Defensa de la Libertad

Párrafos del alegato hecho ante la Corte de Apelaciones de Santiago por el señor Carlos Vicuña

Como una contribución a la defensa de la libertad, de la libertad en “sí”, que quisiéramos decir, independiente, por tanto, de la concepción republicana a que se hace referencia, publicamos párrafos del sereno e interesante alegato hecho por el señor Carlos Vicuña en los Tribunales de Justicia, a propósito de una citación irregular impartida en su contra. Está demás que digamos que el recurso de amparo interpuesto fue desechado por unanimidad.

Con la venia del señor Presidente voy a formular las razones que abonan el recurso de amparo que tengo interpuesto, en virtud de las cuales debe él ser acogido por V. S. I. Este recurso, conocido con el nombre de habeas corpus (tengas tú tu cuerpo, tengas tú tu libertad) arranca su origen de una antigüedad remotísima y su reconocimiento por las autoridades judiciales es de la esencia misma de la vida republicana. Propiamente el habeas corpus no es un derecho: es una garantía de la libertad concedida por los poderes establecidos como fundamento de la asociación civil republicana. Sin la libertad la vida individual es una amargura y la vida social una tiranía infame. El régimen republicano se distingue de todo otro régimen porque en él hay responsabilidad y libertad. Y esta responsabilidad no es solamente la responsabilidad de los ciudadanos, que pecamos o contratamos y respondemos ante los tribunales de nuestros pecados y de nuestros contratos, sino la responsabilidad de las autoridades mismas por sus actos y trasgresiones. Y la libertad no es solamente la libertad de adular y de aplaudir servilmente los actos o programas de las autoridades, sino la libertad completa de opinión, de circulación, de reunión, de asociación, de enseñanza, sin que acto alguno de los poderes políticos pueda perturbar el desarrollo normal y espontáneo de estos fenómenos sociales. Cuando no hay responsabilidad la República no existe, aún cuando florezca la libertad y tampoco existe la República cuando se suprime la libertad, aunque se conserve la forma de las instituciones republicanas: Por eso esta amada República de Chile no era una verdadera República desde hace muchos años porque en ella no hay responsabilidad y falta desde antaño la libertad. Nuestra República de Chile era hasta la conspiración militar última, una República agonizante, gangrenada por falta de responsabilidad y asfixiada por falta de libertad. La responsabilidad se acabó del todo con el triunfo de la revolución de 1891, que entronizó sin contrapeso el parlamentarismo irresponsable, la soberanía caprichosa de los diputados, que imponían su voluntad anárquica, en la legislación, en la administración, en la justicia y hasta en la enseñanza. Su irresponsabilidad, fue produciendo paulatinamente la irresponsabilidad de todos los funcionarios y magistrados, y así pudo verse que mientras se constataba por doquiera el atropello y el abuso, nunca se hizo responsable a ningún presidente, a ningún ministro, a ningún consejero de estado, a ningún senador o diputado, a ningún tribunal, y sus abusos, sumados y acrecentados, quedaron indefinidamente impunes. De esta irresponsabilidad se siguió naturalmente la corrupción profunda de los servicios públicos todos, que puede fácilmente palparse en la legislación, en la administración pública y hasta en la administración de justicia. Esta irresponsabilidad, esta corrupción, trajeron como necesaria consecuencia la supresión de la libertad, ya que la corrupción hace a los hombres abandonar todos los principios y primero que nada el de la libertad de los ciudadanos. La supresión de la libertad es cosa antigua y se ha hecho en Chile con la complicidad de todos, incluso de los Tribunales. Ya en 1907, en tiempos del gobierno de don Pedro Montt, se atropelló violentamente en Iquique, la libertad de los trabajadores. Estos podían en conformidad a los principios trabajar o no trabajar, retornar a las salitreras o quedarse en Iquique. Sin embargo la autoridad militar les intimó que debían volver a las salitreras a trabajar como esclavos, en condiciones que repugnaban a su conciencia de hombres libres, y como se negaran fueron ametrallados sin piedad y centenares cayeron así al abismo insondable de la muerte por haber pretendido disponer libremente de sus vidas. Y lo que es más grave, este crimen, no sólo contra la libertad sino contra la humanidad, no sólo quedó impune, no sólo no hubo responsabilidad para sus autores, sino que fue alabado y premiado como un acto meritorio. Después, en 1920, bajo el gobierno de Sanfuentes, las inauditas persecuciones por ideas recrudecieron bajo formas dolorosas y siniestras, que más vale la pena no recordar en este instante. Y ayer no más, en 1921, bajo el gobierno del actual Presidente Constitucional de la República, Excmo. señor don Arturo Alessandri, el hombre modesto que está actualmente ante V. S. I., sufrió en carne propia la infame persecución por ideas, y para conservar intactas la integridad de su conciencia y la dignidad de su palabra, hubo de ser ignominiosamente despedido de sus cátedras en el Instituto Nacional y en el Instituto Pedagógico. Arrojado así a la miseria, para subvenir entonces a las necesidades de su mujer y de sus hijos, hubo de entregarse a un trabajo abrumador y recurrir al préstamo y a las dádivas de sus parientes y amigos. Y este atropello a la libertad, cometido por ministros cuyos nombres prefiero olvidar piadosamente, no sólo no encontró sanción alguna, sino que fue aprobado y celebrado por miembros de mi propio partido. Sin responsabilidad, sin libertad, puedo decir que la República no sólo estaba agonizante, sino que era ya difunta cuando estalló la conspiración militar. Los militares dijeron que venían como cirujanos a curar los males de la República; en realidad cuando ellos llegaron sus servicios de cirugía no eran ya necesarios, porque la República estaba muerta. Y más vale así que llegasen a constatar la muerte de la República que a hacerle una operación quirúrgica, porque para esto último son radicalmente incompetentes. Para hacer cirugía se necesita por lo menos saber anatomía y conocer las dolencias que es preciso sanar y los medios de curarlas. Sin esta preparación, la cirugía se convierte en un charqueo sangriento: se cortan los nervios importantes, se seccionan las arterias que irrigan la región, se destruyen los músculos y los tendones, y el enfermo, en vez de curar, sucumbe a consecuencia de la operación. Y no es sin duda el momento mismo de la operación el más propicio para aprender los elementos de las ciencias auxiliares necesarias, ni puede intentarse una operación quirúrgica por medio del sable, que es un instrumento demasiado grosero para un trabajo tan grave y delicado. La vida social es demasiado compleja para que pueda ser arreglada por la fuerza ciega e inconsciente. No está el problema tan sólo en ahorrar unos cuantos pesos al Erario Nacional, sino que es necesario conocer y respetar los sentimientos sagrados que son la base de la existencia colectiva. Y precisamente de esto son incapaces los militares porque su propia profesión los inhabilita para ello. El hábito de mandar sin réplica desarrolla en ellos un orgullo desmedido, que desconoce el respeto debido a la dignidad humana y por eso sus procedimientos son siempre crueles y vejatorios, faltos de elevación, de formas, de elegancia, de civilidad, como lo prueba demasiado la deportación violenta de que ha sido víctima anoche don Daniel Schweitzer: arrastrado a viva fuerza a la Comandancia de Armas, llevado de allí violentamente a la Sección de Seguridad y de allí a la estación Mapocho para ser embarcado con rumbo desconocido, no se le permitió siquiera ver a su padre anciano, abrazar a su madre, despedirse de sus hermanos y amigos y ni siquiera arreglar o encargar los múltiples asuntos y negocios personales confiados a su celo profesional. Y así como desconocen las formas civilizadas y los sentimientos dignos del corazón humano, así también desconocen los problemas elementales de la vida pública, sobre los cuales han puesto su mano profana y temeraria. Porque nadie podrá negar que este gobierno es una perturbación de la vida política de nuestra patria, cuya explicación más honda está en la vaciedad propia de la vida militar en tiempo de paz. Efectivamente ha dicho un filósofo que, a su juicio, este movimiento militar se debe a que las instituciones armadas carecen ya de destino social porque cada día penetra más en la conciencia colectiva el concepto de que son ya imposibles las guerras. Esto hace que los militares busquen nuevos campos a su actividad y con santa intención creen encontrarlos en la vida pública, con lo cual están perturbando la política interna, así como los restos de los cruzados, perdido ya su destino social, perturbaron la Europa en los siglos XIV y XV. Entre estas perturbaciones es sin duda la más grave la de los principios de libertad y fraternidad, porque los hombres, sobre todo los hombres libres que no tienen el alma envilecida por la servidumbre, se duelen más de la injusticia que de la miseria, y más de la tiranía que de la injusticia. El supremo bien social es seguramente la libertad y ésta es fatalmente conculcada por los gobiernos militares, que son necesariamente irresponsables y viven llenos de cobardes recelos, avivados por el espionaje y la delación. Y no crea V. S. I. que sólo los civiles estiman como supremo bien la libertad y temen el entronizamiento de las tiranías militares. Los propios militares, cuando, desprendidos un poco del espíritu de cuerpo o alejados del oficio diario, contemplan serenamente estos trascendentales problemas, llegan a opinar del mismo modo. Hace pocos días se ha publicado en La Nación de Santiago un hermoso artículo titulado “Por la concordia” del capitán retirado de la Armada Nacional, don Lautaro Rozas, en el cual, entre otras cosas, se dice lo siguiente: “Qué patria podría existir sin el sentimiento de la libertad? “La mayoría de los marinos chilenos hemos vivido muchos días de nuestra vida bajo el cielo plácido de las libertades inglesas! “Por la historia sabemos que cuando Cromwell las cortó con su espada, aquella tierra de libertad se convirtió en una horda de espionaje, en un vasto campo donde bajo cada piedra había un escorpión. “Durante veinticinco años servidos en la Marina (yo no sé si debiera decirlo) nunca he asistido a una sesión de las Cámaras Legislativas de mí país. Yo y los que fueren mis compañeros de armas éramos unos escépticos de sus hombres y de sus métodos. “Pero aún recuerdo con emoción el día en que con la frente descubierta pisé aquel templo de la libertad que se llama el Parlamento Británico. “Un anciano inglés que me acompañaba me dijo: esta casa ha tenido muchos días de gloria. Ninguno como aquel que yo presencié en 1866, cuando John Bright levantó su voz de estadista a toda la nación inglesa, protestando por la suspensión del “habeas corpus” en Irlanda porque ella privaba a una parte de nuestros conciudadanos del más estimable y sagrado derecho de la Carta inglesa: el derecho de la libertad personal”. Esta es la opinión de un marino, de un antiguo jefe de la Escuadra. Ve por ella V. S. I. cómo coinciden los hombres de espíritu y de corazón en considerar la libertad como el supremo bien público y el habeas corpus como la más preciosa garantía de la existencia social. En el caso presente se trata, precisamente de la eficacia de este recurso en un momento trascendental de la vida de la Nación.

Centenares de personas están escuchando este alegato, quizás el postrero que pueda hacer ante los estrados de V. S. I., y detrás de ellas hay miles y miles de corazones que como ellas, esperan anhelantes el fallo sereno e independiente de V. S. I. que, penetrado de la verdad de los hechos expuestos, reconozca la libertad ciudadana, conculcada por los hombres que detentan el poder público. Hay que ser viriles y expedir un fallo que dé eficacia a los principios y a la ley y que sea una saludable advertencia a los poderes establecidos para que no se perturben por miserables delaciones hasta vulnerar las bases mismas de la vida ciudadana. Yo espero que V. S. I. ha de meditar en la gravedad y trascendencia del fallo que va a dictar y lo va a inspirar no en transitorios y deleznables intereses de los hombres de gobierno, sino en la necesidad suprema de salvaguardar los principios esenciales sobre que se ha de reconstituir nuevamente la República.