EL LIRISMO MODERNO

El lirismo moderno. Saludemos con amistad este título peligroso. ¿No se tiene por costumbre declarar que en la eternidad reside el primer carácter lírico? Tendencioso es éste lugar común. La eternidad por sí sola es impotente y solicita humildemente un auxilio: el presente en su brevísimo maravillamiento propio. Un movimiento artístico no tiene probabilidades de resumir un siglo para el porvenir sino cuando ha rendido homenaje a la dignidad del momento; aún creo que es necesario un admirable sacrificio a ciertos signos que no son sino de actualidad física, coqueterías y tal vez a puerilidades. Toda victoria se asegura por una inmolación: resultado supone crueldad. La preciosa versatilidad de nuestro mundo que parece impulsión e inspiración en el desarrollo de las formas y de las ideas, la ola de nuestras filosofías experimentales han creado un ambiente ansioso de descubrimientos cotidianos. Los más meditativos de nuestros contemporáneos experimentan cada día, afiebradas aprensiones sentimentales; para calmarlas son indispensables explicaciones hábiles y efímeras. He ahí el rol y el mérito de los que introdujeron en el material lírico expresiones directas, alusiones precarias: T. S. F., Jazz-Band, publicidad comercial, etc., etc. ¡Qué patético, por otra parte el destino de estos artistas!: dados al olvido porque no tomaron de estos elementos sino los aspectos perecederos, estimulan la curiosidad de los que descubrirán en estos mismos gestos la virtud de inmortalidad. ¿La crítica lúcida, no debería asociar en una igual estima a los descubridores frágiles y a los conquistadores totales? Perdóneseles mucho a los unos y a los otros ya que tanto veneraron la movilidad moderna. Aunque algunos consideran esta tesis como vanidad de arribista, nosotros afirmamos que la maravillosa tragedia plástica y moral de nuestra época es la justificación suprema de un arte moderno. Por eso para disertar con penetración sobre el lirismo contemporáneo debemos evocar, sin cesar, los valores espirituales que caracterizan nuestra civilización. Intentemos un análisis sucinto: Sillón-Club y la Radiografía. El confort y la investigación, la seguridad y el riesgo. Esta dualidad es nuestra fuerza. Somos ordenadores y angustiados. Ya no más corbatas flotantes y cabelleras crecidas; las actitudes “inadaptadas” nos repugnan. Sin embargo, no nos cansamos de escrutar lo desconocido para roturar lo maravilloso. Ingenieros e industriales gozan ávidamente de los privilegios de su situación social; ahora bien, ¿en medio de su opulencia no son obsedidos por el azaroso atractivo de “combinaciones” nuevas, siempre más atrevidas y más sorprendentes’ Es que –hombre de negocios o de letras– nadie es grande en nuestra era si no se asegura cuidadoso del menor y de más grande esfuerzo, de utilidad y de milagro de organización y de profecía. De esta manera se impone la síntesis del pragmatismo y del intelectualismo. Al fin se han reconocido valentía, inventiva y método: la inteligencia arrastra a la intuición hacia un destino emocionante. Así como el mecanismo filosófico o social al crecer revela los más vigorosos medios y las más sorprendentes ambiciones, así el lirismo moderno debe combinar el espíritu de construcción y el de audacia. Es poeta moderno el que posee tanto el espíritu de lo infinito como la noción de rendimiento. El telescopio y el oficio de tejedor. La investigación y el confort, la adivinación y la razón. Por otra parte es bastante temerario oponer estos dos medios de investigación. Henri Von de Velde en sus Fórmulas de una estética moderna escribe: “Concebir razonablemente es nuevo y es antiguo. Esto conduce a los extremos y no al justo medio”. Como arte razonable de acuerdo con la imitación revolucionaria de la época, el lirismo moderno se estremece con fuerte audacia. ¿Podría definírselo mejor que: aventura es estado organizado? Toda obra de anárquica inconsciencia, tanto como el alma de la civilización occidental, es lo que significaba León Chenoy en un reciente prefacio: “El poema es un objeto construido y no la fachada de una joyería”, escribió un día Max Jacob. “Esta definición, o mejor, esta especificación, además que pone en su verdadero rango algunos modernos, modernos surtidos de cristalería, me es simpática, porque exige del poema esta cualidad esencial: que sea pensado”. Para que exista lirismo se necesita orden. No el orden a menudo ficticio de la cadencia, sino una organización profunda de la inspiración. Considero el empleo de versos de diferentes medidas (¿me atreveré a hablar de un versolibrismo evolucionado?) como una necesidad para un espíritu cuidadoso de precisión y de disciplina intelectual tanto como una cadencia precisa favorece la falta de justeza de la expresión, la exactitud espiritual exige la variedad rítmica. Desde el instante en que se pide a la poesía que exprese con fidelidad los menores anhelos de la existencia, se debe liberarla de toda servidumbre métrica. Las prosodias clásicas y sobre todo las seudo-modernas, sin rima están hechas a base de elocuencia. No pueden escapar a la solemnidad más o menos difusa que supone el género. Propicia a la anarquía del pensamiento, toda cadencia es mala consejera del espíritu. A consecuencia de su presión, ¡cuántos adjetivos desviados? Sobre todo compadezcamos la suerte lúgubre de los sustantivos cortos: nunca se les dejó el orgullo de la soledad. Los versos libres permiten, al contrario, la colaboración más lucrativa entre el pensamiento y la música. Cada cosa debe ser dicha según la importancia de su papel; un poema es armonioso cuando cada verso mide lo que demanda la idea. ¿Se fija la forma y la altura de los muebles sin tomar en cuenta las necesidades? Penetrados de saber moderno, (tornasol geométrico de los innumerables espectáculos en múltiples movimientos) tratemos de dotar todo poema de un mecanismo apropiado. Por eso es inconcebible un lirismo, moderno dominado por una fórmula. Toda tentativa dogmática está condenada. Como hace mucho tiempo que la civilización conserva un sentido heroico del esfuerzo innovador en el dominio mecánico, el arte no puede consentir la menor disminución de sus inclinaciones innovadoras. El orden que reclamamos no presenta ningún peligro: ¿no está perpetuamente rejuvenecido por el otro agente moderno, la tendencia aguda a la exploración? Repitámoslo: Rocking-chair y sidecar, el bienestar y la carrera. De esta manera para esclarecer el lirismo actual nos sorprendemos siempre interrogando la realidad colectiva del presente. El presente es rapidez y complejidad: palabras e imágenes siguen y se multiplican. Arlequinadas de sentimiento. Se queman las etapas. El presente es mecanización apasionada. La alabanza de la vida se expresa según composiciones geométricas y voluntarias. El presente es viajes, canje de hombres y de productos: aparecen reconfortantes “correspondencias” internacionales. Los lirismos se buscan en la humanidad. El presente es peligro, peligro provocado y vencido (medios de locomoción, máquinas, instrumentos): ¡cuántas obras llenas de paradojas trágicas! ¡Señalemos igualmente en virtud de la atracción de los contrarios la necesidad de pullas y fantasías! Pero por encima de todo, el presente es hechicería, renovación de las formas y de los ruidos (escuadrillas de aviones, publicidad sobre el fondo del cielo, conciertos por T. S. F., etc.). El lirismo atestigua también su insaciable deseo de reanudaciones infatigable. Vive de anticipaciones. ¡Qué saludable actividad! En esta materia el grado de originalidad determina en efecto el grado de eficacia. El criterio lírico es la utilidad. En otros términos, la novedad. Utilidad, ¿no implica creación? Un arte sin personalidad constituye un arte sin utilidad. Un observador imparcial reconocería fácilmente que aún vendiéndose cincuenta mil ejemplares, un volumen de versos tradicionales cuesta a la literatura una seria pérdida de tiempo. La reedición de una obra clásica habría obtenido sin ningún esfuerzo intelectual el mismo resultado. Despilfarro, pues. No estimamos una obra remuneradora del trabajo gastado sino existe después de su aparición alguna interpretación que antes no existía. Ya que por este hecho exquisito hay enriquecimiento, utilidad, ARTE. Por vías diferentes, pero en un entusiasmo único, los líricos modernos proponen a sus contemporáneos una revelación atrevida y consciente de todos los fenómenos interiores y exteriores que surgen en un siglo ferviente de progreso y de dominio. De ahí dos cualidades profesionales; mucha sobreexcitación y mucha lucidez. La efervescencia por la audacia; la perspicacia por el orden. ¡Cuán singularmente facilitada nos es esta labor por el admirable espectáculo que ofrece a nuestra inspiración toda capital moderna! Evidentemente la producción poética no debe describir necesariamente invenciones eléctricas, arterias congestionadas y organizaciones comerciales. Pero es por la manera como evoca, por ejemplo, un jardín o un flirt, que un escritor descubre su identidad de ciudadano nacido en una época de voluntad, de casualidad y de aceleración. No es la anécdota inspiradora lo que manifiesta la clarividencia moderna de un creador. ¿No sería odioso que se rompiera todo hilo entre la inteligencia mensajera del futuro y la sensibilidad conservadora? La pasión es sensibilidad en estado de rapidez y por eso armonizada con las más mágicas especulaciones. Con la civilización igualmente. No puedo escapar a este leit-motif: el arte es inseparable de la sociedad. Y la ciudad (máquinas, luces, rapidez) exige de los poetas una muy razonable confianza aún ilimitada en el porvenir.

PIERRE BOURGEOIS.