ARRUGAS

Cabeza adorada, ¿te acuerdas de nuestros jóvenes anocheceres? En el camino rechinaban los carros de los campesinos que volvían. Sonaba la cadena del pozo. Y del viejo muro, florido de valerianas, subía en la luz anaranjada, el canto del mirlo, el grito de los paros. Teníamos en nuestras manos la hora inmóvil, el sublime presente, en nuestras manos húmedas de Primavera y en nuestros brazos entrelazados. Pero yo pensaba: pobre amiga, tus cabellos envejecen. Tú, mirando un hilo blanco sobre mi mejilla, te decías: un día será blanca su barba. Yo en tus hoyuelos bañados de sombra, veía el pliegue invisible que debía convertirse en arruga. Cabeza adorada, por la ventana abierta, entre el ruido de los campesinos que vuelven. La cadena del pozo suena como en todos los anocheceres. Y del viejo muro, florido de valerianas, sube, en la luz anaranjada. Adorada cabeza blanca mientras en este anochecer te tengo entre mis manos lentas, el canto del mirlo y el grito de los paros, pienso en tus cabellos dorados. Tú sueñas con mi rostro juvenil. Y ya no veo tus arrugas.

ANDRE SPIRE