, viene Elsita con su institutriz a jugar con Lolot; a veces salen a la orilla del muelle, cogidas de la mano, seguidas del perro. –¡Elsie! Come here, take care, darling,– dice la institutriz. –No vamos tan ligero,– dice Lolot, atemorizada,–la gringa puede acusarnos y mi mamá me pega. –¿Tu mamá te azota?,–pregunta sorprendida Elsita. –No, no es eso,–contesta Lolot, enrojeciendo; el vocablo le hiere, le humilla, le aplasta el espíritu libre. Y esa es la palabra: azotada por nimiedades: el inevitable destrozo de un vestido; una riña con el hermano menor, gordo y soso; una fruslería cualquiera. Tímida, apachurrada, el paseo de Lolot termina en silencio.

8

AMARGURA

Completamente olvidado de todo, corre y grita Lolot por los corredores, acompañada de otros chicos. Menelick forma parte de la algazara. De pronto, Lolot coge un palo y da sin compasión sobre el lomo del perro. ¿Qué pasa? Alguien asoma su cabeza tras una ventana y exclama: ¿No lo decía yo? Esta muchachita es mala, ni siquiera lloró a su abuela y ahora apalea cruelmente a ese pobre animal. Lolot tiene la cara furiosa y el corazón indignado. A sus pies está el cadáver baboseado de Cholita.

9

CAVILACIONES

Acodada en la baranda que circunda la azotea, mira Lolot los pájaros que van y vienen sobre las lejanías. Su actitud acongojada parece doblarse hasta la tierra. ¿Será verdad que es mala la niña que no llora a una abuela? No, no; ella sabe que no es mala; sufre cuando piensa en su lora. Es verdaderamente inexplicable todo esto para la pequeña Lolot. Una a una tiemblan las lágrimas sobre el delantal azul. El vuelo de un águila que viene a posarse sobre las cúpulas del chalet, la hace olvidar sus penas y, abrazada a Menelick, atraviesa el crepúsculo.

10

BERTITA, LA MUÑECA

Bertita es una muñeca de resorte: abre y cierra los ojos; dice “papá” y “mamá” y tiene pestañas. Los cabellos rubios están aprisionados por una capota de encajes y su vestido de seda responde a los zapatitos de previl blanco con hebillas doradas. Fue un obsequio del padrino de Lolot en su cumpleaños. Alborozada, la estrechó entre sus brazos; pero desde aquel día la muñeca ha ido a formar parte del menaje superfluo e incómodo del salón. En una sillita está inmóvil, hierática, con las manitos espantadas y los ojos absortos. Lolot piensa en ella como en un ideal. Misteriosamente, se desliza en puntillas por una galería; trepa a la ventana, y, penetra con cautela de sombra al salón. Cierra los ojos; los retratos le dan miedo; sin embargo, se acerca a la muñeca; le pasa los deditos temblorosos por el cabello y las pestañas, le esponja cuidadosamente el vestido y por último le da un beso que apenas roza aquellas mejillas frías y rosadas.

11

LOS PRIMEROS LIBROS

“Caperucita roja”, “Aladino o la lámpara maravillosa”, “El árbol que canta, el pájaro que habla y el agua dorada”, príncipes y princesas, reinas buenas y reinas malas, hadas sutiles o duendes tenebrosos, pastorcitos, ermitaños, bandidos, ánimas, gigantes y pigmeos, razas oscuras, amarillas, siniestras e imaginación exuberante de niño en cuerpo raquítico y alma vibrante y melancólica. Dando tumbos espirituales de aquí para allá y de allá para acá, su endeble humanidad conoce la inmensa manía de plegarse al ritmo secreto de la palabra. A los siete años, Lolot escribe cuentos y los ilustra con figuras sacadas de los periódicos; más tarde, con dibujos y manitos al lápiz.

12

EL CIRCO

Cuando vienen visitas, Lolot es llamada en seguida al salón. -“Saluda a la señora, hijita,–le dicen,– y cántale o declámale alguna cosita”. Lolot se confunde, no sabe qué hacer, es tan intempestivo aquello, tan forzado. –“No seas huasa, niñita,– agregan, – ¿a ver? eso de la muñequita; empieza de una vez. ¡Qué dirá la señora! Estás lo mismo que los perrillos nuevos”.

Vencida, por fin, Lolot recita temblorosamente:

“...llevaba, qué? su muñeca, su compañera, su queridita, la que le sabe todas sus penas...”

y aquí Lolot solloza, porque la chica de los versos se parece a ella, y llora, llora más cada vez, porque cada vez aquello resulta más cómico a los oyentes. Todos se ríen por lo sensitiva que es, por lo bien que lo hace y las señoras, aplauden como si asistiesen a una pelea de gallos.

13

DISIMULO

Durante las turbias vigilias del Invierno, reunidas las “mujeres grandes”, leen y leen interminables folletines trágicos y declamatorios. Lolot tiene la astucia de darles la sensación de la infancia despreocupada. Viste y desviste una muñeca, coloca una y otra vez una. figurillas dentro de una caja de madera, finge que duerme y esta con el oído atento a la lectura. Una noche, la última, aquella en que la heroína muere necesariamente, majestuosamente, un quejido y un sollozo revientan en su pecho.

Y 14 EPILOGO

MARINERA

Ser de alma temblorosa e inconmensurables orillas distantes, mar, hipnotizador de niños y de mujeres, salvaje encantador de sus eternos y largos soñares, tus manos heladas acarician su frente morena con la locura azul de innumerables anhelos. Lolot te mira, mar, tendido e infinito, blanco de luna en las noches maravillosas e ingenuas de su infancia. Mar ondulante como todo lo que la integra: como sus nervios, como su espíritu, como su cuerpo... Menelick te ama también, su pelambre negro y brillante, como tú, crespo como tú, eléctrico y rebelde como tú, se agita al compás de todos los vientos. Lolot bendice tus brazos que imploran, dolorosamente, estrujando su dolor naciente y sin límites. Corea, Lolot, a las bandadas de pájaros libres y que describen ondas y triángulos para saludarte en conjunto, porque ella teme que su voz se doble sola ante ti, como al paso de los truenos el humilde junco de las riberas.

WINETT DE ROKHA.