Juan Bautista Acher “Shum”

MIENTRAS LOS PROLETARIOS PELEAN

(Caricatura de “Shum”). EL BURGUES. – Rompeos los labios muchachos, que yo después os acabaré de estropear el esqueleto.

Un rudo hálito de tragedia, desgarra el alma de la España contemporánea. El horror de la Inquisición parece revivir, más bárbara aun que la del medioevo. 'Voces retorcidas por honda angustia, golpean cual sangrientos badajos, el corazón de la humanidad sensible al ajeno dolor. El grito clamoroso, empapado por la hiel de las torturas, se cierne sobre los mares y las montañas, demandando, exigiendo; una perentoria, decisiva y comprensible acción solidaria. Cada hora transcurrida, es portadora de una nueva infausta y lacerante. Cada minuto ido, lleva el ansia cruel de un hombre altivo próximo a emprender la gloriosa ruta del supremo sacrificio. Los torturados suman millares. Yacen sumidos en la impotencia, abrazados por horrible inquietud, frente a la desoladora esfinge del patíbulo inclemente, o el destierro maldito. La macabra situación dura años. El cálido fervor de la demanda, el aullido desgarrante de los flagelados, la generosa sangre de los ya caídos, el lamento, el conmovedor lamento de huérfanos y viudas, parece no han logrado interesar a los hombres. Ninguna fuerza potente, digna, expresión maciza de una conciencia colectiva en rebelión, se levanta fustigadora a gritar el repudio, a manifestar el deseo de que termine tanta ignominia, a exigir e imponer por fin, el cese definitivo a esta danza horrísona de dolor y de muerte. Esta actitud vergonzosamente apática, criminalmente musulmana, debiera ruborizar a quienes pudiendo ejercitar una alta actividad protestacaria, y siendo espectadores de la tragedia, han callado, callan aún, revolcando su condición de hombres, o de semi-hombres, en el cieno de la abyecta cobardía. El drama, de actos sangrientos e interminables y de escenas infinitas, prosigue imperturbable, ante la no menos imperturbable inanidad de la hora. Toca hoy mencionar otro hecho, otro crimen, trasunto fiel del espíritu profundamente inquisitorial que desangra a la España idealista.

Juan Bautista Acher: he aquí el nombre del nuevo ser que el Tribuna Militar español ha condenado a muerte. Espíritu juvenil: 22 años; alma sensitiva de artista exquisito. Dibujante originalísimo, con la cualidad imponderable de una tendencia mordaz, burlesca, finamente irónica. Todo su bagaje fabuloso de arte, de ensueños, de agudeza zarandeadora, cabalgando sobre las alas potentes de un ideal: el ennoblecimiento de los míseros. “Shum” seudónimo adoptado para firmar sus creaciones. Bohemio empedernido, nocherniego dialogador con las estrellas y las rameras del hampa, regustó el ácimo de todos los dolores, de todas las angustias, a edad temprana, cuando aún otros disfrutan la grata tibieza del alero paterno. Su arte, adquirió por ello, característica hondamente humana. No acudió, como tantos, a vender sus afanes de soñador, a tender la mano pordiosera a los favores de impúdicos Baltasares. Estaba su vida demasiado ligada, demasiado fundida a la santa causa del pueblo. Antonio Loredo, ese desarrapado magnífico, ese vagabundo con algo de Homero y de Quijote, agitó en él los deseos por las andanzas y el amor hacia un ideal. Supo las asperezas de ignotos senderos, la hostilidad de ambientes extraños: durmió sobre el duro y amoroso lecho de la tierra, arrullado por el murmullo de los ríos y de las frondas. ¿Para qué recapitular toda la madeja de infamias, de mentiras, de extorsiones, con que los histriones militares basamentaron la condena a muerte? Sépase sí, que Shum tiene las manos mutiladas, rotas. La explosión que le hiriera daño lo más caro para él: las herramientas capitales de su arte, sus bellas manos de artífice insuperable. Y ahí le tenemos, aguardando impávido, sereno, henchido de esperanzas en un trabajo renovador, el instante de la liberación, o el minuto indescriptible de la muerte.

Figuras relevantes en el mundo del pensamiento, han dejado oír el trémolo de sus acentos indignados ante la inhumana condena que el neronismo hispano pretende imponer a Juan Bautista Acher. Concha Espina, la singular noveladora española, se ha colocado a la vanguardia de esta nobilísima cruzada. Le han secundado escasos pero meritorios elementos: Baroja, Gabriel Alomar, Ortega y Gasset, Marquina, y otros más. Hace destacado en Francia, en el movimiento pro liberación de “Shum”, Han Ryner, el sugestivo y novísimo exaltador de la inmortal cultura helénica, en cuanto ella posee como elementos nutricios del hombre, fuerte y libre. Junto a él, labora fervientemente, Mme. Séverine, la anciana dignísima, íntegra y talentosa, que en el proceso contra Germaine Berton, asumiera una actitud valerosa y tiernamente maternal. Escribiendo acerca del joven prisionero, epiloga un bello artículo con el temblor emocionado de estas frases: “Alejada por una enfermedad, no leía los periódicos desde hace quince días, o más; recién ayer me he enterado de todo. ¡Y tiemblo de llegar muy tarde!”

Luego de constatar gestos tan viriles y puros como los predichos, plenos de humana comprensión y encendida sensibilidad, nos preguntamos, ¿los intelectuales de este país, resolvemos alguna composición de lugar frente a la pena monstruosa decretada contra Acher? ¿Dirán también ellos, como los otros, su palabra empapada en una ardiente y bíblica condenación? O por el contrario, como siempre ¿silenciarán la nueva felonía, el nuevo crimen? ¿No sentirán en lo hondo de las entrañas y de la conciencia, el áspero desgarrarse de la carne joven e inocente entre las fauces de la bestia milenaria? Aguardamos, anhelando ver reeditados en los nuevos temperamentos, los gestos de ayer, de un ayer muy cercano, cuando aún el cepo de la paga mercenaria no les entrababa los deseos incontenibles de proclamar la verdad, ni la mordaza de las convencionales posiciones de lucro, les obturaba la conciencia. Y es necesario reivindicar esa oprobiosa acusación de cobardía, que, como lápida negra y asquerosa, gravita sobre la intelectualidad de esta región. La mordacidad certera y cáustica de Juan Cristóbal, mencionó en las columnas de “Claridad”, esta cobardía vergonzante, puesta de manifiesto ante el asesinato de Domingo Gómez Rojas, durante la dantesca era sanfuentista. Ha sonado la hora de levantar el pesado y justiciero cargo, por sobre el asombro de mediocres y timoratos. Se borraría una mácula afrentosa y se conquistaría en cambio el título, no tan común hoy día, de hombres. Los trabajadores, a nuestra vez, hemos diseñado la labor a seguir, y estamos entusiastas sobre ella: agitando el ambiente y ganando más y más voluntades que laboren por la libertad de Juan Bautista Acher.

VICTOR YAÑEZ.

San Bernardo.